En Fahrenheit 451, Ray Bradbury nos presenta una sociedad que quema libros y castiga a quienes los utiliza. Yo no soy capaz de imaginar una sociedad así. Los libros forman parte de mis raíces, de mis orígenes, y considero que son inherentes a la evolución racional del ser humano. Da igual la forma en que el ser humano los escriba y las distintas posibilidades de recepción que se empleen. La necesidad de comunicar o de conocer, la búsqueda de la aquiescencia colectiva, del desahogo personal, de la catarsis reponedora, de la evasión confortable, y sobre todo la urgencia de la denuncia valiente… Son todos caminos sin los que no seríamos lo que somos. Sin semejantes raíces nada sería igual.

En esta novela, el personaje principal, Guy Montag, termina adentrándose en el bosque de los hombres-libro para ser ayudado en su huida. Los hombres-libro habían memorizado textos de libros para que estos no se perdieran. Eran antiguos profesores. Eran héroes que decidieron poner sus capacidades al servicio de la especie. Mantuvieron con su memoria nuestras raíces.

Muchas de las personas mayores y ancianas que nos acompañan son especies de “hombres-libro” o “mujeres-libro”, cuyo valor reside, más allá del cariño, en su experiencia: sus ojos han visto cosas que apenas podríamos creer (como diría el replicante Roy Batty). Por ello, entre otras muchas razones, debemos cuidarlas. Son tesoros cuyo legado depende de nosotros, de cómo lo recibamos y de cómo lo hagamos perdurar. Nuestras raíces permanecerán firmes si logramos que ese tesoro nos acompañe en nuestras vidas.

Por desgracia, últimamente los mayores y los ancianos son noticias única y exclusivamente por motivos económicos. Ya he leído y oído en varios medios el término “viejenials”, para referirse a personas mayores jubiladas o prejubiladas. Se los trata como a consumidores seniors, a los que su creciente peso demográfico y económico lo convierten en manjares para las marcas alimenticias y tecnológicas, y para las agencias de viaje, principalmente. Son pensionistas con dinero y mucho tiempo libre. La salud, la preocupación por una alimentación sana, y las urgencias temporales los convierten en objetivo comercial fácil y prioritario.

Pero, evidentemente, cuando las élites políticas les tocan sus pensiones, esos viejenials estadísticos y numerados se muestran como realmente son: personas de vuelta de todo, luchadores y luchadoras que saben que para lograr algo hay que esforzarse. Con su protesta hacen visible la tremenda brecha entre los gobiernos deshumanizados que les ha tocado vivir (no pensemos que solo el PP los ha maltratado) y lo que su realidad esconde. Son rostros arrugados, pero firmes. Ponen cara cercana y justa a las reivindicaciones. Son mis padres, tus tíos, sus abuelos.

El incumplimiento del artículo 50 de nuestra constitución ya bastaría para legitimar sus protestas: “Los poderes públicos garantizarán, mediante pensiones adecuadas y periódicamente actualizadas, la suficiencia económica a los ciudadanos durante la tercera edad”. Pero si añadimos a ello el argumento humanístico, el que debería tener una validez universal por encima de cualquier trozo de papel, solo queda una posibilidad para mí: todo gobierno que no cuide o perjudique a sus mayores y ancianos deberá ser inmediatamente sometido a referéndum popular para ser o no cesado. Solo así lograremos ser mejores personas, porque ellos son nuestras raíces y, no lo olvidemos, la belleza de una flor depende del cuidado de sus raíces.

José Enrique Santana, Licenciado en Filología Hispánica