Siempre es buena noticia que se ponga en marcha un medio de comunicación; pero si, además, ese medio se encarga de retratar e interpretar tu entorno más cercano, la alegría es doble.

Cuando me brindaron la oportunidad de colaborar con este medio que hoy amanece, ni me lo pensé. Para alguien que se ha criado con el “Unidos laboramos” de su escudo por bandera, no cabía otra respuesta. Desde esta plataforma digital, mi deseo es aportar mis humildes opiniones, con una perspectiva libre, que no libérrima, y con la oportunidad arbitraria que requieran la realidad y el presente, en su anchura temporal y espacial que un mundo interconectado permite. Pues hoy más que nunca tiene vigencia el “efecto mariposa”, el que nos recuerda que el leve aleteo de las alas de una mariposa se puede sentir al otro lado del mundo. O, si se quiere, y algo más pesimista, como decía el tango “Cambalache”, el que nos esconde que, en el fondo, todos estamos “en el mismo lodo, todos manoseaos”.

La diferencia, la singularidad, lo que nos hará mejores ciudadanos y mejores personas es precisamente la correcta interpretación de esa realidad caótica y tiranamente democrática que nos esclaviza, que nos iguala a todos aplastándonos. El periodismo ayuda a ello. Nos guía, nos pone luces en el camino, ensancha el embudo reduccionista. Y para ello, hay que ir a las buenas fuentes, a los genios que sembraron dudas, que removieron conciencias, que deshojaron la cebolla y nos enseñaron sus capas más profundas. Quevedo, Montaigne, Larra, María Zambrano, Umbral, Pérez-Reverte… Los nortes, las referencias, los eternos amaneceres de la palabra comprometida.

El periodismo sin compromiso es mal periodismo. Pero, y aquí está el quid de la cuestión, ese compromiso debe provenir de la libertad de pensamiento. No debe ser un compromiso interesado, orquestado desde algún poder político, social o económico. El único compromiso es para con los lectores y las lectoras. Y se entrega, se escribe no como quien da una limosna al pobre, sino como quien ayuda a sus iguales. Mirándolos de frente, a los ojos. Unos ojos que miran juntos al amanecer, describiendo sus colores, interpretando las siluetas en el horizonte.

Ese será mi propósito cuando escriba para ustedes. Ni más ni menos. Sin obligaciones personales, pero con responsabilidades colectivas. Pues mi pueblo, mi comarca merecen todo el respeto que pueda poner en juego. Porque la historia, nuestra historia, merece que el presente y el futuro le devuelvan al menos un ápice de su brillo y de su altruismo. Quid pro quo. Que nuestro pasado se convierta en una ventana al futuro, en un nuevo amanecer de unos pueblos que tiraron de la locomotora onubense, andaluza y española durante muchísimos años.

Pero ya habrá tiempo para tales exigencias. Por ahora, déjenme que celebre el amanecer de este periódico digital. Y, si quieren, súmanse a esta celebración. Brindemos con vino tinto, reguemos nuestra felicidad con las aguas caleidoscópicas de nuestro río más emblemático. El que recorre el subsuelo y la superficie de nuestras castigadas venas. El río que amanece cada día en la tierra que nos vio nacer.

José Enrique Santana, licenciado en Filología Hispánica