Cuento de primavera ‘El amor de Jurita y Zatel hace 5.500 años’, de Francisco José Martínez lópez, catedrático de la Universidad de Huelva

Faltaban dos lunas para la fiesta del equinoccio primaveral y a la joven Jurita no la dejaban salir, pues su padre, el todopoderoso Antolu, Señor del Cobre, la había castigado.

No sabía muy bien la causa de su afrenta. No había dejado de hacer sus labores y su madre Rosula, no le había dicho nada. Le preguntó a una amiga que vino a verla y ésta le dijo que al parecer el escarmiento era debido a que la habían visto hablando con un chico de la mina próxima del país del mago, un hijo de un simple escoriador, que llevaba el mineral al monte para hacer la metalurgia y luego hacia caminos diseminando las escorias para poder seguir llevando minerales a donde estaban los árboles, que, al cortarse muchos, cada vez crecían más lejos de las minas.

Jurita se había enamorado de un joven de la clase baja, y era la hija del más opulento de los señores mineros, y su familia no permitiría que se uniera con él. Ella era una niña llena de sofisticación, que vestía con ropas confeccionadas con tejidos nobles y que siempre se adornaba de pendientes, collares, anillos de cobre, plata y oro, y que tenía el cinturón más bonito de la comarca, hecho de cobre, en el que estaba grabada la preciosa figura de un cervatillo. Además, era culta y había viajado con su familia incluso más allá de los grandes ríos el Anás y el Certis, y era de las pocas jóvenes de la región que había visto el mar.

Su padre comentaba con los amigos que no la dejaría salir de su fortificada casa hasta que no le encontrara un marido apropiado y que iba a enviar un emisario a los señores de las otras minas, incluso al otro lado del rio Anás, para que anunciase que convocaría una prueba a la que se sólo se podrían presentar los hijos de señores y que quien la ganara se casaría con ella.

Fijó la prueba precisamente para el día de la fiesta del equinoccio primaveral, cuando la noche y el día eran iguales. La noticia se propagó rápidamente y los jóvenes herederos de las minas se empezaron a preparar, no sabían qué prueba era, pero había que estar prevenidos.

Cuando Jurita se enteró, lloró desconsoladamente. Sólo pensaba en Zatel, su adorado amor, que era inteligente, sensible y con mucha determinación. Y él se enteró también, y sabía que no podría participar ya que era hijo de un pobre, no de un rico Señor de la metalurgia.

Zatel era soñador, inteligente y adoraba la naturaleza, se peleaba con su padre porque cortaba árboles para hacer grandes piras en las que fundir los metales y, según iba observando, los bosques se acabarían y tendrían que emigrar de allí. La necesidad de energía en forma de madera para quemar, hacía que la mitad de los bosques estuvieran ya totalmente desaparecidos.

De eso hablaba con Jurita, de un mundo idílico en comunión entre el hombre y la naturaleza, en la que no se destruyera su entorno. No veían claro su futuro sin árboles y pensaban que el Dios de la naturaleza se rebelaría.

Zatel había estado viendo muchas veces los fuegos para fundir metales y había estado en otras minas próximas trabajando con su padre. Después de observarlos, se dio cuenta que si se concentrara el calor en un solo punto quizás se alcanzaría más fácilmente la altísima temperatura necesaria y se precisaría utilizar menos cantidad de madera, con lo que se evitarían cortar tantos árboles. Pensó en hacer un horno con piedras y con una tobera para la ventilación. El horno estaría en un hueco en el suelo y tendría una entrada de aire y este saldría sólo por arriba para controlar la temperatura. Lo probó en un sitio apartado y vio que funcionaba mejor que los fuegos al aire libre que todos hacían. Se dedicó a perfeccionarlo y no se lo contó a nadie.

En cuanto se enteró Zatel de la reclusión de su amada habló con una de sus amigas y le dio un ídolo oculado que él mismo había hecho en una pequeña piedra blanca casi transparente. La amiga se lo llevó a Jurita con el mensaje de que intentara escaparse, que él la esperaría en la luna llena anterior a la fiesta del equinoccio.

