Tú eliges

“En el segundo día de mis anheladas holidays me acordé, antes del brunch, de que le tenía que hacer un favor al VIP de mis amigos, Manolo, the best. Como sé que siempre está online, le mandé un email para que me lo explicara. Él me aconsejó que chateáramos por su web, y así lo hice:

MANOLO: Quillo, tengo que redactarle a mi manager un estudio de marketing sobre el boom de las mountainbikes entre los urbanitas. Clikea este link y verás un ranking de ventas de bicis. Hazme tú el sumario de estos datos, ¿no?

YO: ¿Y tú mientras, qué, darling? A leer cómics, ¿no?

MANOLO: ¡Qué va, chaval! Tengo que hacer una comparativa entre los hobbys deportivos actuales: el gym, el running, el dancing, la play, el camping, el yoging… Y demostrar que las bikes están en alza. Por cierto, ¿vas a ir luego al self service de la facultad? Allí estará seguro tu showgirl preferida, Lola, la chica más fashion y más cool del campus, con su look total.

YO: No creo, tío. He quedado con Luis, el discjokey de la party del otro día. Quiere hacer una performance ochentera, y me pidió ayuda. Me llevaré mis Long plays, para que el flashback sea más auténtico. Y luego iré de shopping, ¿sabes con quién?

MANOLO: ¿Con Lola?

YO: ¡Digo! Pero, como siempre, yo iré en plan casual.

MANOLO: Entonces, me olvido de lo mío, ¿no?”

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“En el segundo día de mis anheladas vacaciones me acordé, antes del salir a tapear, de que le tenía que hacer un favor a Manolo, el mejor de mis amigos. Como sé que siempre está conectado, le mandé un correo para que me lo explicara. Él me aconsejó que habláramos por su página, y así lo hice:

MANOLO: Quillo, tengo que redactarle a mi gerente un estudio de mercado sobre el auge de las bicis de montaña entre los urbanitas. Pulsa este enlace y verás una clasificación de ventas de bicis. Hazme tú el resumen de estos datos, ¿no?

YO: ¿Y tú mientras, qué, querido? A leer tebeos, ¿no?

MANOLO: ¡Qué va, chaval! Tengo que hacer una comparativa entre las aficiones deportivas actuales: la gimnasia, las carreras, el baile, las videoconsolas, las acampadas, el yoga… Y demostrar que las bicis están en alza. Por cierto, ¿vas a ir luego al autoservicio de la facultad? Allí estará seguro tu chica espectacular preferida, Lola, la chica más a la moda y más bonita de la Universidad, con su imagen rompedora.

YO: No creo, tío. He quedado con Luis, el pinchadiscos de la fiesta del otro día. Quiere hacer una función ochentera, y me pidió ayuda. Me llevaré mis elepés, para que la retrospectiva sea más auténtica. Y luego iré de tiendas, ¿sabes con quién?

MANOLO: ¿Con Lola?

YO: ¡Digo! Pero, como siempre, yo iré con ropa informal.

MANOLO: Entonces, me olvido de lo mío, ¿no?”

MENOS BANDERITAS EN LOS BALCONES Y MÁS DEFENSA DEL IDIOMA, AUNQUE YA SEA TARDE.

José Enrique Santana, Licenciado en Filología Hispánica

Raíces

En Fahrenheit 451, Ray Bradbury nos presenta una sociedad que quema libros y castiga a quienes los utiliza. Yo no soy capaz de imaginar una sociedad así. Los libros forman parte de mis raíces, de mis orígenes, y considero que son inherentes a la evolución racional del ser humano. Da igual la forma en que el ser humano los escriba y las distintas posibilidades de recepción que se empleen. La necesidad de comunicar o de conocer, la búsqueda de la aquiescencia colectiva, del desahogo personal, de la catarsis reponedora, de la evasión confortable, y sobre todo la urgencia de la denuncia valiente… Son todos caminos sin los que no seríamos lo que somos. Sin semejantes raíces nada sería igual.

En esta novela, el personaje principal, Guy Montag, termina adentrándose en el bosque de los hombres-libro para ser ayudado en su huida. Los hombres-libro habían memorizado textos de libros para que estos no se perdieran. Eran antiguos profesores. Eran héroes que decidieron poner sus capacidades al servicio de la especie. Mantuvieron con su memoria nuestras raíces.

