Un artículo de Jose Antonio González Soriano

Círculo de Podemos Huelva

 

Cuando el 14 de abril de 1931 se proclamó en España la II República, un nuevo horizonte político se extendió ante los ojos de un pueblo fatalmente acostumbrado al desprecio y la impotencia. En el período republicano se acometieron transformaciones sociales y culturales que pusieron en pocos años a nuestro país a la vanguardia europea, cuando hasta ese momento habíamos sido uno de los más firmemente anclados en el Antiguo Régimen. Ley de divorcio, voto femenino, emancipación de las mujeres, escolarización pública a escala masiva, apoyo estatal a la ciencia y a la cultura y un avanzado proyecto de reforma agraria figuran en el haber de los gobiernos de izquierda de este periodo, si bien toda esta renovación tuvo lugar en el medio de una corriente de impulso democrático que se identificaba con el “espíritu republicano” de que se impregnó la mayor parte de la sociedad española. Todos y todas sabemos cómo terminó aquello.

Noventa años después, si una cosa nos queda clara al posicionarnos como republicanas y republicanos es que nuestra reivindicación no se centra solo en un cambio en el modelo de la jefatura del Estado. Cuando filósofos como Rousseau o Kant hablaban de republicanismo se referían a la realización total del principio de la soberanía popular, en la alianza democrática de un pueblo que decide gobernarse a sí mismo y desarrolla los mecanismos de solidaridad que le permiten compartir unos mismos principios de justicia y libertad. Como señalaba la filósofa Hannah Arendt, la república encarna la idea central de la política entendida como “el empeño nunca acabado por parte de la gran pluralidad de los seres humanos por vivir juntos y compartir la tierra bajo una libertad mutuamente garantizada”.

En el presente, la demanda de un Estado republicano gana fuerza minuto a minuto, según diversos acontecimientos de esta época de profunda crisis van dejando al descubierto -demasiado al descubierto-, el auténtico sentido de la monarquía borbónica. En la Constitución, dos artículos enmarcan con precisión el papel que cumple el rey en nuestro Estado: si la “indisoluble unidad” de España se garantiza por medio de las fuerzas armadas, el rey desempeña el cargo de capitán general de las mismas. La figura del monarca recorta, por tanto, el abanico de posibilidades de la soberanía popular: la definición territorial del Estado unitario, controlado por las élites económicas, es intocable. Al mismo tiempo, la propia figura antidemocrática de un jefe de Estado vitalicio y dinástico, que no ha de rendir cuentas jamás, ni puede ser destituido (tampoco elegido), sirve de perpetuo recordatorio de que una parte esencial del mecanismo del poder está totalmente sustraída a la voluntad popular.

Juan Carlos de Borbón, huido de la justicia ante la inmensidad de sus delitos fiscales (entre otros muchos), y su hijo son reyes de nuestro país por la voluntad manifiesta de Franco, que así lo dispuso en un testamento político que lo dejaba todo “atado y bien atado” (una muy célebre expresión de amargo recuerdo). Un lazo de continuidad sigue tenazmente vinculando nuestro actual régimen con la dictadura. Nuestras instituciones políticas fundamentales se reconocen hijas del régimen franquista, bien al revés de lo que sucedió en el resto de Europa, que se refundó en 1945 a partir de un compromiso antifascista.

Las consecuencias de esta connivencia se dejan ver bien a las claras en el momento actual, cuando el neofascismo es agitado por parte de la derecha española como si se tratara de una opción política más, merecedora de la misma legitimidad que cualquier otra. La amenaza de que nuestra defectuosa e inestable democracia acabe colapsando como una democracia fallida se hace presente hoy, en el mismo momento en que la agenda neoliberal se encuentra bloqueada por la gravedad social de la crisis pandémica-económica.

Por estos motivos, la reivindicación de la República, en este 14 de abril, se despoja de todos sus adornos utópicos y se nos muestra en su entera, urgente y radical necesidad. Solo un futuro republicano habrá de ser un futuro democrático para nuestro país.