Por Ángel Romero Díaz

Lo que voy a contar es largo, pero es muy importante.

En 1916 volaron la torre de la Iglesia del antiguo pueblo de Riotinto que fue, poco a poco, engullido por la Corta Atalaya. La historia de Riotinto, con su Año de los Tiros, nos debería haber enseñado que, a los dueños de las propiedades mineras, poco o nada les ha importado nunca la situación de sus trabajadores. Sus sentimientos, casi siempre, se han medido más conforme al valor del cobre. Desde Maximiliano Tornet a Concha Espina, pasando por Félix Lunar, nos contaban lo que aún no terminamos de entender: vienen a por el corazón de la tierra, la que está manchada de nuestra sangre, y se van. Se llevan la riqueza a cambio de los sueldos de quienes trabajan allí y, con normalidad, se les tiene que mendigar hasta el empleo. Lo explicaba mejor el cerreño Luciano Suero, que trabajó en las minas de Perrunal, La Zarza y San Telmo: “Puede suponerse que jamás hay ni habrá esclavitud mayor impuesta al hombre, aunque la que se relata fuese ‘voluntaria’ por la necesidad de ganar algo para poder subsistir”.

Este caciquismo no es algo inédito de Riotinto, es el patrón que se repite a lo largo de las minas, da igual que sus dueños sean ingleses que franceses o españoles. En 1930, la compañía inglesa San Telmo Limited, que era la que explotaba la mina de San Telmo, decidió ahorrarse el dinero de los sueldos de los pinches que llevaban el agua a la boca del pozo para su envío al personal que trabajaba en el interior. Los relevos se encontraron con el hecho consumado y decidieron hacer huelga. La compañía les dijo que bebieran el agua de interior de mina porque era potable, a sabiendas de que producía diarreas a los mineros. La huelga la ganaron los trabajadores a los tres días y la compañía repuso a los aguadores, pero echó a la calle a quienes habían participado activamente en ella, además de que uno de sus directores, Ramón Wasaldua, implicara a la Guardia Civil para que no volvieran a contratarlos en otras minas. Tampoco era algo inusual, lo mismo le habían hecho en La Zarza a Pedro Masera en julio de 1930 por haberse negado a trabajar después de que cuatro compañeros murieran sepultados en una galería. Se las vio y se las deseó para criar a sus hijos sin que le dieran trabajo.

La propiedad de la explotación de San Telmo era de la familia del Conde de Ybarra, que había llegado a ser alcalde de Sevilla y cuya familia ha sido conocida por su grupo de alimentación o sus navieras. Junto a la mina se creó el poblado de San Telmo, sin agua ni aseos, para las familias de los mineros, despojando a estos hasta de la propiedad de sus casas. Primero la Barriada Vieja, después la de San Agustín y, por último, la Barriada Nueva. Patrón también repetitivo en otras minas.

Todo era de la Compañía, había que tenerlo claro, hasta los trabajadores. Y eso estaba grabado a fuego en las mentes de los propietarios que, como dije, solo pensaban en ganar dinero. Así ha sido siempre. Se puede comprobar en las cartas que enviaba el Conde de Ybarra a sus hijos cuando estaba de descanso en Bilbao, a mitad del siglo XIX: “me dais noticias de San Telmo y no me decís el cobre que produce y cómo se vende”.

Las generaciones venideras de aquellos mineros, continuaron viviendo y muriendo en aquellas tierras, sin ser nunca dueñas de sus casas, ya que estas permanecían ligadas a la propiedad de hijos, nietos y bisnietos de aquel acaudalado José María Ybarra que llegó de Bilbao para hacer fortuna extrayendo directamente el cobre para su siderurgia familiar y que, más tarde, se dedicó a la política y arrendó aquellas minas.

Mientras la hegemonía de aquella familia ha continuado en Sevilla, Andalucía y España, ligados a bancos, grupos de comunicación o a la construcción, el pueblo minero de San Telmo ha ido viviendo sus propias calamidades a lo largo del tiempo. Si el cobre cotizaba bien y era rentable, sus vecinos podían trabajar y si no lo era, se tenían que dedicar a la agricultura o a trabajos forestales. Nada más.

Uno de los periodos más estables de trabajo fue con San Telmo Ibérica Minera, compañía que trabajó en régimen de arrendamiento entre los años 1948 a 1992. Esa fue la primera mina donde trabajó mi padre y también la última, después de que Lomero Poyatos cerrara en 1984, y no guardaba buen recuerdo tampoco: “El abuso que me encontré en San Telmo era de escándalo, el trabajo lo realizábamos completamente descalzos, pues si lo hacíamos con las alpargatas éstas no duraban más de una hora”. Mantengo un vivo recuerdo de la única vez que mi padre me llevó en su Renault 12 a aquella mina y pasé la tarde siendo cuidado por José Beltrán.

Coincidiendo con esa mejor etapa, nace en 1973 la Romería que rinde culto a San Telmo, patrón de la localidad. Las familias de aquellos mineros sólo podían paliar la agonía de la espera, de quienes bajaban por aquellos pozos, rezando. Y, al igual que por Santa Bárbara, así creció el fervor religioso en Minas de San Telmo.

