Al andar se hace camino
y al volver la vista atrás,
se ve la senda que nunca,
se ha de volver a pisar
(Antonio Machado)

Aquel fatídico día del 18-7-1936 supuso el comienzo de un amplísimo periodo, en el que miles de familias nervenses y de toda la Cuenca Minera, a imagen y semejanza de tantas y tantas otras en otras tierras de España, vieron truncadas sus vidas, sus expectativas, sus destinos. De repente, un brutal hachazo cercenó sus corazones ….

En la madrugada de ese día, entrando el 19, Miguel Guerrero González acababa de abandonar el domicilio familiar de sus padres en Nerva, en la calle Viriato, 37, a donde había acudido para visitar a su madre enferma.

Miguel, de 41 años, casado con una nervense, Isabel Carballo Bernal, con quien tuvo dos hijos, Manuel e Isabel, residía en la calle San Bartolomé, 27. Era capataz de la RTCL, en la Corta Filón Sur. Había nacido en el Cerro de Andévalo, aunque pronto se avecindó en Nerva junto a sus progenitores. Su padre se llamaba Manuel Antonio Guerrero, portugués de Santa Barbara de Nexe, el cual también había trabajado en la RTCL, y su madre, Milagros González Fernández, natural de Carmona (Sevilla). Estos tuvieron seis hijos: Miguel, Carmen, Antonio, Pilar, Elena y Ubaldo.

Había ingresado en la Compañía con 13 años en 1907, como pinche. Desde entonces había pasado por una serie de clases de trabajos y destinos en las minas, hasta alcanzar la categoría de capataz que desempeñaba en 1936.

Como decíamos, Miguel, una vez en la calle, en torno a las 12 de la noche, fue abordado por un grupo de personas que (según su declaración en el Consejo de Guerra de 9-8-1936) le obligaron “a ir con ellos a Huelva”…. Se estaban reclutando hombres en la Cuenca para constituir la llamada Columna Minera y marchar en apoyo de la Sevilla resistente al golpe de estado militar. Columna que comandaban los diputados onubenses en el Congreso Luis Cordero Bel (Partido Republicano Federal) y Juan Gutiérrez Prieto (PSOE).

Columna Minera en estos tiempos, en cierta medida, rescatada del olvido gracias al magnífico libro de Rafael Adamuz, titulado ‘La Memoria Varada’, publicado en 2014, que nos acercó a la identidad individual de sus componentes. Por cierto, que Rafael nos anuncia para muy pronto la aparición de una versión ampliada de su obra con aporte de nuevos contenidos.

Y también como no, agradecer al Grupo de Camas de la Asociación ‘Memoria, Libertad y Cultura Democrática’, quienes junto a la Coordinadora de la Cuenca Minera de Riotinto para la Memoria Histórica organizan cada 19 de Julio, desde hace unos años, un homenaje a la Columna Minera en La Pañoleta, y por tanto dan memoria a aquellos sucesos.

La Columna Minera fue traicionada por el siniestro comandante de la Guardia Civil y posterior Gobernador Civil y Militar de Huelva Gregorio Haro Lumbreras, que aparentaba ser fiel a la república y, sin embargo, advirtió a Queipo de su llegada. Cayeron emboscados en La Pañoleta donde murieron muchos de ellos y apresaron a 68. En el Consejo de Guerra, celebrado en la Audiencia de Sevilla (sin garantías legales), fueron decretadas 67 condenas a muerte (Miguel fue uno de ellos) y una de 20 años de reclusión a Manuel Rodríguez Méndez, salvado por el atenuante de ser menor de 18 años.

Miguel Guerrero González, encerrado junto a sus compañeros, y después de permanecer en unas condiciones paupérrimas en el barco Cabo Carvoeiro, anclado en el Guadalquivir, fue fusilado el 31 de Agosto de 1936 en Sevilla, junto a los demás miembros de la Columna en diferentes puntos de la ciudad y La Pañoleta. Eso sí, se aseguraron de asesinarlos después de haber tomado el total control de la Cuenca Minera. Sus cuerpos fueron arrojados en una fosa común del cementerio sevillano. Ochenta y dos años después, en 2018, parece que se iniciarán los trabajos para proceder a la búsqueda y exhumación de sus restos. Surge una lucecita de esperanza.

