Ya a finales del S. II a.C., tras expulsar las legiones romanas a los cartagineses de Hispania en las II Guerras Púnicas, la provincia de Huelva entra a formar parte del gran Imperio Romano. Como dato curioso, las ciudades romanas más destacadas en la provincia de Huelva son Onuba, Ilipla, Iptucci , Ostur, Arucci, Turobriga, etc, existiendo unánimes testimonios escritos de esa época que definen al territorio de la provincia de Huelva, delimitada por los ríos Anas (Guadiana) y Baetis (Guadalquivir) y Beaturia Céltica (abarca parte de la actual Badajoz).

A los tartéssicos les continúan pueblos de etnia céltica que ocupaban la provincia y su Cuenca Minera, últimos moradores tras la ocupación de Iberia por el Imperio Romano, colonización que abarcó hasta bien entrado el S. I d.C., cuando comienza el primer gran periodo en la minería de los yacimientos onubenses. También estaban los turdetanos, pueblo heredero de los Tartessos que convivía con los romanos, subsistiendo en gran medida gracias al contacto con comerciantes de oriente que buscaban la plata y otros minerales.

El gran auge que disfruta la minería romana por entonces en los criaderos onubenses no es igualado en producción y rendimiento hasta la mitad del S. XIX. Los romanos, tras su entrada en la Península, gracias a la experiencia de pueblos indígenas, relanzan la producción de las minas de la sierra horadando todo el territorio con pozos y galerías.

Los principales ejemplos y vestigios de minas romanas de cobre, plata y plomo, además de otros metales, se concentran en el sur de de la Península Ibérica, a lo largo de la Faja Pirítica (yacimientos masivos de minerales polimetálicos y minerales preciosos), aunque no son estos criaderos minerales los únicos, pues explotaciones mineras de esta clase hay muchas y se encuentran dispersas por todo el Imperio Romano. Por el contrario, las tecnologías empleadas en su explotación sí son relativamente uniformes en todas las áreas del Imperio.

Estas tecnologías empleadas en la Península solían ser del tipo ‘Ruina Montium’ y socavones o galerías tipo ‘Caja de Muerto’. Esta segunda técnica es la utilizada en las labores de explotación de las masas de mineral polimetálico y precioso que se encontraban bajo la capa de Gossan (roca de color rojizo debido a la oxidación de los minerales férricos que contiene).
Muchas veces la presencia de agua en los tajos era debido a que se profundizaba por debajo del nivel freático, lo que obligaba al empleo de tecnologías de evacuación del agua tales como el Tornillo de Arquímedes, La Noria, La Polea de Cangilones, etc. Una vez extraído el material era tratado allí directamente mediante un proceso de trituración y, finalmente, molido en moledoras de granito, para acabar concentrando por medio de técnicas de separación la mena de la ganga por procesos de decantación, sedimentando el mineral por su propio peso. Obtenida la mena mineral se fundía en lingotes de plata, plomo, cobre, oro, etc., transportados y comercializados por vía terrestre o marítima a todos los puntos del Imperio.

Concluiremos diciendo que la colonización romana nunca fue muy positiva para las áreas conquistadas, ya que lo explotado y obtenido se comercializaba por todo el Imperio, sin regresar nunca a sus lugares de orígenes. La represión y subyugación de los pobladores indígenas suprimieron, en su práctica totalidad, la existencia de los mismos, empleándolos en su mayoría como mano de obra esclava para el beneficio propio del Imperio.

Por el contrario, sí se heredaron aspectos positivos de ellos, pues quedó evidenciado que el empleo de mano de obra esclava no era la mejor alternativa, ya que requería de un sobrecoste para su vigilancia y custodia, dentro de los entresijos de las galerías y pozos, lo que llevó a considerar que emplear mineros en condiciones libres que trabajaban a destajo era más rentable. También nos permitió conocer nuevas tecnologías, por aquel entonces, de las más modernas, que fueron posteriormente empleadas tras la marcha de los colonizadores.

Por Héctor Vélez, ingeniero de Minas