LLUVIA Y DESEO

       ¿De qué materia son los hilos de la tela que María Luisa Domínguez Borrallo ha elegido para atrapar a su araña? Una araña que es ya enemiga, ya cómplice, ya guardiana de secretos. La poeta lleva hasta su tela a la vanidosa bordadora que desafía a Atenea, a la humana que representa a los dioses ebrios, la salvada del suicidio por el acónito que, piadosa, la hija partenogenética de Zeus vierte sobre la soga. De esa materia de dolor y redención son los hilos con los que se teje este libro, así es la palabra que va cosiendo versos en estas páginas confesionales, registro de la vida y del espejo de la vida. Y de la vida sin espejo, sin poder contemplarse en su desnudez.

       “Regresará el destino al lugar de la herida / para sanarlo o hurgar en ella”, escribe María Luisa Domínguez Borrallo, y confirma ese eterno retorno del azar que como el sándalo, cuando hiere, perfuma. Somos la herida, la desgarradura en una tela de araña por la que intentamos huir del destino, ignorantes de que es nuestra esencia esa rotura, ese desgarramiento que libera, que es ventana de fuga… pero para otros. Ese es el crecimiento,  ya no flotamos en la protección del líquido amniótico, hemos sido expulsados. Rota la red, la vida aparece con crudeza, también con esperanza, y es el momento de activar la memoria, de armar la resistencia y, ante todos, declarar libremente nuestras intenciones.

       Habitan estas páginas la lluvia y deseo. La lluvia es símbolo recurrente, cae en los versos, los moja, los vuelve fértiles, espera que a su paso crezca la hierba, florezca el cuerpo. Que nos quitemos el sombrero para empaparnos las ideas. También surge, de pronto, al volver una hoja, la esquina. Hay esquinas dobladas o enderezadas como si la autora deseara inaugurar la calle que viene, una calle que le es, o le fue, conocida pero que al escribirla la inventa renovada.  Y ahí está iluminando los poemas la luna. O extrañándolos en su cara oculta. Por supuesto, el temor, el saber que seremos destronados: “Debe ser triste perder tu reinado, / sentir, que has perdido el poder / de infundir amor, placer o miedo”, dice Domínguez Borrallo en el poema titulado “El ocaso”. Pero sobre todo, y especialmente, en Tela de Araña late el deseo, palpita como un corazón recién arrancado que espera seguir vivo en otro pecho y, a su vez, dándole vida. Un deseo soñado. Un deseo insomne. Un deseo silenciado. Un deseo retenido como bala en la recámara. Un bala que, al apretar el gatillo, aguarda alcanzar la diana, traspasarla, más allá del deseo, hasta el amor, hasta el desamor.        

                                                                             Juan Cobos Wilkins