Se cumplen cien años de la muerte del riotinteño Baltasar Queija, el primer legionario caído en combate

Su historia inspiró al autor de la letra de ‘El novio de la muerte’, Fidel Prado

Su nombre es Baltasar Queija Vega y nació en Minas de Riotinto el 29 de marzo de 1900, casi 21 años antes de que, el 7 de enero de 1921, hace justo ahora 100 años, se convirtiera en el primer legionario caído en combate, un suceso en el que además se inspiró el autor de la letra de ‘El novio de la muerte’, Fidel Prado, a la hora de escribir lo que pasó a convertirse en el Himno de la Legión.

Los hechos, que se abordan en el Libro de Oro del Tercio, tuvieron lugar en Marruecos, donde Queija se encontraba de servicio en el puesto atrincherado número 4 para proteger un yacimiento de agua situado entre el Campamento del Zoco de Arbaá y la Kábila de Beni Hassan (Tetuán). A media noche fue atacada su escuadra por un grupo de rebeldes que hirieron gravemente al legionario de Minas de Riotinto, tras lo que los rifeños se aproximaron a él para hacerse con el arma y, al ver que Queija no se dejaba arrebatar el fusil, le acuchillaron con las gumías, provocándole la muerte.

A continuación, sus compañeros de escuadra le encontraron en su camisa los versos «por ir a tu lado a verte, mi más leal compañera, me hice novio de la muerte, la estreché con lazo fuerte, y su amor fue ¡mi Bandera!», tras lo que Fidel Prado se inspira en ello para escribir el Himno de la Legión compuesto por Juan Costa, concretamente la parte en la que se indica que «nadie en el Tercio sabía quien era aquel legionario, tan audaz y temerario, que en la Legión se alistó». El Himno fue estrenado poco después por Mercedes Fernández González (Lola Montes) en el malagueño teatro Vital Aza en julio de 1921.

Con motivo del centenario de su muerte, un sobrino de Baltasar Queija, el también riotinteño Jesús Chaparro Queija, ha rendido homenaje a su tío con una ofrenda de flores realizada en este jueves en Minas de Riotinto, concretamente en el monolito levantado hace unos años en la localidad en recuerdo y honor del primer legionario caído en combate. El acto ha sido íntimo y restringido con motivo de las medidas establecidas para combatir la crisis sanitaria del coronavirus, según ha explicado el propio Chaparro, quien ha estado acompañado de un legionario de La Dehesa en activo, Francisco Mora, que está destinado en la USAC Primo de Rivera.

Chaparro Queija ha querido recordar a TINTO NOTICIAS -el periódico de la Cuenca Minera de Riotinto- la historia de su tío, nacido el 29 de marzo de 1900 en la calle Trafalgar nº 38 del antiguo pueblo de Riotinto, conocido como ‘La mina abajo’, donde sus padres, procedentes de Cerdedelo (Orense), se habían afincado y tuvieron once hijos.

«Su vida laboral fue muy variada. Trabajó en la empresa minera inglesa, Rio Tinto Company Limited, en la que ingresó a los 14 años como aprendiz en el departamento de Construcción, ganando seis reales. Su particular forma de ser y su interés por aprender distintos oficios le hizo pasar por varios departamentos, que el mismo solicitaba, avalado por su buena conducta según los informes que daba el ‘hombre de confianza’ de los distintos jefes, el Guarda de Casas», prosigue, tras lo que indica que «era inquieto» y que «le gustaba tener nuevas experiencias sociolaborales», así como que no podía imaginar que pronto «iba a escribir una página en la historia de España y de su pueblo, Minas de Riotinto».

En concreto, según su expediente laboral, que se encuentra en el archivo minero de la Fundación Río Tinto, Baltasar Queija pasó por los departamentos de almacén Nº 2, ganando cinco reales; Construcción, como «niño con albañiles»; San Dionisio, como pinche; Oficina de Topografía y Ácido Sulfúrico y Contramina.

Queija estuvo trabajando en la mina hasta el 22 de agosto de 1919, cuando se le concede la baja en la empresa y un pase que dice que «se le comprará en la estación de Las Mallas un billete a Sevilla (Departamento de Contabilidad)». A continuación se traslada a Santa Cruz de Tenerife, «posiblemente huyendo de la dureza del trabajo en la minería de la época o bien porque tuvo un desengaño amoroso», destaca su sobrino, si bien se desconocen las razones por las que se desplazó hasta allí, añade.

En Tenerife «se empleó como camarero para ganar algún dinero con el que posiblemente ir a América», prosigue Chaparro, tras lo que explica que, en octubre de 1920, leyó un llamativo cartel: «¡Alistaos al Tercio de Extranjeros!». «Debieron convencerle las condiciones que le explicaron, ya que el 9 de octubre firmó en Tercio de Extranjeros un compromiso de tres años», explica su sobrino.

El día de la inauguración del monolito dedicado a su memoria, situado en la calle de Riotinto que lleva su mismo nombre, la poetisa de la localidad Rosario Santana le dedicó estos sentidos versos: «Toda una vida en el horizonte rojo de su tierra, todo un camino por recorrer, tantos barrenos y tantos amaneceres cubiertos de esa aurora que perfuma el alma. Y todo quedó atrás, atrás un amor que te perforó el aliento y te empujó hacia un periplo sin regreso. ¡Cuántos amores se quedan dentro! ¡Cuánto frío sentiste, soldadito minero! ¿Hacia dónde van tus pasos? ¿Hacia dónde tu recuerdo? Voy a encontrarme con un amor donde siempre seré eterno».

El viaje de los mineros ambulantes

Ya desde tiempos inmemoriales, concretamente con la civilización Tartésica, es cuando comienza la explotación de los metales de la faja pirítica en la provincia de Huelva.

El devenir de los tiempos provocó que imperios como el Fenicio, el Griego, el Romano, etc. se aprovechasen de dichos recursos minerales durante su dominio en la península. No es hasta el dominio del Imperio Romano cuando la cuenca onubense conoce su primer gran periodo de explotación.

Este auge entra en detrimento durante la Edad Media y no es hasta la segunda mitad del siglo XVI cuando comienza a resurgir nuevamente la actividad minera.ç

En la segunda mitad del siglo XIX, España atraviesa una mala situación económica, viéndose obligado el Gobierno del país a vender ciertos activos mineros a consorcios de capital extranjero, dándose a conocer esta época como el segundo gran periodo de auge en la minería onubense después de la época romana.

Siendo inminente el comienzo de la Primera Guerra Mundial en Europa, es cuando nuevamente decae el sector minero. Esto obligará a que décadas después y, tras años de bajos rendimientos, los consorcios extranjeros propietarios de las concesiones mineras vendan parte de sus activos mineros al Estado Español, pasando las mismas a manos de consorcios de capital nacional.

El sector acusa una notoria mejoría, alcanzándose unas producciones como en épocas anteriores, hasta que a mediados de la década de 1980, con la caída del precio del cobre en los mercados, el Estado Español se ve obligado a vender y privatizar nuevamente los yacimientos minerales de la faja hacia empresas de capital extranjeros.

Esta situación sobre la propiedad extranjera de las minas onubenses va a continuar hasta la actualidad, periodo en el que se vuelve a vivir un repunte de la actividad minera en la provincia, debido en su mayor parte a la alta demanda de minerales en los mercados actuales en las últimas dos décadas del siglo XXI. Llamémoslo simplemente la tercera época de gran auge de la minería en Huelva.

Como podemos apreciar, la historia de la minería en la Faja Pirítica Onubense está llena de altibajos. Estos no solo lo sufren las empresas concesionarias mineras. Además, la repercusiones sociales y económicas recaen también sobre la sociedad española y lusitana. Y he dicho bien, porque los lusitanos del Algarve, El Alentejo y norte de Portugal también trabajaban aquí. De hecho, se les conocía con el seudónimo de ‘Los mineros ambulantes’.