Muchas de las personas mayores y ancianas que nos acompañan son especies de “hombres-libro” o “mujeres-libro”, cuyo valor reside, más allá del cariño, en su experiencia: sus ojos han visto cosas que apenas podríamos creer (como diría el replicante Roy Batty). Por ello, entre otras muchas razones, debemos cuidarlas. Son tesoros cuyo legado depende de nosotros, de cómo lo recibamos y de cómo lo hagamos perdurar. Nuestras raíces permanecerán firmes si logramos que ese tesoro nos acompañe en nuestras vidas.

Por desgracia, últimamente los mayores y los ancianos son noticias única y exclusivamente por motivos económicos. Ya he leído y oído en varios medios el término “viejenials”, para referirse a personas mayores jubiladas o prejubiladas. Se los trata como a consumidores seniors, a los que su creciente peso demográfico y económico lo convierten en manjares para las marcas alimenticias y tecnológicas, y para las agencias de viaje, principalmente. Son pensionistas con dinero y mucho tiempo libre. La salud, la preocupación por una alimentación sana, y las urgencias temporales los convierten en objetivo comercial fácil y prioritario.

Pero, evidentemente, cuando las élites políticas les tocan sus pensiones, esos viejenials estadísticos y numerados se muestran como realmente son: personas de vuelta de todo, luchadores y luchadoras que saben que para lograr algo hay que esforzarse. Con su protesta hacen visible la tremenda brecha entre los gobiernos deshumanizados que les ha tocado vivir (no pensemos que solo el PP los ha maltratado) y lo que su realidad esconde. Son rostros arrugados, pero firmes. Ponen cara cercana y justa a las reivindicaciones. Son mis padres, tus tíos, sus abuelos.

El incumplimiento del artículo 50 de nuestra constitución ya bastaría para legitimar sus protestas: “Los poderes públicos garantizarán, mediante pensiones adecuadas y periódicamente actualizadas, la suficiencia económica a los ciudadanos durante la tercera edad”. Pero si añadimos a ello el argumento humanístico, el que debería tener una validez universal por encima de cualquier trozo de papel, solo queda una posibilidad para mí: todo gobierno que no cuide o perjudique a sus mayores y ancianos deberá ser inmediatamente sometido a referéndum popular para ser o no cesado. Solo así lograremos ser mejores personas, porque ellos son nuestras raíces y, no lo olvidemos, la belleza de una flor depende del cuidado de sus raíces.

José Enrique Santana, Licenciado en Filología Hispánica

Defensa de las hablas andaluzas

El andaluz como lengua o dialecto no existe realmente. Hay que hablar mejor de las hablas andaluzas. Las diferencias entre el habla de un almeriense y un sevillano, por ejemplo, son más que evidentes. Pero no por ello deja de haber una identidad lingüística común. Eso es evidente en muchos aspectos.

Es falso el mito de que el andaluz sea un castellano mal hablado. Ni mucho menos. Tal vez otros estereotipos sociales y culturales nos hayan perjudicado en este sentido; sobre todo la imagen del andaluz vago o inculto. No merece la pena ni pararse a desmentirlo. Lo cierto es que durante siglos nuestras formas de hablar han sido estigmatizadas. La victoria tiene prestigio, y el castellano, como lengua de los vencedores en la reconquista, se impuso, silenciando o normalizando nuestros usos personales.

Pero al lenguaje no se le puede poner alambradas, y, menos, trincheras. Es más, hoy por hoy las hablas andaluzas son las variantes que más le aportan al castellano en su evolución. Van por delante de él. Le aportan porque satisfacen el primer mandamiento de la evolución lingüística: la economía. Nadie como nosotras y nosotros es capaz de decir tanto con tan pocas palabras. Y no solo practicamos esa economía en nuestro vocabulario, sino también en nuestra dicción.

Os voy a poner un ejemplo. En Andalucía está totalmente sistematizada la caída de la –d- intervocálica en los participios. Decimos “pringao”, no pringado. Decimos “Saborío”, en vez de saborido. Esta es la tendencia a la que más temprano que tarde se incorporará en el resto del territorio nacional.

Pero por encima de estas cuestiones técnicas, debemos hacer una defensa de nuestras hablas por la riqueza de nuestro vocabulario. ¿Cómo se puede definir tan bien a un “malaje” con otra palabra? ¿Con qué otra palabra se podría nombrar al “biruji”, o a la “pelona”? ¿Existe una palabra que se pueda aplicar a más contextos que “bulla”?