No acabó aquí la tragedia de la familia Guerrero González. Pocos días antes, el 26 de agosto, día en el que las tropas del ejército sublevado toman Nerva, apresan a su hijo menor, Ubaldo, nacido en Nerva, de 26 años, barbero de profesión, soltero, y sin más delito que pertenecer a una familia reconocidamente de izquierdas. Ese mismo día, también se llevaron al marido de la hija mayor de la familia, Carmen. Se llamaba Enrique Moya Núñez, de 40 años, barrenero en la RTCL y natural de Castillo de las Guardas (Sevilla). Carmen y Enrique eran padres de una hija, Carmen.

Según testimonios orales transmitidos por familiares ya fallecidos, vieron cómo a Ubaldo y Enrique los sacaron las tropas fascistas ensangrentados y con señales evidentes de haber sido torturados, y fueron montados en una camioneta, junto a otros presos, camino de su trágico destino. ¿Dónde fueron asesinados y dónde arrojados sus cuerpos?…. Las dos cármenes quedarían tristemente inscritas aquel día, como viuda y huérfana de padre. A día de hoy, 82 años después, seguimos sin tener noticias de donde fueron asesinados y arrojados sus cuerpos, si en Nerva o en cualquier cuneta de la provincia. A finales del 2017 se procedió al inicio de trabajos en las fosas comunes del cementerio de Nerva. Albergamos esperanzas (aun siendo conscientes de la dificultad que entrañan estos procesos) de que su destino fuera el cementerio nervense y de que esos trabajos nos puedan dar alguna luz sobre estos seres queridos para que sus restos puedan ser enterrados dignamente.

El único miembro varón de la familia Guerrero González, aun con vida después del 31 de agosto, era Antonio.

Antonio Guerrero González (1903), natural de Nerva, más conocido como ‘el Sastre’, afiliado a CNT-FAI, a la sazón en 1936 empleado del Ayuntamiento de Nerva y extrabajador de la RTCL (con 16 años trabajaba en el departamento de Fundición), tras la toma de Nerva por las tropas fascistas, huye con una columna denominada Rio Tinto-Nerva, vía Extremadura. Columna en la que ejerció el mando Antonio Molina Vázquez (secretario de la CNT nervense), y él como lugarteniente, alcanzando finalmente Madrid. Allí formó parte (entre otras unidades) de la 77 Brigada Mixta, alcanzando el grado de comandante, y en el estertor de la contienda estuvo al mando de la 9ª División del Ejército Republicano. Alcanzó el grado de Mayor de Milicias, junto a Antonio Molina Vázquez.

Durante la Guerra, actuó en los frentes de Ciudad Universitaria, Usera, Pingarrrón, Arganda y Cuesta de la Reina. Al final de ella llegó al puerto de Alicante, intentando salir de España, donde, junto a miles de republicanos, fue capturado. Pasó por los campos de concentración de los Almendros y Albatera (en Alicante) y de allí a la cárcel de Orihuela. Más tarde fue conducido a Madrid y durante tres años recluido en las cárceles de Santa Engracia, Santa Rita y Yeserías, donde fue puesto en libertad el 4-2-1942.

En Septiembre de 1942, fue detenido nuevamente en Madrid y encarcelado en la prisión de Porlier junto a otro nervense, José Noja Diañez, teniente y ayudante suyo en la 77 B.M. Ambos fueron juzgados en consejo sumarísimo y resultaron condenados a muerte por el delito de adhesión a la rebelión militar, siendo ejecutados el 12-8-1944 en Carabanchel Alto (Madrid).