No es hasta la década de 1850 y al periodo comprendido entre la misma y 1873, con la venta de Riotinto a un consorcio financiero internacional (capital en su mayoría británico), cuando la minería moderna resurge y comienza su segundo gran periodo de resplandor.

Todo ello, junto con el considerable aumento en la producción en dichos criaderos minerales por el ingreso de grandes cantidades de capital extranjero, la introducción del ferrocarril, innovaciones tecnologías minero-metalúrgicas en la cuenca, etc, hicieron posible la gran demanda de mano de obra, demanda que nunca pudo ser cubierta únicamente con habitantes autóctonos y procedentes de puntos de la Península Ibérica tan dispares como Almería, Galicia y Zamora.

Es importante mencionar que la población el Algarve sufre un gran crecimiento demográfico durante el siglo XIX, población que únicamente se sustenta con la práctica de una agricultura en pequeños minifundios de propiedad privada, de un sector pobremente industrializado (salazoneras y sector pesquero-naval), la industria del corcho, todo ello realizado a través de pequeños talleres que con mínima cantidad de mano de obra cubrían sus necesidades. Estas circunstancias empujaron a dicha población a emigrar en busca de un futuro más alentador, situación que las empresas mineras del momento aceptan con gran agrado.

Con la emigración de estas poblaciones desde fuera de la provincia, existe un aumento demográfico en la Cuenca Minera onubense, desde finales del siglo XIX a principios del siglo XX, en su mayor parte debido a la emigración de esta población lusitana en busca de trabajo (1880-1913), superando la población de hecho a la de derecho . Tal incremento demográfico hizo posible satisfacer la demanda de empleo del momento, subsanándose las carencias en las contrataciones de manos de obra para la Cuenca.

Como dato curioso, mencionar que la población en la provincia de Huelva a finales de la década de 1850 ronda aproximadamente los 174.000 habitantes, cifra que continuará creciendo hasta 1913, fecha en la que dicha población se sitúa en torno a los 330.000 habitantes, de los cuales algo más de 105.000 habitantes (en ellos se engloban todas las personas de cualquier edad y sexo, en situación de empleo o desempleo) se encuentran censados en la Cuenca Minera de la provincia y, de esos 105.000 habitantes, algo más de una tercera parte son portugueses censados en la Cuenca.

La mano de obra lusitana, en su mayoría personas jóvenes y solteras, trabajará en actividades puramente extractivas, principalmente en interior de minas, con unas condiciones de seguridad laboral escasas y con fatigosas jornadas en ambiente pulverulento, de altas temperatura y con una alta concentración de humedad.

A partir de 1913, en Europa acontecen sucesos que dejan ver el inminente comienzo de la Primera Guerra Mundial, que enturbiará el auge del desarrollo minero de la Cuenca, provocando que las empresas concesionarias se vean obligadas a vender parte de sus activos al Estado Español pocos años después de finalizar la misma, motivado todo ello por la caída en las producciones y, por tanto, de sus beneficios. Esta situación antes descrita conlleva el despido masivo de mineros, agravándose dichas circunstancias de los mismos por una falta de derechos y protecciones laborales inexistentes hasta el momento, además de verse obligados a soportar años de elevada inestabilidad laboral y prolongados periodos de desempleo tras el final de la guerra.

Durante el declive de la minería entre 1915 y 1930, la masa obrera es explotada y mal considerada, las compañías mineras las entienden como mano de obra nada cualificada. Por el contrario, los técnicos y personal de gestión son reclutados en países de Europa. Esta mano de obra ambulante y no cualificada procederá en su mayoría de El Algarve, El Alentejo y norte de Portugal y de rincones de la Península Ibérica.

Ya en la actualidad, dicha minería ha experimentado el resurgir de sus cenizas, pues en la década de 1980 cae vertiginosamente el precio del cobre en los mercados, originando el declive de la actividad minera en la Cuenca y la venta de las minas, propiedad del Estado Español, a consorcios y empresas de capital nuevamente extranjero.

Este tercer gran periodo de desarrollo de la minería onubense tuvo lugar a comienzos del S. XXI (2000-2001) con el repunte de la demanda de metales férricos, cupríferos y otros minerales metálicos, además de minerales auríferos y argentíferos en los mercados y de su aumento en los precios de cotización.

Como colofón, concluiremos diciendo que durante las casi cuatro décadas que duró el auge de la minería onubense, desde el S. XIX al XX, hasta justo antes del comienzo de la Gran Guerra, la actividad en la Cuenca Minera fue una de las más importantes a nivel internacional, todo ello gracias a la inversión de capital extranjero, la llegada masiva de mano de obra de fuera de la provincia o mineros ambulantes y a los avances tecnológicos de la época.

La mayoría de estos emigrantes son portugueses procedentes de diferentes zonas de Portugal. Esta emigración es uno de los pilares fundamentales donde se sustentó el segundo gran periodo de auge de la minería moderna onubense.

No debemos olvidar que durante este periodo tan caótico da comienzo un periplo de idas y venidas entre las minas de la comarca minera. Estas migraciones inter-cuencas se fundamentan en la búsqueda de empleo y salarios dignos o son consecuencia de la decadencia de otras cuencas mineras para poder seguir subsistiendo.

En la actualidad, la Cuenca se encuentra nuevamente en auge y disfrutando de más de dos décadas de grandes rendimientos y beneficios, todo ello gracias al repunte de la demanda de metales en los mercados y de su aumento en los precios de cotización.

Bibliografía

LÓPEZ MARTÍNEZ, ANTONIO LUIS; Inmigración Portuguesa y Mercado de Trabajo en la Cuenca Minera Onubense, (1870-1930). Universidad de Sevilla

FUNDACIÓN RIO TINTO; Cinco Mil Años de Historia de la Minería, (2016). Página Web de la Fundación Rio Tinto.

BAENA SÁNCHEZ, FRANCISCO; La formación de la clase obrera en las minas de Riotinto, Huelva (1913-1920). Una aproximación desde la cultura y la comunicación social. Redes.com: revista de estudios para el desarrollo social de la Comunicación, ISSN 1696-2079, Nº. 5, 2009, págs. 198-214.

GIL VARÓN, LUIS (1984): Minería y migraciones. Riotinto 1873-1973, Córdoba.

GALÁN GARCÍA, AGUSTÍN (2009): La Familia y el Trabajo en la Comarca de Rio Tinto (1873-1936). Universidad de Huelva, 2009.

Juan Santana Bolaños, empresario zalameño que arrendó las Minas de Rio-Tinto en 1823

Combatió contra las tropas francesas de Napoleón, suministró alimentos al ejército español destinado en Cádiz y le dieron crédito para el aprovechamiento de las aguas vitriólicas de las Reales Minas de Rio-Tinto

En 1810 España estaba inmersa en plena Guerra de la Independencia, los franceses habían tomado Sevilla y tan solo le faltaba por llegar a los pueblos mineros de Riotinto. En febrero de ese mismo año un destacamento francés que había salido de Sevilla, se dirigía a Badajoz por el camino de Santa Olalla. Enseguida el Ayuntamiento de Zalamea la Real, tras conocer estos movimientos, convocó a los vecinos de la población y un grupo de ellos capitaneados por Juan Santana Bolaños salió con una partida compuesta con numerosos milicianos para interceptar a las tropas francesas. La munición y el armamento necesario lo proporcionó del arsenal de la compañía Vicente de Letona, director de las Reales Minas de Rio-Tinto, quedando abatido la totalidad de los soldados franceses.

Un mes más tarde ocurrió otro de los enfrentamientos que tuvo que soportar la población, conocida como la Batalla de Palanco. Según nos ha contado Carmen López Tatay, una de las descendientes de Juan Santana Bolaños, ante la llegada de un destacamento del ejército francés, procedente de Valverde del Camino, se formó de nuevo una partida de vecinos, operarios de las minas y otros voluntarios de los pueblos de alrededor, entre los que se encontraba Santana Bolaños. La confrontación tuvo lugar en el Barranco de Palanco, donde se producen una serie de descargas actuando los milicianos de manera valerosa y que hacen retroceder a los franceses de nuevo hacia Valverde.