Pero, como los pobres son pobres hasta para celebrar una fiesta religiosa, también en este tema han tenido que ir soportando lo que, desde Sevilla, les iban dictando. Ahora podéis celebrarla en Palomarejos, ahora al lado del Cabezo del Toro, y así han ido sorteando los años en una romería humilde a la que desde pequeño me llevaba mi vecina Manolita, por la gran devoción que sentía su hermano Domingo.

Con esa amenaza perenne, las familias santelmeñas fueron construyendo, con sus ahorros y muchos esfuerzos, pequeñas casetas. Ayudándose los unos a los otros en las jornadas de descanso levantaron, en torno a una pequeña ermita y una casa de hermandad, unas cuantas casetas que, salvo dos o tres, son de arquitectura efímera.

Este mismo compromiso de que en sus terrenos pudieran realizar la romería me lo refrendó hasta en dos ocasiones el recientemente fallecido Ramón Ybarra hace más de una década cuando yo era concejal en Cortegana y poco tiempo después. En el final de aquella legislatura mi compañero Antonino Núñez quiso promover un expediente de expropiación como el que en 2010 aprobó el ayuntamiento de Aljaraque para hacerse con los terrenos de la romería de Corrales. Recuerdo especialmente su interés reuniéndose con el que era alcalde de Aljaraque, Pepe Martín, o con el abogado especialista en patrimonio, Rafael Ortiz. Aquello terminó tras las elecciones locales.

La subida de los precios del cobre ha supuesto muchos empleos en la mina de Aguas Teñidas para jóvenes de San Telmo que les han permitido vivir donde nacieron y mantener con vida un poblado al que le han ido quitando servicios en los últimos años. No hay nada más digno que la resistencia de seguir empeñados en vivir en un entorno rural a pesar de ir quitándoles maestros, médicos y hasta el cajero automático. Pero esa misma subida de los precios del cobre hizo que en 2020 la Junta de Andalucía diera permisos de investigación a Tharsis Mining, que es la filial de Magtel que compró aquellas propiedades a los Ybarra.

A través de una sentencia judicial de hace unos meses les obligan a abandonar el paraje donde celebran la romería, algo que ya habían despachado los tribunales en 2018 y, hace unos días, con la mediación del Obispado de Huelva, se acordó echar todo abajo salvo la casa de hermandad y la ermita.

La misma historia de siempre. La de ingleses y franceses, ahora con dueños españoles. Aunque dudo mucho de que el presidente de Magtel, Mario López Magdaleno, conozca algo de todo esto que yo cuento. Magtel, que factura 150 millones de euros anuales, nació cuando la romería de San Telmo llevaba casi veinte años celebrándose.

No es justo que esta historia sea cíclica. No es de recibo que alguien quiera ganar más dinero o especular con ello a costa de las generaciones de hijos e hijas de mineros que han mantenido con vida aquel lugar a pesar de todo.

Ya no es hora de compensar con empleos para que se lleven la riqueza a otro lado porque, entonces, qué será lo siguiente. Ni la Junta de Andalucía ha sido sensible para no permitir investigar en esos terrenos, ni el Ayuntamiento de Cortegana ha sido ágil para hacerse con ellos y, por encima de todo, sus actuales propietarios (Tharsis Mining/Magtel) han tenido ni un mínimo de consideración con los verdaderos dueños de todo aquello: quienes viven allí y quienes han dejado su sangre regando aquellas rojas tierras.

No me vale ese acuerdo del Obispado, ni me vale la pasividad de las administraciones y partidos políticos de todos los colores que no hacen nada por ayudar a una causa tan justa como esta. Que estamos hablando de tirar abajo casetas de madera y chozas de cartón sin saber siquiera si alguna vez se abrirá aquella mina. Claro que, quien se compra un palacio en la calle Laraña de Sevilla por 14 millones de euros, quizás no piensa importante tirar una caseta de unos miles de euros porque no sabe a cuánto cotiza el sudor de los mineros, ni cuántas horas al sol pasaron levantándola. Pero, de momento, albergo la esperanza de que ni sepan de que hablamos y sólo espero que cuando a los hermanos López Magdaleno les llegue esta información actúen acorde a lo que la historia de San Telmo merece y honren con un pequeño gesto a quienes le permiten incrementar su patrimonio.

Recuerdo que, poco tiempo después de abrir la mina de Aguas Teñidas, participé en la recepción de unos accionistas canadienses de Iberian Minerals que venían de hacer un tour por sus propiedades africanas. Olvidé cómo se llamaba, pero tenía unas botas de esas de cowboy y, no mucho después de bajar del helicóptero, preguntó si allí se podía “pegar” a los trabajadores. Siempre he creído que quiso decir castigar, aunque no sé qué acepción quiso usar, pero la traductora dijo aquello para sorpresa nuestra y mi amigo Paco García, ex alcalde de Almonaster, le respondió la burrada que merecía. Ahora pienso que fuimos muy ingenuos: claro que aquí se puede castigar a los trabajadores. Y nadie hace nada.