Actualmente nos encontramos en un momento en el que está abierto un complicado debate social, se discute a favor o en contra de legalizar la prostitución. Lo que hace replantearnos algunas preguntas ¿La legalización traería más consecuencias positivas o negativas? ¿Conseguiría reducir la trata de personas, o por el contrario la aumentaría? La prostitución es el segundo mayor negocio del mundo, mueve millones de euros y es un gran “lobby” con una enorme capacidad de presión social y política. Con ella se fomenta la trata de personas, algo de lo que no son conscientes una gran parte de los consumidores. Por eso, es fundamental educar e informar tanto a jóvenes como a adultos, para que puedan ver que más allá del simple ocio, se cometen delitos, secuestro, violaciones y maltrato.

Diría que precisamente la legalización no es la mejor solución para este problema, considero que es un paso atrás, ya que conseguiría empeorar la lamentable situación en la que se encuentran hoy en día muchas prostitutas. Esta medida es un regalo para los proxenetas y los traficantes. Lejos de progresar, esta opción no supone un control de la industria del sexo, sino que la expande. Además, al aumentar el número de burdeles se dispararía el tráfico de mujeres y bajarían los sueldos de estas, lo que conllevaría un incremento de la demanda y por lo tanto se estaría promoviendo el tráfico y el turismo sexual, de la misma manera que ha ocurrido en países como Ámsterdam.

Apoyo más la idea de poner en marcha un proceso de regulación que controle dicho servicio, ofrezca seguridad a las personas que se dedican a ello y les proporcione unos derechos. Me parece que lo correcto sería controlar este oficio desde dentro y establecer sus pilares legalmente, lejos de las mafias que se aprovechan de las mujeres para favorecer sus propios intereses.

Otro de los aspectos que refuerza la idea de regularizar la prostitución es la desigualdad, ya que sitúa a los hombres en una posición superior y con un cierto dominio sobre las mujeres, debido a que ellas hacen el trabajo, pero los beneficios van para las manos y los bolsillos de los empresarios que se dedican a este negocio. Los proxenetas no les dan a las prostitutas el dinero que les corresponde, más bien les roban, se aprovechan de su situación y de su trabajo para así enriquecerse a su costa, y ante eso ellas no pueden hacer nada, ya que se encuentran indefensas, desprotegidas ante la ley y privadas de derechos.

En conclusión, la regulación me parece la medida más acertada, ya que hoy en día no hay ninguna vigilancia. Si existiera, los hechos llevados a cabo en esta industria quedarían registrados y los proxenetas no tendrían tanta facilidad para mover sus hilos libremente. La prostitución se debería regular como cualquier otro empleo, con sus límites de horas de trabajo, días de vacaciones necesarios, salario digno y establecido, llevando a cabo los pertinentes controles de sanidad obligatorios. Hay que dejar claro que si lo que se busca es progresar en este sector, es vital impulsar y apoyar propuestas que sí supongan un avance en cuanto a los derechos humanos, el trato digno de los trabajadores y la mejora de las condiciones laborales.

Isabel Gómez Rodríguez, periodista