Una vez terminada la guerra y retirado el ejército francés de territorio español, durante los años siguientes la población tuvo que atravesar una difícil situación económica al verse obligada a abastecer a las tropas españolas de comida para su subsistencia: carne del ganado y cosechas de cereales para la elaboración de pan. De esta forma, en 1817 Juan Santana Bolaños suministró a las tropas españolas de la provincia marítima de Cádiz una cantidad de trigo que se elevó a la no despreciable cifra de 396.738 reales de vellón, y que, como las arcas del estado no pudieron pagarle, se quedó este crédito a su favor frente a la Real Hacienda.

Mientras tanto, en las Minas de Rio-Tinto la labor de cementación, que era como se conocía el Aprovechamiento de las Aguas Vitriólicas, estuvo abandonada.

Vitriolas de las minas de Riotinto

Estos trabajos consistían en colocar en el interior de la mina unos canales de madera en los que se metía unas planchas o desechos de hierro por los que circulaban las aguas vitriólicas y por las que se precipitaba el cobre. De esta forma se obtenía, lo que aún hoy día se conoce como “cáscara de cobre” adherida a los pedazos de hierro. Depositada esta cáscara en cajones de madera se llevaban a la Fábrica de Afino para convertirse, en menos tiempo y con menor cantidad de carbón de brezo que el mineral explotado en las minas, en cobre fino “a punto de martinete” que se vendía a la Casa de la Moneda de Segovia y si el cobre recibía un segundo afino, se convertiría en cobre “a boca de fuego” o “a punto de artillería” que se enviaba directamente a la Real Maestranza de Artillería de Sevilla, en un carro tirado por mulas a través de los caminos romanos que partiendo de la Aldea de Riotinto, hoy Nerva, pasaba por las minas del Castillo de las Guardas, Itálica en Santiponce y Sevilla.

Viendo los beneficios que podía obtener de las labores de cementación, Juan Santana Bolaños solicitó licencia para la explotación de estas aguas, y el 4 de marzo de 1823 se le otorgó crédito público para el aprovechamiento de las aguas vitriólicas de las minas. De esta forma Juan Santana Bolaños se convirtió en el primero y único empresario de la cuenca minera de Riotinto al que se le concediera el privilegio de explotar las milenarias Minas de Rio-Tinto o, al menos, parte de ellas.

Por esta concesión Santana Bolaños pagaría 500 reales diarios, que le serían descontados de la deuda, que por 396.738 reales tenía con la Hacienda Pública por las ventas de trigo que hizo en 1817.

Precintos de plomo minas de Riotinto

Pero, como en todas las concesiones que la Real Hacienda hiciera de las Minas de Rio-Tinto, iba a dar más problemas que satisfacciones, teniendo que cesar sus actividades dos años más tarde en 1825, aunque volviendo a ser autorizado dentro del mismo año a beneficiar las aguas y afinar las cáscaras de cobre producidas de su propia cementación. En estos dos periodos Juan Santana Bolaños obtuvo 1.657 arrobas de cobre (19.059 kg) en sus explotaciones.

Fallecido Juan Santana Bolaños, su hijo Bruno Bolaños presentó el 2 de mayo de 1829 una reclamación sobre la liquidación que tenía pendiente su padre con la Hacienda. De esta forma, la Contaduría de las Minas de Rio-Tinto realizó la siguiente liquidación de gastos e ingresos por los trabajos ejecutados:

                                                                                    Reales de Vellón
Total valor del crédito a descontar………………………….. 396.738
Por el disfrute de dichas aguas a razón de 500 rs diarios
del 1 de julio de 1824 al 10 de enero de 1825 ……………………….. 96.500
Por 1.434 arrobas de hierro a 26 reales ……………………………… 37.284
Por 123 jornales a Juan Real a 6 reales ………………………………. 738
Por jornales pagados al Guarda que custodia la cañería…………… 2.070
Por los pagados a un Maestro que vino de Huelva a embrear los cajones. 320
Por el carbón consumido y jornales para la afinación de la
cáscara de cobre…………………………………………………………. 4.578
Por el porte de 387 arrobas de cobre afinado desde estas Minas a la Casa
de la Moneda de Segovia a 15 rs la arroba según Hilarion de la Banda… 5.805
Por el porte de 46.000 rs en monedas de vellón desde dicha Casa a
Zalamea la Real, según recibo del mismo Banda ………………………… 2.172

Por la venta de 387 arrobas de cobre fino roseta a punto de martinete
vendido a la Casa de la Moneda de Segovia a 5 ¼ rs libra ………….. 50.793

Y el total valor del crédito resulta ser de…………………………………………….. 300.238

La Dirección de las Minas aprobó la referida liquidación a favor de Santana Bolaños en Madrid a 28 de Mayo de 1831. Desconocemos si esta liquidación fue pagada por la Real Hacienda a su hijo Bruno.

Posteriormente los trabajos de Aprovechamiento de las Aguas Vitriólicas continuaron mejorándose, ampliándose la longitud del canaleo, el modo de colocar las planchas de hierro, la cubrición de los canales, la utilización de vitriolos, etc.

Hoy, después de 200 años, las Labores de Cementación continúan desarrollándose en las empresas mineras, que junto con los trabajos de lixiviación se obtiene Cáscara de Cobre como producto secundario de una actividad minera complementaria.

Por Juan Carlos Domínguez Vázquez

Se cumplen 84 años de la entrada de las tropas franquistas en la Cuenca

Tras un bombardeo anterior desde el aire, los fascistas consumaron el 25 de agosto del 36 su plan para la ocupación de una comarca que consideraban «peligrosa» como enemigo a batir

La Cuenca Minera de Riotinto asiste este martes al 84 aniversario de la entrada de las tropas franquistas en la comarca, que se produjo el 25 de agosto de 1936 tras varios días en los que ya previamente habían estado bombardeando la zona desde el aire a través de la aviación.

De esta manera se consumaba lo que los rebeldes fascistas denominaron el ‘Plan para la ocupación de la Cuenca Minera de Riotinto’, diseñado de forma concienzuda para llevar a cabo un asalto militar que consideraban «tan difícil e importante para toda la provincia», tal y como expone Francisco Espinosa Maestre en su libro ‘La guerra civil en Huelva’.

El plan consideraba «peligroso» el enemigo a batir, así como que Salvochea -ahora El Campillo-, La Atalaya, La Dehesa y Nerva eran «las poblaciones más fieles al Gobierno republicano». «Sin embargo -añadía- no existen en ellas elementos que puedan coartar la aviación» y, «como podían tener protegidos los accesos con minas, habría que desconectar la central eléctrica de la Riotinto Company Limited».

Y así lo hicieron. El asalto fascista a la Cuenca Minera de Riotinto comenzó con un bombardeo aéreo «indiscriminado» sobre Salvochea el 20 de agosto de 1936 a las 9.00 horas, expone el investigador Fernando Pineda Luna en su libro ‘Memorias Recuperadas. El Campillo – Salvochea’, donde se explica que este primer bombardeo acabó con la vida de seis personas: Elena Domínguez Castaño, de 23 años; su hija Dolores González Domínguez, de seis meses; Rafaela López Carrera de 44 años; Rafaela López Yuvero, de 45 años; Baldomera López Rodríguez, de 38 años; y Jacinto López Zarza, de 36 años.

«Al día siguiente, a las 12.00 horas -continúa esta publicación-, se bombardeó La Atalaya y, un día después, fueron bombardeadas de nuevo Salvochea, La Atalaya y La Dehesa», tras lo que, dos días después, el 24 de agosto, un avión recorrió la comarca lanzando octavillas en las que alertaban a la población, textualmente, de que «podéis salvar vuestras vidas si antes de 24 horas, a partir de las cinco de la tarde de hoy, nos entregáis rehenes en cantidad suficiente para garantizar la entrega de armas, rehenes que serán puestos en libertad tan pronto como dichas armas sean recogidas».

