Aunque se marchó de El Campillo con 18 años, este onubense nacido en Rosal de la Frontera no olvida su tierra, a la que vuelve siempre que tiene ocasión y de la que le habla mucho a su familia para que conozca bien sus raíces

Aunque Maximiliano López Figueras nació en Rosal de la Frontera hace 76 años, siendo un niño se marchó con su familia a El Campillo, donde sus padres comenzaron a trabajar en el campo. Fue así como pasó toda su infancia y juventud en esta localidad de la Cuenca Minera, siendo alumno de la escuela profesional ‘Escuela Familia’ y, posteriormente, obrero de la Fundición, donde estuvo seis meses.

Así fue hasta que, a los 18 años, se marchó a realizar el Servicio Militar como voluntario en Aviación durante cuatro años, siendo alumno en la Escuela de Especialistas de León, donde fue mecánico de avión, y, más tarde, estuvo en prácticas en la Base Aérea de La Parra de Jerez de la Frontera (Cádiz). Una vez licenciado se fue a vivir a Tarragona, donde estaba instalada parte de su familia paterna.

Un destino en el que sigue residiendo en la actualidad y desde el que nos cuenta su trayectoria para nuestra sección ‘Minero por el mundo’

-Maximiliano, ¿cuándo y por qué se marchó de la Cuenca Minera?

-De la Cuenca Minera, definitivamente, me marché en 1966, mayo para ser exacto. El porqué, considero que es complicado, porque no responde a una planificación muy meditada. Simplemente, te vas. Tenía las mismas razones para quedarme, como hicieron mis amigos. En la compañía no pedí ni el finiquito cuando me marché. Por el poco tiempo que había prestado mis servicios en ella consideré que no merecía la pena la cuestión económica, otra cosa que no valoré en su justa medida, pues en la época ningún dinero era despreciable por poco que fuese.

-¿En qué ciudades ha vivido?

-Descontando el tiempo del servicio militar -repartido entre León, Jerez de la Frontera y Morón, en tres lugares: Rosal de la Frontera, El Campillo y Tarragona.

-¿Desde cuándo se encuentra en Tarragona?

-Desde el día 8 de mayo de 1966. Llegué a las 8 de la tarde en el tren que llamaban catalán. En el mismo tren me dieron la primera, y corta, lección de catalán.

-¿Qué balance hace de su vida fuera de Huelva?

-Es totalmente positivo, pues, no es poco haber tenido trabajo de forma permanente, siempre en la industria química, -excepto un período muy corto en otras labores-, tener cubiertas todas las necesidades con un sueldo acorde con los tiempos, haber creado junto a mi mujer (campillera) una familia de la que me siento muy orgulloso, haber podido educar y costear estudios superiores a mis hijos, lo que a cualquier padre satisface, disfrutar de mis nietos y llevar una vida tranquila. Además, he participado con distintos cargos en la asociación Casa de Andalucía de Tarragona y Provincia, en ella sigo como socio.

-¿Qué está haciendo en la actualidad?

-Disfrutar de lo hecho en aquellos primeros cuarenta y cuatro años de cotización a la Seguridad Social…, paseo, leo, cocino, me intereso por lo que ocurre en el país y me preocupo por lo que tocará pagar a los nietos de mis nietos.

-¿Su familia conoce la Cuenca Minera?

-Sí, la conocen. Mi familia directa sí, tanto paterna, que se afincaron en Tarragona, y muchos de parte materna, que se afincaron en Barcelona. Mis hijos y mis nietos la conocen desde pequeños. Creo que es necesario que sepan cuáles son sus orígenes. Es más, el menor de mis hijos nació en lo que es actualmente el Museo Minero.

-¿Qué es para usted su pueblo?

-La pregunta es simple pero no sencilla. Es una cuestión de sentimientos y creo que esto lo define mejor, en la tierra del fandango, una letrilla del grupo Tartessos, muy bien “cantao”: “Enamorao”, de la tierra en que nací, siempre “estao” “enamorao”, aquí da gusto “viví” con tantos amigos al “lao” que más puedo yo “pedí”. Seguro que hay muchas más y valen para cualquier lugar de Huelva.

-¿Suele venir mucho? ¿Qué es lo qué más echa de menos de su tierra?

-Sí. Siempre que puedo, -entre consulta y consulta médica (es broma)-, me encanta estar en mi tierra. Echo de menos las cosas sencillas. Es decir, todo.

-¿Algún mensaje a final a los mineros?

-A los que están, que crean en su tierra, con virtudes y defectos, pero no a cualquier precio. A los que están lejos, que no se olviden de ella: aquí dieron los primeros pasos, fueron por primera vez a la escuela, tuvieron los primeros amigos, crecieron sus sentimientos, etcétera. ¿Cómo se pueden olvidar esas cosas?

Recuerdo que, en una ocasión, nos juntamos varios campilleros/as en un pueblo cercano a Tarragona por espacio de tres horas. Todo el tiempo estuvimos hablando de El Campillo; algo debe tener el agua cuando la bendicen. En otra ocasión, mientras estábamos trabajando mi compañero, y amigo, se descolgó con unos cantes, mientras lo escuchaba miré a mi alrededor y todos los que estaban en la obra pararon para oírlo.