Ella le dijo a su amiga que así lo haría y empezó a ver la forma de salir de su casa. Primero pensó en simular una enfermedad y que tenía que salir a respirar mejor al aire libre, pero no surtió efecto. Luego al comer las almejas y coquinas muy apreciadas en el Andévalo y que ella tanto detestaba, hizo como que le había sentado mal y debía ir a hacer constantemente sus necesidades y así poder en alguna ocasión sin vigilancia y escaparse. Tampoco dio resultado y en la luna llena Zatel se quedó esperando inútilmente a su amada. Su tristeza fue enorme, pero no desistió en buscar la forma de estar con ella.

La prueba que había ideado el padre para buscarle marido consistía en que el participante debería hacer un enorme fuego y alcanzar la temperatura suficiente como para poder fundir mineral y obtener los metales, sobre todo el cobre. Eso era algo muy difícil, pues se necesitaba muchísima cantidad de madera. Cada pretendiente podría traer a cinco sirvientes para que lo ayudaran.

Zatel sólo pensaba cómo participar en la prueba y ganarla para poder unirse a su amada. Pensó en hacerse pasar por el hijo de un Señor del Cobre de más allá del Certis, pero como ya lo conocían no creía que el engaño resultara.

Al final decidió ir por derecho, se presentó a la prueba, pero no lo dejaban participar. Habían llegado siete pretendientes con sus cinco sirvientes cada uno para ayudarles. Entonces decidió jugársela a una carta.

Gritó en todo el poblado que él era capaz de fundir más metales que todos los demás juntos y que si perdía daría su vida a cambio y si ganaba se podría casar con su amada la bella Jurita. Antolu, el padre, vio una oportunidad de quitarse definitivamente al joven Zatel, y que no se entremetiera en el futuro de su hija. Así que, después de meditarlo, decidió dejarlo participar, con la esperanza de poderlo eliminar quemándolo en la misma hoguera de los metales.

Llegó el día de la prueba, en las fiestas del equinoccio de primavera y cada uno de los participantes se presentó con sus cinco sirvientes y Zatel también con 5 amigos. Pero Antolu, el padre, Señor del Cobre, había pensado como eliminar a Zatel y le dijo que lo tenía que hacer él sólo, ya que los que traía no eran sus sirvientes. Zatel se vio ya perdiendo la prueba y muriendo en el fuego.

Pero ya no se podía echar atrás, tenía que seguir y se puso manos a la obra. Necesitaba conseguir fundir más mineral que la suma de los otros siete contendientes. Para realizar la prueba les habían traído las piedras de mineral para obtener lo metales y las tenían en un cúmulo muy grande donde cada uno de los participantes podía coger lo que necesitara y en otro gran montón tenían las maderas de los árboles.

Empezó la prueba, que duraría un día completo y luego esperarían a que se enfriaran los metales para pesarlos. La pobre Jurita lo presenciaba todo atenazada por el miedo, su amado casi seguro que iba a perder la vida. Todos empezaron a hacer una gran plataforma de leña al aire libre, poniendo muchos palos unos encima de otros. Zatel, en cambio, empezó a poner piedras en un hueco en el suelo en forma de horno y a dejar una entrada de aire, además se había traído restos de cerámicas para ponerlas en la pared interna del horno. Cuando los siete contrincantes ya tenían la pila encendida, él todavía no había podido meter la madera, pues estaba terminando la salida del aire a través de una pequeña chimenea que permitía salir el aire que entraba por la tobera. Cuando empezaban a poner los minerales los contrincantes, Zatel no había ni puesto la madera.

Ya había siete grandes fuegos quemando mucha madera y los sirvientes constantemente echando más leña. En cambio, después de varias horas de arduo trabajo, Zatel empezó a meter madera y, en tandas, a poner piedras de mineral con otras de madera encima, de forma que cuando encendió el horno empezó a funcionar muy lentamente.