Un día después, el 25 de agosto de 1936, miembros de una columna fascista comandada por Gumersindo Varela Paz, que venía de conquistar Valverde del Camino, unida, como explica el investigador Joaquín Gil Honduvilla, a tres grupos de guardias de asalto, guardias civiles y falangistas y requetés, «asaltaron Zalamea la Real con la artillería y entraron en sus calles, provocando la huida de los milicianos republicanos, que sólo tenían una ametralladora en la torre de la Iglesia Parroquial», continúa la obra de Pineda, que indica que los asaltantes «abrieron puertas a patadas, registraron multitud de viviendas y asesinaron a muchos vecinos», momento que se refleja en la imagen que ilustra esta información.

A continuación, tal y como se relata en ‘Memorias Recuperadas’, la columna fascista fue sorprendida «por una numerosa columna minera procedente de Salvochea que provocó la huida de los retenes militares golpistas, apostados en las salidas de Zalamea», mientras que «los republicanos explotaron las minas colocadas en la zona para dificultar el avance por la parte nordeste de Zalamea la Real hacia Salvochea y el corazón de la Cuenca Minera», operaciones que «produjeron bajas en ambos frentes», añade. Sin embargo, a continuación, «la aviación, que volvía para facilitar el asalto a Salvochea, bombardeó la columna miliciana y la obligó a replegarse definitivamente».

«Con el camino ya expedito» y «con más de mil hombres», el capitán Gumersindo Varela Paz comenzó el avance hacia Salvochea el 26 de agosto de 1936 a las 7.00 horas, tras lo que, a las 8.00 horas, de nuevo apareció un avión que «bombardeó la localidad durante horas», informaba el periódico Odiel, mientras que la columna fascista del comandante Eduardo Álvarez de Rementería-Martínez, que procedía de El Castillo de las Guardas, entraba en Nerva. Por su parte, la columna del comandante de los requetés Luis Redondo García, que había llegado el día 25 a Campofrío procedente de Aracena, avanzaba «sin oposición» hacia La Dehesa, donde «desconectó la central térmica de la RTCL, como estaba previsto, pasó por la barriada de Mesa de los Pinos, también denominada Alto de la Mesa, donde dejó dos cañones orientados hacia Nerva, y llegó a Salvochea».

Los 16 asesinados en La Pañoleta, protomártires españoles de la Democracia Republicana

Vecinos todos de la Cuenca Minera de Riotinto, fueron las primeras víctimas del Golpe de Estado franquista en todo el territorio español

El Golpe de Estado franquista, del que hace unos días se cumplía el 84 aniversario, provocó numerosos asesinatos de vecinos de la Cuenca Minera de Riotinto, los primeros el 19 de julio de 1936 en La Pañoleta (Camas), donde perdieron la vida un total de 16 personas de la comarca, todos pertenecientes a la Columna Minera.

Así se denominó al dispositivo organizado por el Gobierno de la República para acabar con el alzamiento franquista, para lo que los integrantes de la Columna Minera partieron desde Nerva en dirección a Sevilla, pasando por varios pueblos como Valverde del Camino o San Juan del Puerto, donde se iban incorporando nuevos miembros.

Sin embargo, poco antes de su llegada a la capital hispalense, en el municipio sevillano de Camas, sufrieron una emboscada promovida por quien en principio era el máximo responsable de la columna, el comandante León Gregorio Haro Lumbreras, que traicionó con ello a las autoridades republicanas de Huelva y cumplió las órdenes del golpista Gonzalo Queipo de Llano Sierra.

La emboscada dio al traste con el cometido de este dispositivo y acabó con la vida, ese mismo día, de 16 integrantes de la columna, todos ellos de la Cuenca Minera de Riotinto. Sus nombres son Ricardo Caballero Calleja, de Riotinto (41 años), Bernardino Díaz Vázquez, de Riotinto (39 años), Andrés García Llanes, de Nerva (26 años), Francisco Iglesias Monterrubio, de Riotinto (30 años), Felipe Jara Maya, de Nerva (37 años), Cayetano Muñoz Maestre, de Riotinto (25 años), Domingo Pachón ¿?, de Riotinto (24 años), José Palma Pedrero, de Riotinto (35 años), Domingo Pavón Fernández, de Riotinto (25 años), Joaquín Piedad Lorenzo, de Nerva (26 años), Policarpo Rodríguez Requejo, de Riotinto (27 años), y Francisco Salgado Mariano, de Riotinto (35 años).

A ellos hay que sumar otros cuatro asesinados de los que aún se desconocen sus nombres, pero no la edad aproximada, fijada en el informe forense en 20, 25, 40 y 45 años. Además, cabe resaltar que de esos 16 asesinados, 14 perdieron la vida en La Pañoleta y, otros dos, Andrés García Llanes y Joaquín Piedad Lorenzo, en el municipio vecino de Sanlúcar la Mayor, a donde llegaron ya malheridos en su intento de huida.

Estas fueron las primeras 16 personas que perdieron la vida como consecuencia del Golpe de Estado del 18 de julio del 36 no solo de la Cuenca Minera de Riotinto, sino también de toda España, pues fueron los primeros asesinados por los golpistas en todo el territorio nacional, con lo que se convirtieron en los protomártires españoles de la Democracia Republicana.

Con estos 16 asesinados, TINTO NOTICIAS -El periódico de la Cuenca Minera de Riotinto- inicia una serie en la que dará a conocer los nombres de todas las víctimas del Golpe de Estado conocidas hasta el momento en esta comarca, para lo que este periódico se basará en las investigaciones publicadas hasta el momento y recopiladas para esta redacción por el presidente de la Asociación de Memoria Histórica de la Provincia de Huelva y autor de la obra ‘Memorias Recuperadas. El Campillo-Salvochea’, Fernando Pineda.

Las Minas de Río Tinto y El Hoyo de D. Liberto, caballero de nación sueco

Una de las figuras imprescindibles en la de la explotación de las Minas de Río Tinto ha sido LIEBERTO WOLTERS VONSIOHIELM – (Estocolmo, 1665 – Riotinto, 1727).

Las minas llevaban unos 1.300 años sin trabajarse, desde el tiempo de los romanos, y Lieberto Wolters solicitó al Rey Felipe V la concesión para la explotación de las minas, creando una sociedad denominada “COMPAÑÍA DE LAS MINAS DE RIO TINTO Y ARACENA”.

Su nombre original era LIEBERT WOLTERS VON SJÖHJELM y al transcribirse al castellano se le modificó el apellido materno por otro más legible, Vonsiohielm.

Se ignora la causa que de haber venido a España a principios del siglo XVIII, pero lo que se sabe es que formó parte en la guerra de Sucesión española.

En 1719 se hallaba en Vigo ejerciendo el oficio de buzo, a través de una compañía que pretendía extraer del fondo de las Rías Bajas, las riquezas que aportara desde América la Flota de Nueva España al mando del general Manuel Velasco, hundida en 1702; la más rica que había venido de América, con 20 millones de pesos en plata y otros tantos en valor de las mercancías.

El hundimiento de la flota de barcos llegado desde las Indias Occidentales se conoce como la Batalla de Rande, situada en el estrecho de Rande, en Redondela, en la ría gallega de Vigo. Una batalla entre la flota anglo-holandesa contra la flota hispano-francesa, ocurrida el 23 de octubre de 1702, y en la que participaron 90 navíos, más de 3.000 cañones y murieron unas 2.000 personas entre los dos bandos. Tal fue la repercusión que tuvo esta batalla, que cuando la noticia del Desastre de Vigo se extendió por todo el país, provocó que cundiese el pánico entre la ciudadanía. Casi todos pensaron que toda la plata se había perdido y por ese motivo se crearon las “Cajas de Socorro y Montes de Piedad”, como es el caso de CajaMadrid, creada el 3 de diciembre de 1702.

Flota hundida en el estrecho de Rande. Grabado de la época. Archivo General de Indias. Publicada por Instituto de Estudios Vigueses.

