El artista, pintor, grabador, dibujante, decorador, divulgador cultural, catedrático, conferenciante, tertuliano, político, futbolista, Antonio Granados Valdés, quien el pasado 11 de diciembre de 2017 cumplió sus primeros cien años de vida, continúa recibiendo homenajes de sus paisanos nervenses. Ha sido José Luis Lozano, el reciente autor del libro sobre el centenario del NERVA CF, quien se ha acercado hasta su domicilio en Madrid para llevarle pan, dulces, meloja, fotos y una cerámica con la Torre de Nerva y el escudo del equipo de futbol, tan centenario como él.

Por un momento a Antonio Granados Valdés se le puso cara de niño con tantos regalos enviados desde Nerva. “Ya veis –dijo- me condenaron a muerte con 19 años y aun sigo dando la lata”. Tantos regalos no le cabían en la mesa. La Panificadora INERPAN le hizo un enorme pan con su nombre y la Torre de su pueblo, más otros panes de esos que siempre hemos comido en los pueblos; la escuela de adultos Seper Adela Frigole le envió una gran bandeja de pestiños, una caja de roscos caseros, piñonates y una foto de profesores y alumnos; el alcalde de El Berrocal le mandó un bote de meloja, “me la comía a escondidas de niño”, y el Nerva CF volvió a recordarle con una foto de su plantilla y un azulejo cerámico “por su innegable contribución al futbol y a la cultura nervense”. Ya le había reconocido con un diploma, colgado ahora en su casa madrileña, durante la gala del centenario del club, el pasado mes de enero.

Antonio aprovecha cada ocasión para recordar que si él no jugó en el Betis, en 1942, cuando quedó campeón de Segunda División y ascendió a Primera, fue porque el mismo día que iba a fichar por el club de Heliópolis, la Guardia Civil lo detuvo para llevarlo a un batallón de castigo “por no haber hecho la mili”, cuando el 17 de julio de 1936 estaba en Regulares de Ceuta, siendo detenido y torturado y pasó 5 años en varias cárceles españolas. Y ríe cuando recuerda que su primera camiseta del Betis le tocó en una rifa de un comercio de Nerva y con ella jugaba en el Betis Nervense. También su primer trabajo se debe al futbol, ya que su padre lo metió a aprendiz de barbero, en la Cañadilla, para evitar que siguiera rompiendo alpargatas y zapatos dando patadas a un balón. Otro de sus trabajos fue de decorador en dos cerámicas, una en Triana y otra en Gijón ,’La Santina’, por eso dice “aunque con mi ceguera no veo bien el azulejo del Nerva CF, seguro que está bien pintado”.

La larga vida de Antonio Granados Valdés da para muchas anécdotas e incluso recuerda cuando él, con solo 16 años, tuvo que declarar la huelga de 1934 en Nerva, ya que los dirigentes socialistas y ugetistas estaban detenidos y él se quedó al frente de las Juventudes Socialistas; la persecución y prisión durante toda la guerra civil; su ingreso en la Legión para evita el Batallón de Castigo; su estancia en Gijón, donde jugó por última vez al fútbol; su aprendizaje en Madrid con el pintor Vázquez Díaz; su marcha a Venezuela donde fue profesor de dibujo en la Facultad de Arquitectura (1955-1978); su actividad cultural en el país ‘bolivariano’; su vuelta a España tras la jubilación; su actividad tertuliana en el Café Gijón y sus iniciativas como editor de publicaciones; sus libros y conferencias; sus amigos perdidos; su ceguera, “lo peor para un artista como yo”, y su inmensa obra artística, con sus dibujos, sus óleos, su actividad como grabador…todo pasa como un rayo por su prodigiosa memoria en un centenario en el que está recibiendo el reconocimiento y agradecimiento de sus paisanos. Se siente feliz y vuelve a recordar sus donaciones a Nerva, gracias a lo cual el pasado año se pudo hacer una triple exposición simultánea: ‘Antonio Granados Valdés, cien años de Vida, Arte y Compromiso’, en el Museo Vázquez Díaz y en las Sociedades Centro Cultural y Círculo Mercantil, acontecimiento singular que no ha tenido ningún otro artista local. Mira el pan, los pestiños, los roscos, el piñonate y la meloja y dice “para comerme todo esto necesito otros cien años, ¡y eso que soy goloso! Espero no ponerme malo con tanto dulce”. Y en su estantería llena de retratos de personajes que conoció y dibujó coloca su azulejo con la Torre de Nerva y las fotos de su Nerva CF y de los alumnos que tanto le acaban de endulzar la vida. “Me condenaron a muerte con 19 años, pero aquí estoy” y con pan para otros cien años.