Durante mi lucha de años para que se reconociera en la cuenca minera la importancia que tuvo Concha Espina para nosotros, con la publicación de la novela El metal de los muertos, me vi obligado a escribir varios artículos señalando la falta de interés del consistorio nervense negándole dicho reconocimiento, tales como el publicado en 2015 “Nerva no quiere a Concha Espina” (Nervae), o el que publiqué al año siguiente “Atados al franquismo” (Nervae 2016), donde traté de explicar que, a pesar de su relación con el franquismo, a tres Hijos Ilustres de Nerva no se les negó el reconocimiento del pueblo, cosa que sí ocurría -hasta entonces- con Concha Espina. Afortunadamente, el consistorio reaccionó en 2017 (Centenario de su estancia en Nerva) y dejó de mirar para otro lado, ofreciéndome una Conferencia y -bajo mis sugerencias- reconociendo la labor de la escritora con una placa y una plaza con el nombre de El metal de los muertos.
Lo recuerdo ahora porque en la reciente Séptima edición del Otoño Poético nervense fui invitado por el coordinador del encuentro, José Luis Lozano, para que expusiera una serie de publicaciones, desde 1913 hasta nuestros días, y evocar el interés poético de esas publicaciones históricas, entre las que destacaba por derecho propio una primera edición de 1933 de Minero de Estrellas, del poeta José María Morón, lo que le valió los dos premios más importantes de aquella España literaria de la II República, el segundo Premio del Nacional de Literatura de 1933 y dos años más tarde, en 1935, el Premio Fastenrath, que era el equivalente y precursor del actual Premio Cervantes. Recordé aquel artículo, no entendido por todos, donde decía que muchos hombres y mujeres “se vieron involucrados en el proceso de asimilación ideológica posbélica limitando hoy su reconocimiento por quienes todavía no entienden que, en las condiciones de aquellas circunstancias, se vieron atrapados en la perversa dinámica de apoyo público al régimen franquista que surgió tras la guerra civil, simplemente por la necesidad de sobrevivir”. Fue el caso del pintor Vázquez Díaz, del músico maestro Rojas o de los escritores Concha Espina…y José María Morón.
Del poeta vinculado a Nerva, en su compromiso social y republicano, apenas quedan poemas y escritos ajenos a los pocos que conocemos publicados, como Minero de estrellas, Romance de las Minas de Ríotinto o Miss Almadén y otros poemas, así que, a pesar de que estuve a punto de no revelar lo que sabía, tras un desencuentro por el ninguneo y la estrechez ‘oficial’ que se me transmitió, decidí que mis amigos y paisanos no eran responsables de la ignorancia bibliográfica e histórica de quienes trataron de limitar mi libertad de expresión, como ya ocurriera con la censura sufrida en el Nervae de 2018, por lo que decidí tragarme el orgullo, no defraudar a José Luis Lozano (estuvo espléndido en la presentación del acto y los poetas) y dar a conocer lo que no dije en el artículo titulado “Atados al franquismo”. Allí, ya indiqué que el poeta se afilió a la Falange tras la guerra civil y referenciaba a un estudio realizado por el catedrático Antonio Pérez Bowie, quien hablaba del exilio interior de Morón, “como reacción contra el acatamiento resignado con el que se vio obligado a aceptar las nuevas circunstancias”. Sus últimos años de vida -escribí- los pasó en Madrid, ya que se colocó en el Ministerio de Trabajo, alternando con un empleo de contable en una imprenta. “Escribía en revistas como Brújula o Tajo, colaborando también con los periódicos de la cadena del Movimiento. En realidad, su obra Minero de Estrellas, publicada en 1933, es su única producción de reconocida calidad”. ¿Eso era todo?, no. Había detalles con nombres y apellidos que nunca conté y sabía. La información estaba condicionada a quienes me la habían transmitido, así que aprovechando el Otoño Poético pedí permiso para contarlo y al obtenerlo lancé las circunstancias y los pormenores de lo que sucedió en los inicios de la intransigencia represora de aquellos primeros tiempos del franquismo. No pude extenderme -para no contrariar a la oficialidad municipal- y limité la información a lo básico, por lo que ahora agradeciendo la invitación de Tinto Noticias doy más detalles de lo que adelanté en mi ‘constreñido’ Otoño Poético.