Pasados los años de esa batalla, el 25 de marzo de 1719 Lieberto Wolters, que tenía conocimientos de mecánica y era de carácter emprendedor y atrevido, elevó al Rey Felipe V solicitud de Autorización para buscar y extraer el gran caudal oculto bajo las aguas; Concesión que se le otorgó por 300 ducados.

Se formalizó el asiento escritura por término de tres años, con el compromiso de entregar a las Cajas Reales la tercera parte del valor de cuanto sacara del fondo de la bahía.

Para los trabajos, Wolters adquiere el navío “Duque de Gloston” que le costó 630 reales, barato para la época. En este barco instala una plataforma y la maquinaria necesaria para la inmersión de 3 buceadores, llegados desde Suecia. De esta forma, desde la plataforma trabaja con una campana de madera forrada de cobre. Wolters había ideado un traje de cuero para bucear y un casco conectado a una larga manga que llegaba hasta la superficie.

Placa de cobre con instrucciones. Museo del Mar de Galicia. Publicada por Instituto de Estudios Vigueses.

La fotografía anterior es una placa de cobre que estaba en la campana que utilizaron los buceadores de Wolters. Está escrita en ruso antiguo y en ella están grabadas las indicaciones para comunicarse los buzos con la superficie.

En 1721 Wolters es denunciado tanto por vender mercancía que luego no saca de la ría, como por emitir acciones de su compañía que no obtiene beneficios. Durante esos años había extraído de las profundidades varios cañones de bronce y de hierro, anclas, tablas, balas y palanquetas, con alguna que otra moneda suelta adherida, tasándose en 3.068 reales de vellón los efectos que se habían de repartir.

Grabado de 1871. Los Galeones de Vigo. Ediciones RP 2005. Yago Abilleira Crespo

A pesar de ello, sus problemas económicos se acentuaron y LIEBERTO WOLTERS traspasó los derechos de la cédula de concesión a uno de sus socios.

Después de este infructuoso éxito, a finales de 1722 LIEBERTO WOLTERS se retiró a Madrid viviendo pobremente bajo la protección del embajador de Baviera, al cual le había conocido en Vigo, prendándose de la honradez y excelente trato.

Durante esa época WOLTERS se había quedado sorprendido de la cantidad de minas de oro y de plata que había en España y quiso seguir la huella de las incalculables riquezas que habían conseguido los Condes Fúcares que con Felipe II abrieron las minas de Guadalcanal.

De esta forma, LIEBERTO WOLTERS a sus 60 años de edad, solicitó en 1725, a su majestad el Rey Felipe V, el arriendo por 30 años de las Minas de oro y plata de Guadalcanal, Rio Tinto, Cazalla, Aracena y Galaroza.

LIEBERTO WOLTERS se fue a vivir a la Aldea de Rio Tinto, hoy Nerva, que en aquella época contaba con 80 habitantes y logró el objeto de su instancia; Como decía Rúa Figueroa, se creía con suficiente inteligencia, práctica y capacidad para el desagüe de las minas inundadas y formó las bases para la creación de una compañía para la explotación de las citadas minas.

El Asiento o Real Cédula de concesión de las minas fue suscrito el 16 de junio de 1725 por el Rey con la sola condición de que a su término pasasen a la Real Hacienda todos los edificios, ingenios y demás utensilios que allí se hubiesen establecido.

En septiembre de ese mismo año Wolters publicó un folleto de 25 páginas que tituló MANIFIESTO en el que insertaba el Asiento celebrado con el Gobierno precedido de las riquezas de las 5 minas y así llamar la atención a posibles socios para la creación de su empresa y explotación de las minas.

A este Manifiesto acompañaba Wolters las condiciones para la formación de la compañía compuesta de 2.000 acciones a 50 doblones de a dos escudos de oro cada una, reservándose el asentista 700 acciones (libres de todos gastos) y con ellas la presidencia de la Sociedad y la facultad de nombrar un Director, un Veedor, un Contador y un Tesorero.

Llegaron a inscribirse más de 60 interesados, entre ellas muchas damas de la corte. Aunque este proyecto fue rudamente impugnado, prodigando a su autor toda clase de epítetos y punzantes epigramas, calificándolo de embustero, estafador y hereje (por ser de otra religión distinta a la católica).

Folletos publicados en noviembre de 1725 en contra del proyecto de Wolters.

La empresa creada, una de las primeras sociedades anónimas españolas se llamaba “COMPAÑÍA Y ASIENTO DE LAS MINAS DE GUADALCANAL, CAZALLA, ARACENA, GALAROZA Y RIO TINTO”.

Con las 700 acciones que tenía Wolters le establecía el derecho a poder contratar a los empleados. En diciembre de 1725 solo había podido colocar la mitad de las 2.000 acciones ofrecidas.

Una vez colocadas todas las acciones, en tan solo 5 meses de 1726 se convocaron más de 28 Juntas Generales de Accionistas de la Compañía; los socios rivalizaron para ser elegidos directivos y estaban en contra de Wolters por que tenía el poder de una de las minas más valiosas de España. Para ello contrataron al ingeniero alemán Roberto Shee para realizar un informe sobre las diferentes minas del Asiento y emitir una valoración sobre la Concesión.

Wolters había comprado en el extranjero dos bombas para desaguar las minas y comenzar la explotación junto con varios trabajadores llegados desde las minas de Shala en Suecia, pero como los accionistas no se ponían de acuerdo y no tenía dinero para pagar el transporte de la maquinaria ni los salarios de los trabajadores, tuvo que empeñar sus joyas para realizar estos pagos y comenzar los trabajos.

En medio de todo este desorden, desesperado Wolters pidió la intervención al Consejo de Hacienda para resolver las continuas disputas y la respuesta fue a través de un real decreto del 4 de julio de 1727 por el que se disolvía la compañía y se creaban dos empresas nuevas. Una compuesta por todos los socios menos Wolters, que le concedían las minas de Guadalcanal, Cazalla y Galaroza, denominándose “COMPAÑÍA ESPAÑOLA”.

La otra compañía estaba formada solo por Wolters con las 700 acciones que poseía, constituyéndose la empresa que llevaría por nombre “COMPAÑÍA DE MINAS DE RIO TINTO Y ARACENA”.

Pueblo de Riotinto a principios del S.XX

Una copia de este decreto llegó a manos de LIEBERTO WOLTERS pocos días antes de su muerte ocurrida el 26 de julio de 1727 y al conocer su contenido nombró a su sobrino Samuel Tiquet (uno de los obreros llegados desde Suecia) heredero y sucesor de la compañía. Tiquet, al igual que su tío Wolters, no llegó a casarse, ni a tener descendencia.

A pesar de que Samuel Tiquet tuvo un comienzo muy difícil respecto a las propiedades de los terrenos, la producción y el accionariado, en 1747 contrata como administrador a Francisco Tomás Sanz y reinicia la producción de cobre a unos niveles espectaculares.

LIEBERTO WOLTERS VONSIOHIELM fue sepultado en la falda sur del Cerro de Salomón, en el camino que conduce desde el Cerro de las Vacas a la fábrica de Planes. Hasta la llegada de los ingleses en 1873, el sitio de su sepultura era conocido como El Hoyo de D. Liberto.

Cerro de las Vacas. Joaquín Ezquerra del Bayo – 1852

LIEBERTO WOLTERS puso las bases hace 295 años para la creación de una gran empresa y aunque no llegó a conocer el gran potencial que suponía Rio Tinto, con el tiempo se transformó en una de las mayores empresas mineras del mundo y su nombre sonaría y aún suena por toda la esfera mundial.