Ambos fueron culpados, junto a otros, entre los días posteriores al 18-7 y la toma de Nerva el 26-8, de tomar parte activa y directa en la destrucción de la iglesia de Nerva, de saqueos en casas particulares, así como en detenciones de personas. Asimismo, de marchar con un numeroso grupo de milicianos a pueblos donde “sembraron la desolación y el crimen”. Dichos pueblos fueron Castillo de las Guardas, Aracena, Aroche, Higuera de la Sierra, Alájar, Rosal de la Frontera y la Palma del Condado, así como Huelva capital.

Antonio (el Sastre) estaba casado con Luisa Almaraz Vázquez, natural de Valverde del Camino, con quien tuvo dos hijos: Antonio y otro fallecido a temprana edad. Cabría señalar como dato a conocer igualmente en el relato de esta tragedia de hechos concatenados que un hermano de Luisa, y por tanto cuñado del Sastre, Juan Almaraz Vázquez, de 19 años, igualmente de Valverde, fue también integrante de la Columna Minera, ejecutado en Sevilla el 31 de agosto de 1936.

En la familia no tuvimos noticia alguna del final de Antonio, ni de su periplo en la Guerra Civil, si había muerto, ni cómo ni dónde, hasta el año 2010, y ello después de numerosas indagaciones en archivos militares y estatales. Empezamos a conocer su “historia de vida y muerte”, gracias al magnífico historiador Jose Mª García Márquez, que nos puso en camino, remitiéndonos a la noticia de su detención en Madrid (ABC de Madrid, Septiembre 1942), junto a otro nervense, José Noja Diáñez. De ese hilo tiramos hasta alcanzar a conocer su trágico final.

Así pues, el curso de las vidas de cientos de miles de hogares deshechos por tanta represión, por tantas víctimas, quedaron marcadas diametralmente, y todos (en su condición de vencidos) afrontaron el trance, buscando, cada uno a su forma, el retomar sus vidas, y pelearon lo indecible por seguir adelante.

Ochenta y dos años después, los descendientes de aquellos hombres y mujeres, defensores de la causa republicana y del gobierno legal constituido, seguimos portando su antorcha, la de la libertad y la justicia. Aspiramos a que se conozcan sus historias, para que nunca caigan en el olvido sus vidas, sus luchas, que no fueron en vano y por ende, a desenterrar sus maltrechos huesos arrojados en cualquier fosa, en cualquier cuneta.

Gracias al impagable trabajo de tantos y tan abnegados y buenos historiadores e investigadores, buceando en las fuentes, en la jungla del marasmo laberíntico de los archivos españoles, y a los ímprobos esfuerzos del movimiento memorialista, es seguro que ese olvido nunca se producirá.

Quisiera aprovechar la tribuna de Tinto Noticias para ejemplificar el esfuerzo de estas asociaciones en la figura de varios compañeros de los que siempre van en vanguardia: Cecilio Gordillo, Paqui Maqueda y Raúl Sánchez (en Sevilla y tantos y tantos lugares de nuestra Andalucía); y en Huelva y su Cuenca Minera, a Fernando Pineda, Miguel Ángel Harriero y Juan Barba. Gracias a todos ellos, extensible a miles de compañeros más. Sin todos ellos, sin su empeño diario, no habríamos llegado hasta aquí.

Pero no hay que cejar en estas tareas, voluntad no nos falta. Es imprescindible, como decía Antonio Machado, aprender de “la senda que nunca se ha de volver a pisar”. Y que esa enseñanza se trasmita a los jóvenes de este país desde las escuelas, como una asignatura fundamental. En estos tiempos de tanta incertidumbre y retroceso se hace vital este mensaje.

Quisiera terminar apelando a la esperanza, que nos impulsa a seguir trabajando para que la memoria de nuestros antepasados salga a la luz, que sus nombres se dignifiquen. Este país tiene una deuda profunda con ellos. Que la Verdad resplandezca, que se les haga Justicia y sus nombres e historias sean Reparados.

Dice la esperanza: un día
la verás, si bien esperas.
Dice la desesperanza:
sólo tu amargura es ella.
Late, corazón… No todo
se lo ha tragado la tierra

(Antonio Machado)

Luchemos con esperanza. De la tierra aflorará la Verdad.

Miguel Guerrero Larios