Por Juan Flores García

Si el yacimiento de Saltés estuviera ubicado en la ínsula sevillana de la Cartuja en vez de la marisma huelvana, sería, sin ninguna duda, uno de los enclaves arqueológicos más importantes, reconocidos y visitados de Andalucía.

Lo sería, en primer lugar, porque por su relevancia estaría excavado en su totalidad después de transcurrido casi medio siglo desde su descubrimiento, y en segundo lugar porque estaría puesto en valor, histórico y turístico, para disfrute de todos los estudiosos y de todos los visitantes interesados.

No tengo nada contra Sevilla, una ciudad preciosa, pero sí contra el incesante abuso de poder de la centralizadora administración andaluza, y sobre todo contra la desidia de la municipalidad onubense, una dejadez enfermiza, penosa, incurable e histórica que nada tiene que ver con el color del partido que haya gobernado y gestionado durante esas cinco décadas nuestras instituciones.

Ejemplo mayúsculo de esta incuria, es que Huelva es la única provincia andaluza que no tiene un conjunto arqueológico o monumental declarado. Sí, mucha antigüedad, mucha riqueza de restos desde la Antigüedad, mucha historia, mucha ciudad más antigua de Europa, mucho Tartessos, pero nada de nada de un buen museo, de centros de interpretación cultural, y de lugares clasificados y fomentados que produzcan riqueza patrimonial y económica para nuestra capital y provincia. Para aquel que todavía no se haya enterado, Saltés, además de una conocida librería de nuestra capital, es el nombre de una isla donde se encuentra uno de los espacios arqueológicos más valiosos de nuestro país.

Y no exagero, pues nos encontramos ante la antigua Shaltish, una ciudad califal de 25 hectáreas que llegó a estar poblada por 10.000 almas, intacta desde el siglo XIII,  con una impresionante alcazaba, pero toda bajo tierra, sin sacar a la luz. Una ciudad medieval sellada en el tiempo, pues desde que se abandonó en esa época no se volvió a habitar. Un caso único en España, y casi en el mundo mediterráneo, una “Pompeya islámica”, por la que podríamos conocer cómo era la vida de nuestros antepasados hace mil años. Además de esto, Saltes conserva importantes restos de época romana, y podría dar enormes sorpresas en lo referente al mundo tartésico, es también espacio de memoria histórica, lugar de ataques vikingos, de batallas navales medievales y está situada en el Paraje Natural de Marisma del Odiel, Reserva de la Biosfera.

Pero toda esta extensa “titulación” no vale absolutamente para nada. Se vocifera mucho de cara a la galería, se piden actuaciones definitivas, pero pasan los años, pasan las décadas y no se hace nada. Yo, que pronto cumpliré los sesenta, en mi época de juventud y de Universidad coincidí con el descubrimiento del yacimiento a principios de los años ochenta por el recordado Klaus Clauss, pero seguramente me moriré y no habré visto casi nada de lo que este extraordinario enclave esconde. Toda una vida esperando, me parece lamentable. Sí, es verdad que se han hecho algunas excavaciones, y seguramente los arqueólogos han hecho un buen trabajo y le han dado al yacimiento el enorme valor que por sí tiene y que merece, pero el lugar sigue escondido, sigue tapado, ridículamente exhibido, y desconocido para la gran mayoría de los onubenses.

Hace unas semanas estuvimos un grupo de visitantes en uno de los eventos que con muy buen criterio organiza la empresa Platalea, magníficamente llevado por la arqueóloga Jessica O´Kelly. Las treinta o cuarenta personas que allí estuvimos nos quedamos estupefactos al contemplar el lamentable e irrisorio estado del lugar, me hubiera gustado que hubiesen podido ver la cara de asombro y de rabia de todos los asistentes. Y estas personas no eran especialistas ni entendidos en la materia, eran gentes normales, simples ciudadanos, amantes de su provincia y de lo que tienen, interesados en conocer y en aprender, pero que se sentían abatidos y defraudados por lo que estaban observando.

El enclave se reduce a cuatro espacios exiguos de habitación, con una restauración ya deteriorada, cubierto de pasto, sucio, con una alambrada de protección penosa y además fuimos testigos de que algunos de los restos habían sido recientemente destrozados. Como se dice ahora, lamentable no, lo siguiente… Es absurdo que continúe argumentando, no voy a conseguir nada con este escrito, es uno más de tantos, por lo que no me extiendo más, pero al menos dejo constancia para que sirva como testimonio y pataleo del sentir de todos los que allí estuvimos aquel día, y para que las Instituciones se den cuenta que los ciudadanos de a pié sienten lo suyo y se enorgullecen de su pasado, y están ansiosos por conocer su historia y por poner en valor su patrimonio, porque la cultura enriquece los territorios, une y dignifica a las personas y las hace mejores y más felices, …a ver si se enteran ya de una vez.