BIBLIOGRAFÍA

– Abilleira Crespo, Y. – 2005. Los Galeones de Vigo. RP Ediciones.
– Aldana, L. – 1875. Las minas de Rio Tinto en el transcurso de siglo y medio. Estab. Tipográfico de Pedro Núñez. Madrid
– Avery, D. – 1985. Nunca en el cumpleaños de la reina Victoria. Editorial Labor.
– Instituto de Historia y Cultura Naval. Tomo 6 -Desastre en Vigo.
– Maffei, E. y Rúa Figueroa, R. – 1872. Apuntes para una Biblioteca Española. Imprenta J.M. Lapuente. Madrid
– Patiño Gómez, R. – 2019. Instituto de Estudios Vigueses. Revista nº 24 diciembre 2019. Personajes de Rande.
– Rúa Figueroa, R. – 1859. Ensayo sobre la historia de las Minas de Rio-Tinto. Imprenta viuda Antonio Yenes.

El Año de los Tiros o la Huelga Grande de Tarapacá

Dicen que las penas, compartidas, son menos penas. Pero yo no estoy de acuerdo con esto. Porque hay penas, dolores e injusticias que resulta imposible hacerlas más pequeñas; por más tiempo que pase y por más que se compartan. Más bien se hacen más grandes, más injustas y dolorosas cuando descubres que se repiten. Al fin y al cabo, cada uno tiene sus penas, aunque a veces parezcan las mismas.

Hoy es cuatro de febrero, pero también podría ser 21 de diciembre, y escribiría lo mismo o algo parecido. Una fecha marcada con sangre dentro de todo el que conoce parte de la historia reciente de la provincia de Huelva y, concretamente, de las Minas de Riotinto (o de Iquique, si fuera 21 de diciembre).

En un rincón de la provincia de Huelva, hace 132 años…

Tal día como hoy, el 4 de febrero de 1888, los soldados del Regimiento de Pavía, bajo el mando del teniente coronel, Ulpiano Sánchez, disparaban a quemarropa contra una muchedumbre que se reunió pacíficamente frente al Ayuntamiento del antiguo pueblo de Riotinto para reclamar mejoras en sus precarias condiciones de trabajo. Las balas no distinguieron a hombres de mujeres ni de niños y, tras los disparos, todo se llenó de un silencio que aún perdura. Un silencio eterno que no ayuda a que la herida cicatrice.

Sin duda alguna, será difícil que vuelva a sufrir tanto delante de un folio en blanco, como cuando me tocó escribir los pasajes de “Tierra de Cobre y Sangre” que se referían a estos episodios. Con estas palabras, vuelvo a solidarizarme con la historia de un pueblo y su gente, y a gritar parte de su silencio para que lo sucedido no quede en el olvido. Una forma de compartir su dolor y su pena, sin que con ello mengüen.

En medio del desierto de Atacama, casi veinte años después de aquello…

Algo similar sucedió en Iquique, en Chile, a más de nueve mil kilómetros de distancia de estas tierras, en fechas muy próximas, con protagonistas casi idénticos y un desenlace igual de trágico y funesto. Una historia tan parecida como macabra.

Iquique es una ciudad costera de chile, al oeste del desierto de Atacama, una tierra inhóspita en medio de la nada que, como ocurría con Riotinto, tenía un tesoro en sus entrañas. Y si el cobre era el tesoro que guardaban las tierras de Riotinto; en Iquique, lo era el salitre, el llamado oro blanco, que no era otra cosa que una mezcla de nitratos de sodio y potasio, productos muy cotizados en la elaboración de fertilizantes y en la fabricación de explosivos (tan cotizado como las piritas sulfurosas de Riotinto).

Paisaje de la oficina Tricolor en el desierto de Atacama

El gobierno chileno dejó la explotación de este recurso en manos extranjeras, mayoritariamente inglesas. “Humberstone” y “Santa Laura”, en la Región de Tarapacá, vinieron a ser algo parecido a lo que fue la Riotinto Company Limited en la provincia de Huelva. Y John Thomas North, conocido como “el Rey del Salitre”, vendría a ser una mezcla de nuestro Mr. Browning (el “Rey de Huelva”) y Hugh Matheson. Amparados por el gobierno chileno y ayudados de mano de obra barata, las empresas se enriquecieron rápidamente (lo mismo ocurrió en Riotinto). Iquique se convirtió en el principal puerto de salida del oro blanco que tanta demanda tenía en Europa. Y esta ciudad fue conectada con los principales centros de explotación gracias al ferrocarril (algo así como la Huelva de Chile)

A la llamada del salitre y huyendo de la pobreza, hasta el norte de Chile llegaron trabajadores de todo el país, también de Bolivia, Perú y Argentina (algo similar ocurrió en Riotinto, aunque aquí, la llamada fue desde el sur).

En el desierto más inhóspito del mundo, se crearon las llamadas oficinas salitreras. Centros de explotación del salitre que se convirtieron en enclaves aislados y casi autosuficientes y que reunían la administración, las viviendas de los trabajadores, pulperías (que venían a ser algo parecido al economato de Riotinto, comercios en manos de los mismos dueños de las oficinas salitreras), iglesias, escuelas y centros de entretenimiento. Evidentemente, los dirigentes de las oficinas salitreras vivían en unas condiciones que nada tenían que ver con las condiciones que tenían que sufrir los obreros. Por lo general, vivían en barrios aislados, caracterizados por la arquitectura de estilo clásico de ultramar britanico (algo así como el barrio de Bellavista en Riotinto). La oficina salitrera contaba con guardia policial privada (los guardiñas de allí) para controlar las trifulcas y altercados que eran típicos en núcleos donde se hacinaban miles de personas venidos de todas partes (también eso ocurría en Riotinto).

Las condiciones de trabajo en las explotaciones eran inhumanas (en Iqueque y en Riotinto), a los trabajadores no se les pagaba un sueldo en metálico, sino en fichas que solamente podían emplear en las pulperías y los centros de venta que también eran propiedad de la empresa que estaba al frente de la oficina salitrera (algo como aquellos vales que se usaban en estas tierras). Entre 1902 y 1906 hubo casi 200 conatos de huelga apoyados por un sindicalismo que cada vez tomaba más fuerza (impulsado por sus respectivos “Maximilianos Tornets” chilenos).

La “Huelga grande de Tarapacá” (y su dramático parecido a nuestro “Año de los tiros”)

El día 15 de diciembre de 1907, más de 2.000 obreros llegaron hasta Iquique (nuestro “Riotinto Chileno”) para reclamar mejoras en sus condiciones laborales (de alguna forma, algo parecido a lo que se pedía en nuestro cuatro de febrero de 1888). Los huelguistas fueron conducidos por el ejército hasta una escuela con la excusa de garantizar el orden público. La mañana del día 16, algunos representantes de los trabajadores, fueron escoltados por el ejército para presentar sus peticiones al intendente Carlos Eastman (el equivalente a nuestro gobernador civil, Agustín Bravo y Joven) y al general Roberto Silva (el “Ulpiano Sánchez” de allí).

No hubo acuerdo (aquí tampoco) y las negociaciones se repitieron sin resultado satisfactorio para ninguna de las partes (igual que en Riotinto). Conforme pasaban los días, iban llegando más obreros salitreros a la ciudad. El 19 de diciembre había entre diez y doce mil trabajadores en Iquique (un número similar de manifestantes acudió a la multitudinaria manifestación que terminaría trágicamente en Riotinto, aquel fatídico 4 de febrero de 1888)

Varios días después, el intendente se reunión con los representantes salitreros para poner fin a la llamada “Huelga Grande”, dispuesto, incluso a pagar la mitad de los aumentos de salarios que pedían los obreros (aquí, que yo sepa, los poderes públicos no se “mojaron” tanto). Pero los empresarios argumentaron que no era un asunto de dinero, sino de moralidad y respeto, y que si cedían a la presión de los huelguistas, perderían autoridad en las oficinas salitreras (más de lo mismo).

Y nombraron a un representante de los empresarios y a uno de los trabajadores (el Maximiliano Tornet de allí), y hubo más negociaciones, pero no hubo acuerdo (en ningún sitio). Y los empresarios cedían lo mínimo, y los trabajadores decidieron mantener el movimiento hasta que sus peticiones fueran atendidas, evitando cualquier acto violento (desconozco si también allí había una banda de música, como en la plaza de Riotinto).