Debemos defender nuestras particulares medidas: desde una “mijita” hasta una “pechá”, pasando por “a punta pala”. Defender la manera de relacionarnos: nuestro “quillo”, nuestro “pisha”, nuestro “miarma”. Nuestras señas de identidad nos llevan al acortamiento de palabras como “Fite” o “Aro”, o a redundancias majestuosas como “No ni ná”. Tenemos arcaísmos como el “manque pierda” bético, pero también tenemos cultismos escondidos, como cuando usamos “Flama” para referirnos al excesivo calor: “¡No veas qué flama!”. También creamos neologismos como “carneperro” o “bastinazo”. Recuerdo uno que sale en un cuplé del gran Martínez Ares: “Americonao”, para definir la excesiva influencia de la cultura yanqui en nuestro día a día.

En definitiva, debemos sentirnos orgullosos de hablar como nuestras madres nos parieron, como nuestros padres hablaban con sus amigos, como nuestras amistades se dirigen a nosotros. Porque no es más culto quien siempre habla en un nivel culto, sino quien sabe adaptarse mejor a las situaciones comunicativas. Eso sí, sin cometer errores lingüísticos o vulgarismos. Por ello, debemos leer, estudiar, formarnos. Para estar a la altura de cuantos sabios y sabias aquí habitaron. Y por mejorar nuestra tierra para sus futuros habitantes.

Muchas gracias, y ¡Viva el andaluz!

José Enrique Santana, licenciado en Filología Hispánica

Desde la grada

Nerva contra Riotinto. Juveniles. Más pasión que fútbol, lógicamente. Al descanso 1-0. Los jugadores en el vestuario y yo en la grada lateral superior, esperando la reanudación. Se me acerca un señor y me pregunta cómo va el partido. Tras informarle de ello, me pregunta si conozco a un jugador del Nerva que se llama Santana. “Sí, yo soy su padre”, contesto. “¿Y qué eres, de El Campillo?”, investiga de nuevo. Cuando respondo afirmativamente, el aluvión de casualidades se desata.

El señor había trabajado muchos años con mi padre, en la Compañía, especialmente en “Cocheras”. Yo siempre he oído hablar a mi padre de los “Talleres Mina”. Creo que es la misma zona. Me traslada con su relato a otra época, a otras entrañas mentales, que este hombre me transmitía desde la amistad de los turnos compartidos, desde la vida tatuada.

“Tu padre me acompañó en el entierro de mi padre”, me subrayó varias veces, “y eso es algo que no se olvida”. Junto a sentimientos como este, me repasó anécdotas felices, chascarrillos varios, y encuentros y desencuentros laborales. Yo escuchaba dejando fluir el río emotivo, y pensando en esa época, en ese pasado colectivo que quizás no vuelva a revivir en nuestras manos. Yo, que casualmente había dado clases a sus nietas, le comentaba que hoy los jóvenes de la Cuenca sí que hacen vida “compartida” sin importarle demasiado si eres de tal o cual pueblo. Puede que sí, o puede que no. Pero los dos concluimos que el presente no rezuma ese espíritu suprafronterizo, cotidiano y laboral que existía antes.

En efecto, creo que el presente de la Cuenca es disgregador y altamente politizado. El “san pa mí” gobierna no solo desde las alcaldías, sino en la mentalidad cotidiana de los habitantes. ¿Cómo afrontar el futuro con unas garantías mínimas desde esta perspectiva? Difícilmente, pienso. Los proyectos colectivos, los que verdaderamente proporcionarían trabajo estable y duradero, quedan invalidados si no unimos nuestras fuerzas para la petición. Quedamos avocados a repartirnos las migajas de las subvenciones y partidas que nos llegan por ley. Entran en juego las listas encabezadas por conocidos, familiares y amiguetes, para acceder a dichas migajas. Esto se ve en los ayuntamientos, en las colocaciones en la mina, etc., etc. Lo cual mosquea aún más, y nos aleja fraudulentamente de esa ansiada mentalidad común.

Invoco a quienes tienen la sartén por el mando. Dialoguen, tomen las medidas necesarias para que nuestra Cuenca sea un territorio apetecible para la inversión, sin impuestos excluyentes, y pensando más allá de la municipalidad propia. Pidan por esas bocas a quienes haya que pedir. Más allá de identidades políticas y partidistas. Por encima de los partidos. Como servidores de vuestros votantes, no como esclavos de vuestras deudas.