Toda la gente estaba segura que Zatel perdería y el Señor del Cobre también, incluso se reían de él. La única con esperanzas, aunque no dejaba de llorar era Jurita.

Zatel, no obstante, no paraba en su quehacer, había usado menos leña que sus contrincantes, pero más mineral, mucho más. Para avivar el fuego había hecho un artilugio muy eficaz, con piel de cabra había hecho una especie de fuelle y empezó a bombear con él aire por la tobera y el horno empezó a funcionar, alcanzando interiormente una enorme temperatura que fundía sin problemas el mineral y obtenía el cobre derretido abajo. Los demás seguían echando muchísima leña con el mineral fundiéndose muy muy lentamente.

Terminó el día y el Señor del Cobre ordenó pararse a todo el mundo. Esperarían al día siguiente para pesar le cobre obtenido. Estaba seguro que el joven Zatel perdería, así que mandó detenerlo y encerrarlo para que no escapara. Ya estaba festejando que iba a conseguir un marido para su hija y se iba a quitar de en medio a ese joven pobre al que su hija amaba.

Al día siguiente se reunieron todos para festejar la salida del sol del equinoccio y la entrada del primer rayo de luz en el fondo del dolmen cercano al poblado, cosa que sólo ocurría ese día y en el del equinoccio de otoño, y luego fueron a medir el cobre obtenido.

Empezaron por los siete pretendientes y pesaron lo obtenido por cada uno, en general poca cosa, aunque uno, el hijo del Señor del Urium, había conseguido la mayor cantidad de ellos, y ya Antolu lo había abrazado y todo.

Por último, fueron a ver el horno de Zatel y cuando sacaron el cobre obtenido todos quedaron perplejos, había una cantidad enorme. Era el que más tenía, pero él necesitaba obtener más que todos los demás juntos. Pusieron en un gran madero a modo de balanza en una parte lo de Zatel y en otra la de los demás y la pusieron en equilibrio sobre una piedra, si se inclinaba para Zatel viviría y se casaría con Jurita, si iba para el otro lado moriría.

Zatel temblaba, Jurita lloraba, y al terminar de poner el cobre y ponerlo en contrapeso en la balanza, ésta se quedó sin moverse un pequeño momento, que para Zatel y Jurita fue casi infinito, hasta que se inclinó para el lado de Zatel. La gente pobre del poblado y los trabajadores que habían venido de lejos gritaron de alegría, los señores del cobre invitados enmudecieron.

Zatel había ganado, pero la prueba no había terminado. El Señor del Cobre, padre de Jurita, dijo que él cumpliría su palabra y que lo dejaría casarse con su hija. Entonces, uno de los padres de un participante, el Señor del Tamur, se fue a por el joven ganador y le dijo que había hecho hechicería. Sacó su daga y fue a matarlo. Entonces el padre de Jurita, se interpuso y recibió él la punzada del puñal, que lo hirió mortalmente.

Las gentes se abalanzaron contra el atacante hasta reducirlo y Antolu, ya moribundo llamó a su hija y a Zatel, y antes de morir les dio su bendición. Zatel se convirtió en marido de Jurita y en el Señor del Cobre y de los metales y modernizó la metalurgia hasta niveles nunca vistos en esta parte del mundo.

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PD. En la faja pirítica de Huelva vivió hace 5500 años una de las civilizaciones más avanzadas de todo el mundo de su época y sin parangón en Europa. Su principal avance eran las técnicas metalúrgicas, sobre todo gracias a la invención de los hornos con toberas que permitían conseguir más 1.000° grados centígrados con facilidad. Era una sociedad con clases sociales y muy avanzada en su nivel de vida, con alimentación variada de carnes, peces y moluscos y productos del campo, así como unas normas sociales diferenciadas del resto de sociedades de la península Ibérica. Este cuento se ha realizado para recordar a estos míticos metalúrgicos y se publicó en el Cerro del Andévalo en la Revista de la Romería de San Antonio Abad de 2018.