A las 14h. del 21 de diciembre, el intendente informó al Presidente de la República que utilizaría medidas de fuerza, tras agotar todas las posibilidades de negociación (En Riotinto, que yo sepa, nadie informó de nada, y todo sucedió bajo la “supervisión” de Agustín Bravo y Joven, el Gobernado Civil), considerando que aquellos mineros suponían un riesgo de seguridad pública.

Movilizó a sus tropas y ordenó a los oficiales que desalojaran a los trabajadores que estaban en la Escuela Santa María (el equivalente a la plaza del Ayuntamiento de Riotinto). Los mineros se negaron a irse y el general Silva Renard (el “Ulpiano Sánchez” chileno), amenazó con disparar si no lo hacían.

A las 15:45h. (a las 16;30h. ocurrió en Riotinto, casi dos décadas antes) tuvo lugar la primera descarga. En principio, tendrían que haber disparado a la azotea, pero los soldados dispararon hacia la puerta de la escuela arguyendo que se habían producido tiros desde el interior (la misma excusa argumentaron los soldados que dispararon a quemarropa contra los manifestantes en la plaza de Riotinto).

No se tiene certeza de cuantas personas murieron durante esa jornada (ni en Iquique, ni en Riotinto). Los datos oficiales señalaban a 30 trabajadores muertos (en Riotinto, oficialmente fueron “solo” 12). Aunque se especula que, en realidad, unos 1.500 mineros perdieron la vida en Iquique (más de 200, se dice que fueron asesinados en Riotinto). En cualquier caso, una sola muerte ya era demasiado (en los dos sitios).

Las autoridades chilenas, algún tiempo después, elevaron hasta 126 el número de víctimas (En Riotinto los mantuvieron en 12, pero muchas casas de la cuenca minera permanecieron cerradas tras lo ocurrido) Los documentos redactados por la autoridades señalaron a los obreros como los responsables de lo ocurrido (también en Riotinto).

Esto ocurrió un 21 de diciembre de 1907 en Iquique, una ciudad de Chile o, tal vez, un 4 de febrero de 1888 en la Cuenca Minera de Riotinto, un día como hoy de hace 132 años.

Dice un proverbio que “el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra”. Esta vez, “la misma piedra” estaba a más de 9.000 kilómetros de distancia…

La represión de los nombres en la Cuenca Minera

Una Orden de 1938 que prohibió denominar a las personas con nombres como Acracia, Amapola o Libertad se cebó especialmente en la comarca

La necesidad de conocer nuestra historia reciente es enorme. Sus protagonistas aún continúan con nosotros y no siempre son toreros, futbolistas, folclóricas o políticos. Los verdaderos protagonistas son ciudadanos con los que nos cruzamos día a día en las calles de nuestras ciudades y pueblos.

Sin lugar a dudas el suceso más relevante del siglo pasado en nuestro país es el golpe de estado de julio de 1936, un suceso tan estudiado como desconocido que sigue sorprendiendo por la capacidad de transformación social que ejerció.

Una consecuencia de aquel golpe fue el cambio de nombre de las personas, esa identidad personal que, por efímera que sea, nos acompaña incluso desde antes de nacer. Todos y cada uno de nosotros tenemos un nombre, simple o compuesto, heredado o decidido, raro o común, el nombre que nos identifica y distingue.

Durante la Primera República Española, la asignación de nombres anarquistas era una práctica extendida entre quienes no se consideraban católicos. La desafección hacia el poder ejercido desde la curia católica y la extensión de ideales libertarios amplió el onomástico, basado hasta entonces en nombres bíblicos o salidos del Santoral, con nombres como Acracia, Germinal, Amapola, Libertad, Libertario, Perseguido, etc.

El golpe de estado de 1936 y la posterior guerra civil, convertida casi de inmediato en guerra santa por el nacional catolicismo, se ceba de forma dramática no solo contra los ideales libertarios, igualitarios y fraternales de la república, sino también sobre los nombres por su significado anticlerical, anarquista, libertario o simplemente por no encontrarse dentro de los cánones establecidos por la Iglesia.

Una orden publicada en el Boletín Oficial del Estado el 21 de mayo de 1938, consultada por TINTO NOTICIAS -El periódico de la Cuenca Minera de Riotinto-, señala que la Real Orden de 9 de mayo de 1919 «derivó, con el objeto de introducir nombres adecuados a la ideología de aquel Gobierno, mediante un razonamiento paradójico, y confundiendo el interés público con el político, a la consecuencia de admitir como nombres palabras que expresaban conceptos tendenciosos que decían encarnados en su régimen, como Libertad y Democracia, o los nombres de las personas que habían intervenido en la revolución ruso-judía, a la que la fenecida república tomaba como modelo y arquetipo».

«La España de Franco no puede tolerar… la intromisión de nombres que pugnan con su nueva constitución política», continúa la Orden, tras lo que señala, por un lado, que «es preciso, por lo tanto, volver al sentido tradicional en la imposición de nombres a los recién nacidos», y por otro, que el criterio anterior «debe ser reformado para la España Católica en el sentido de que sólo puedan imponerse a los católicos los nombres contenidos en el Santoral Romano».

En base a ello, tal y como se expone a continuación en el artículo 1º de esta nueva Orden, «en lo sucesivo, al practicar las inscripciones de nacimiento, cuidarán los Registradores Civiles de que no se impongan a los recién nacidos nombres abstractos, tendenciosos o cualquiera otros que no sean los contenidos en el Santoral Romano para los católicos, pudiendo -eso sí- admitir nombres de personas de la antigüedad que disfrutaron de honrosa celebridad».

La Orden afectó especialmente a personas de la Cuenca Minera de Riotinto, como algunas, por ejemplo, a quienes sus padres habían puesto los nombres de Acracia, Olga y Violeta y que posteriormente tuvieron que ser bautizadas con los nombres de Gracia, María del Carmen o Margarita, respectivamente. Son solo tres de los muchos ejemplos que se dieron en la comarca minera, una zona en la que se había extendido de manera especial aquella tendencia iniciada en la Primera República de asignación de nombres anarquistas.

Gabriel Alejandro Sanz y las reales minas de cobre de Río-Tinto

En 1859 Ramón Rúa Figueroa, Ingeniero del Cuerpo de Minas, escribió en su libro “Ensayo sobre la historia de las minas de Rio-Tinto”: – El origen de las explotaciones minero-metalúrgicas del término de Minas de Rio-Tinto se pierde en la noche de los tiempos. Examinadas con detenimiento las escorias se descubren dos edades de producción distintas, que representan otras tantas dominaciones: la de los fenicios, que cargaba sus naves con la plata de la Bética y la de los romanos, ese pueblo que sitiado por Alarico reducía sus ídolos a moneda para comprar la libertad-.

Desde que los romanos abandonaron las minas en el siglo V hasta que se reanudó de nuevo la explotación en el siglo XVIII, pasaron más de 13 siglos en el olvido y apenas hay constancia de trabajos en las minas por parte de otros pueblos.

Mas tarde, en 1725 una Real Orden de Felipe V le concede Asiento y concierta con Lieberto Wolters Vonsiohielm caballero sueco de nación, que se encargue del trabajo y beneficio de las Minas de plata de Rio-Tinto, Guadalcanal, Cazalla, Aracena y Galarosa por un periodo de 30 años. Sin embargo, Lieberto Wolters no pudo ver cumplido su sueño ya que tan solo dos años más tarde falleció, dejando su legado a su sobrino Samuel Manuel Tiquet.

Pero en 1747 llega a las minas uno de los más controvertidos personajes de la historia de Rio-Tinto, Francisco Thomas Sanz, el sastre de Valencia. Para unos el impulsor de la primera minería subterránea moderna de Rio-Tinto y principal responsable del incremento de producción de cobre, que lo consideran como el verdadero “reformador”. (3). Para otros, un personaje que sembró el desorden con su más que dudosa honradez y que practicó el nepotismo e injustificadas reclamaciones hasta su muerte en 1800. Sufrió, además, varios intentos de asesinatos de los cuales salió airoso.