Se reanuda el partido, pero el amigo de mi padre y yo seguimos conversando durante toda la segunda parte. Nunca aparecen desacuerdos políticos ni territoriales en la conversación. Yo soy de El Campillo, él de Nerva, mi padre de Riotinto. Yo no sé qué vota él, ni él lo que yo voto. No importa. Hablamos de lo que nos une, no de lo que nos separa. A veces, paramos para celebrar o lamentar los lances del partido. Pero retomamos el diálogo. Pienso en cuánto se le debe a nuestra Cuenca históricamente. Cuánto han hecho nuestros padres por nosotros: derechos laborales, conquistas sociales, bienestar en educación y salud, los maquinistas de una locomotora económica generosa.

Aminoro el paso para esperarlo a que baje las gradas, ya finalizado el partido. Me da la mano y me pide que le dé un abrazo a mi padre de su parte. Me despidió con los ojos un poco llorosos, igual que los ojos de mi padre cuando le transmití sus recuerdos.

José Enrique Santana, licenciado en Filología Hispanica

Amaneceres

Siempre es buena noticia que se ponga en marcha un medio de comunicación; pero si, además, ese medio se encarga de retratar e interpretar tu entorno más cercano, la alegría es doble.

Cuando me brindaron la oportunidad de colaborar con este medio que hoy amanece, ni me lo pensé. Para alguien que se ha criado con el “Unidos laboramos” de su escudo por bandera, no cabía otra respuesta. Desde esta plataforma digital, mi deseo es aportar mis humildes opiniones, con una perspectiva libre, que no libérrima, y con la oportunidad arbitraria que requieran la realidad y el presente, en su anchura temporal y espacial que un mundo interconectado permite. Pues hoy más que nunca tiene vigencia el “efecto mariposa”, el que nos recuerda que el leve aleteo de las alas de una mariposa se puede sentir al otro lado del mundo. O, si se quiere, y algo más pesimista, como decía el tango “Cambalache”, el que nos esconde que, en el fondo, todos estamos “en el mismo lodo, todos manoseaos”.

La diferencia, la singularidad, lo que nos hará mejores ciudadanos y mejores personas es precisamente la correcta interpretación de esa realidad caótica y tiranamente democrática que nos esclaviza, que nos iguala a todos aplastándonos. El periodismo ayuda a ello. Nos guía, nos pone luces en el camino, ensancha el embudo reduccionista. Y para ello, hay que ir a las buenas fuentes, a los genios que sembraron dudas, que removieron conciencias, que deshojaron la cebolla y nos enseñaron sus capas más profundas. Quevedo, Montaigne, Larra, María Zambrano, Umbral, Pérez-Reverte… Los nortes, las referencias, los eternos amaneceres de la palabra comprometida.

El periodismo sin compromiso es mal periodismo. Pero, y aquí está el quid de la cuestión, ese compromiso debe provenir de la libertad de pensamiento. No debe ser un compromiso interesado, orquestado desde algún poder político, social o económico. El único compromiso es para con los lectores y las lectoras. Y se entrega, se escribe no como quien da una limosna al pobre, sino como quien ayuda a sus iguales. Mirándolos de frente, a los ojos. Unos ojos que miran juntos al amanecer, describiendo sus colores, interpretando las siluetas en el horizonte.

Ese será mi propósito cuando escriba para ustedes. Ni más ni menos. Sin obligaciones personales, pero con responsabilidades colectivas. Pues mi pueblo, mi comarca merecen todo el respeto que pueda poner en juego. Porque la historia, nuestra historia, merece que el presente y el futuro le devuelvan al menos un ápice de su brillo y de su altruismo. Quid pro quo. Que nuestro pasado se convierta en una ventana al futuro, en un nuevo amanecer de unos pueblos que tiraron de la locomotora onubense, andaluza y española durante muchísimos años.

Pero ya habrá tiempo para tales exigencias. Por ahora, déjenme que celebre el amanecer de este periódico digital. Y, si quieren, súmanse a esta celebración. Brindemos con vino tinto, reguemos nuestra felicidad con las aguas caleidoscópicas de nuestro río más emblemático. El que recorre el subsuelo y la superficie de nuestras castigadas venas. El río que amanece cada día en la tierra que nos vio nacer.

José Enrique Santana, licenciado en Filología Hispánica