Cuando tras nombrar a personajes nervenses que ya en 1913 organizaban concursos poéticos, como Cristóbal Roncero, doctor en Medicina y Cirugía, odontólogo y poeta; José Morón Vázquez, poeta; José María Trigo González, alcalde presidente y representante de la Sociedad de Autores Españoles; Constantino Lancho Solana, cura párroco y literato; Antonio Zarza Delgado, Juez municipal, farmacéutico y literato; José Arangüete y de Vargas, abogado, secretario del Ayuntamiento y literato y Manuel Fontenla Vázquez, el único que no se atribuía méritos literarios y solo constaba como pintor, llegó el turno de José María Morón que, junto a Concha Espina, constituye el binomio literario más importante en la historia de nuestra comarca. Y la pregunta es muy simple, ¿cómo no conocemos más de la obra poética de José María Morón, que debió haber dejado escrita, aparte de lo muy poquito publicado? La contestación es sencilla y ahí está la historia, que estoy tardando en contar. José María Morón se encontró con que estaba en el punto de mira de los golpistas, por sus escritos y poemas sociales, especialmente los que ensalzaban el carácter combativo de los mineros. Fue detenido y a punto estuvo de ser fusilado, en la vorágine represiva desatada en aquellos instantes de ‘horror’ y en donde indiscriminadamente tantas personas perdieron la vida en Nerva. La familia llamó a un cura residente en Sevilla, tío de la mujer de José María Morón, quien intervino a favor del poeta, consiguiendo salvarlo de la muerte. Y como hizo también el ‘socialista’ Enrique Monis Mora (pintor), José María Morón terminó afiliándose a la Falange, publicando poemas de carácter menor y con loas al régimen.
Temiendo que los manuscritos escritos y conservados en el hogar familiar pudieran ser utilizados en contra del poeta, por los nuevos represores de las ideas sociales y progresistas que sostenían a la II República, su madre, María Gómez, aunque en el pueblo todos la conocían como María Morón, los reunió y se los llevó a casa de su amiga, Ana Mendoza Trigo, quien vivía en los altos del Casino, actual Restaurante Cervecería Marobal, justo donde se celebró el último Otoño Poético. Allí los destruyó, quemándolos y haciéndolos desaparecer. En el lado republicano se propagó la noticia del fusilamiento de José María Morón, y algunos poetas, como Antonio Machado, lamentaron su muerte. En ‘El Mono Azul’ (el primer número apareció el 27 de agosto de 1936, al día siguiente de la ocupación de la cuenca minera) incluso se publicó una necrológica. Hoy, los poetas elevan sus musas y versos donde el fuego dejó que el miedo a la peligrosa intransigencia ignorante y represora convirtiera en cenizas lo que el gran poeta nervense (Nota) sintió en poéticas palabras en aquella Villa de la Libertad, en lo que seguramente fue la mejor época cultural nervense, por la calidad y compromiso de sus protagonistas.
José María Morón Gómez nació circunstancialmente en La Puebla de Guzmán, en 1897. Sus padres, originarios del pueblo, estaban instalados en Nerva, donde poseían una Librería, centro de reunión y tertulias y referencia de la intelectualidad de la época. Su madre se fue a La Puebla de Guzmán para parir en casa de su madre, como era habitual en aquella época, pero el niño Morón vivió desde su nacimiento en Nerva. El casamiento de sus padres se produjo cuando ella, María Gómez, escapó del convento en el que estaba recluida por su familia para evitar que se casara con el librero José Morón Vázquez. Aunque se habla de que el poeta José María Morón obtuvo el Nacional de Literatura de 1933, por su ‘Minero de estrellas’, en realidad obtuvo el segundo puesto, con un premio de 3.000 pesetas de la época. El jurado compuesto por Manuel Machado, Gerardo Diego y Dámaso Alonso otorgó el primer premio a Vicente Aleixandre, por su obra ‘La destrucción o el amor’, obteniendo 6.000 pesetas. Poetas como Luis Cernuda, Manuel Altolaguirre o José Antonio Muñoz Rojas obtuvieron accésits en ese mismo Concurso Nacional de Literatura. El Premio Fastenrath, el precedente del actual Premio Cervantes, lo obtendría José María Morón un año después. La novelista Concha Espina fue la primera escritora que obtuvo también ambos premios.
Por Juan C. León Brázquez, periodista y bibliógrafo
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