El hecho es que contribuyó notablemente a poner en funcionamiento la empresa minera. Y así lo reconoció Samuel Tiquet, ya que a su muerte nombró a Sanz albaceas y administrador de las minas. Y así se lo reconoció también el antiguo pueblo de Riotinto al rotularle una calle con su nombre, la calle principal del pueblo donde estaba el club de los ingleses, la calle Sanz.

Como administrador de las minas se hizo cargo en 1758 cuando tenía 14 trabajadores y las revertió a la Corona en 1778 con 780 trabajadores.

El 31 de julio de 1762 trabajando los operarios de Rio-Tinto en una antigua galería, se encontraron una lámina de cobre con una inscripción dedicada al emperador romano Nerva. Este sería el nombre que le pondrían a la aldea de Rio-Tinto cuando se segregó de Zalamea en 1885.

Pero en lo que estuvo francamente desafortunado Sanz, fue en su mencionado nepotismo. Sus colaboradores familiares no poseían la capacidad y la habilidad que él demostró. Su hermano Gabriel, impulsor de la construcción del Sepulcro de Zalamea en 1776, llegó a ser tachado de “charlatán presuntuoso”; su yerno Atanasio José Rodríguez, tesorero, fue conocido como “el satanás de las minas”, por su prepotencia y abuso de poder; y su nieto Vicente de Letona, contable y después gerente de las minas, no pudo desvincularse de las presiones negativas que ejercía sobre él el clan familiar.

Llamado ante el éxito de su hermano Francisco Thomas Sanz, Gabriel Alejandro Sanz empezó a trabajar de Fiel en la entrada del carbón, Pagador de operarios y Capataz de barrenería en el año 1750, nombrado por el asentista Samuel Tiquet.

Seis años después, en 1756, le despachó el título de Contador y Pagador con el sueldo de 250 ducados, el cual no fue efectivo, ya que las minas no producían para sufragar estos gastos. Además se le agregó durante 4 años el trabajo de Escribano habilitado para las minas por el Juez conservador D. Martín Alonso Bolaños. Aparte de ello, también hacía otros trabajos solicitados por Tiquet como Correos y correspondencia o asistirle en su larga enfermedad.

En 1760 siendo administrador de las minas su hermano Francisco Thomas, le confirió a Gabriel Alejandro amplios poderes, ya que estaba en la necesidad de adquirir fondos con que sostener las minas y seguir sus pleitos; de esta forma, le aumentó su sueldo a 300 ducados anuales.

Posteriormente en 1770, viendo como trabajaba Gabriel, le volvió a otorgar el título de Director de las minas, pero con el desempeño también de la Contaduría, habiendo de servir uno y otro cargo por el sueldo de 500 ducados anuales.

En estos años, siendo director de las minas y estando casado con la zalameña Feliciana García Beato, cursó en 1776 una solicitud al Cabildo reclamando una extensión de terreno para construir en él una ermita que se llamaría del Santo Sepulcro, “para que se venere con mayor culto una imagen de Nuestro Señor Sepultado”, con la finalidad original, que aún se conserva hoy, de emular el sepulcro donde fue enterrado Jesús de Nazaret tras su muerte en la cruz.

Esta obra se coronó con la colocación de una campana en la espadaña del sepulcro y en la intervención para su restauración en el año 2013 salió a la luz la inscripción del promotor de la obra del sepulcro y padrino de la campana Gabriel Alejandro Sanz, el cual dedicó el nombre de la misma a San José.

El cargo de Contador Director de las minas lo tuvo por 9 años, hasta que en 1779 se le separó de la Contaduría de las Reales Minas de cobre de Rio-Tinto.

Pero Gabriel Alejandro era muy optimista y solo cuando su hermano Francisco Thomas cesó como administrador de las minas en 1783, comenzó a sufrir apuros económicos. En una carta de las muchas que escribió al Consejo de Hacienda, fechada el 30 de junio de 1790 desde Zalamea, a Pedro de Lerena, Ministro de Hacienda con Carlos IV, le dice que desde que lo separaron de la Contaduría sin tener antecedentes, ni haber el más leve motivo, perdió la salud de tal modo que no logró restituir su robustez y le solicita un empleo al servicio del rey e incluso que pueda vestir con el uniforme oficial similar al de los ingenieros franceses.

Su tiempo libre lo dedicó a realizar experimentos científicos y a escribir y publicar artículos como “los usos del lino”, “el cuidado de las abejas” o “una nueva forma de producir cobre por un proceso químico” en el que pretendía demostrar que el cobre de cementación era un hierro teñido de cobre lamentándose del descrédito que esto ocasionaba a los cobres españoles. No concebía que el hierro se disolviese en las aguas vitriólicas para reemplazar el cobre, quedando Gabriel Alejandro para la Real Sociedad Patriótica de Sevilla, según un informe del 12 de mayo de 1791, como un charlatán presuntuoso.

Lo cierto es que Gabriel Alejandro Sanz contribuyó de manera positiva a la institución de una de las más arraigadas tradiciones que perduran casi 250 años después, en el viernes santo de la Semana Santa Zalameña, la Vía Sacra, que comienza en las puertas de la iglesia y termina en la ermita del Santo Sepulcro, habiendo realizado un recorrido similar al que realizó Jesús de Nazaret en su camino al calvario.

Por Juan Carlos Domínguez Vázquez

El zalameño Domingo Fernández Seisdedos, la primera víctima del franquismo que fue exhumada

Sus restos fueron trasladados en 1983 y reposan debajo del monumento a las víctimas de la represión del Cementerio de la Soledad, según se revela en una nueva publicación de la Amhph, realizada por José María García Márquez y Miguel Ángel Harriero

La primera exhumación de una víctima del franquismo que tuvo lugar en democracia fue la de un vecino de Zalamea la Real, concretamente la de Domingo Fernández Seisdedos, ejecutado en Huelva a los 21 años de edad el 30 de septiembre de 1937 tras ser condenado a la pena de muerte.

La exhumación se produjo en 1983 en una de las fosas comunes del cementerio municipal de La Soledad de Huelva, concretamente en el patio tercero del Sector San Marcos, tras lo que sus restos fueron depositados donde posteriormente fue levantado un monumento en homenaje a las víctimas de la represión, precisamente el monumento que puede apreciarse en la imagen que ilustra esta información, tomada en 2011, en la que aparece su hermano Emilio Fernández Seisdedos, fallecido hace unos años.

Así se recoge en ‘Las fosas comunes del Cementerio de la Soledad y la represión militar en Huelva (1936-1944), una obra de la Asociación de Memoria Histórica de la Provincia de Huelva realizada por el historiador José María García Márquez y el investigador Miguel Ángel Harriero, quienes han podido conocer este hecho tras consultar a un empleado del cementerio y a una sobrina de la víctima exhumada, María del Carmen Fernández Reyes, hija de Emilio Fernández Seisdedos.

Según les indicó el empleado, la exhumación se produjo «en los días anteriores a la finalización de la obra» con la que se levantó el citado monumento, tras lo que el traslado de los restos se pudo llevar a cabo por las plantas que delimitaban la fosa, tal y como les informó la propia Fernández Reyes a través de un testimonio recogido en la publicación, consultada por TINTO NOTICIAS -El Periódico de la Cuenca Minera de Riotinto-.

El citado estudio revela que las fosas comunes del cementerio de La Soledad cuentan con al menos 1.437 víctimas del franquismo enterradas entre 1936 y 1944, de las que se conoce la identidad de 1.099. De ellas, un total de 68 residían en la Cuenca Minera de Riotinto: 20 en Zalamea la Real, 17 en El Campillo (Salvochea), 16 en Nerva, 12 en Minas Riotinto, dos en Campofrío y una en La Granada de Riotinto, tal y como informó este periódico a través de esta publicación, en la que se indican los nombres de estas 68 victimas y las circunstancias de su muerte.