Sergio Espina Cortés transmite sus sensaciones sobre El Rocío 2023 en este artículo

Y cuando quieres darte cuenta, todo ha pasado. Precisamente esa fugacidad es uno de los principios básicos de esta fe que mueve montañas, la fe por la Virgen del Rocío. Cada año son más y más fieles los que llegan a sus plantas para empaparse de ese sueño rociero y de esa marea cristiana que llega cada vez a más partes del mundo. Cada momento vivido en esas arenas se clava en el corazón y sirve de apoyo para cada momento duro que pueda vivir el peregrino hasta la siguiente la romería, para tenerla siempre presente.

Es más que conocido el “no se puede explicar con palabras” pero cada vez me parece una verdad más real. Sobre todo este año, en el que ha sido mi primer Rocío diferente. Con la expectación que todos teníamos debido al agridulce final que aconteció en la última romería, este año se presentaba especialmente importante. Pero hay momentos en la vida en los que te das cuenta de lo que he comentado al principio, esa fugacidad, y en relación con eso, que cada momento de Rocío hay que aprovecharlo y exprimirlo al máximo. Nunca imaginé sentir como si todo lo vivido en la pandemia volviera a suceder, por que el no estar allí viviendo esos momentos con mi familia me hacía sentir que realmente no estaba ocurriendo, que eran simples vídeos y fotos de otro momento. 

Precisamente eso me ha hecho no estar tan triste como creía poder llegarlo a estar. 

Pero no todo es fácil de soportar, hay momentos durante la semana que han sido duros, en los que uno se replantea tantas cosas que difícilmente es capaz de concentrarse en otro asunto que no sea apenarse por no estar allí con los suyos. Y es que podrá sonar egoísta o poco agradecido puesto que hay personas que ni siquiera pueden ir a la procesión, o para quienes la romería se basa únicamente en ese día.  Pero en lo que me respecta, ha sido la primera vez en la que no he podido hacer el Rocío al completo, desde que mi madre me llevara a mi primera romería en su vientre. Desde ese momento en las semanas previas y posteriores a esa mágica semana todo giraba en torno a ella, todas las conversaciones, pero este año no. Este año he sentido las pisadas de todos los peregrinos desde lejos, he experimentado una sensación muy extraña en ciertos momentos. Con mi familia llamándome por videollamada para hacerme sentir que estaba allí con ellos, para intentar que pudiera perderme lo menos posible.

Pero llegado el momento, toda esa sensación rara se esfumó, cuando pude llegar el domingo a la aldea fue como llegar al sitio donde debía estar, a mi sitio. El hecho de ver a mi padre casi emocionado por verme llegar, el hecho de ver a toda mi familia, hizo que rápidamente se fueran todas las preocupaciones.

Porque además de eso, si una cosa doy gracias este año, es que he podido estar en lo más importante, he podido estar con ella. Porque hay un momento que todo almonteño aprecia más que cualquier otro. No es más que poder decir, “esto ya esta aquí” y que pocas horas después estés poniéndote las botas de seguridad y apretando bien el pañuelo al pantalón para dirigirte hacia ella.

Llegado ese momento creo que después de eso sin duda siento el orgullo más grande que he podido experimentar en mi vida. El simple hecho de que tus familiares que no la llevan, te miren con cara agradecida e incluso muchos materialicen ese sentimiento en palabras. Precisamente como dije antes, ese momento no se puede explicar con palabras. 

Pero sin duda alguna el momento que más me ha llenado el corazón lo suficiente para seguir hacia delante con todo lo que venga, fue un abrazo. El abrazo que mi padre, mi hermano y yo nos dimos después de trabajar todos para poner a mi sobrina en el manto de la Virgen. Porque no hay nada comparable al momento de la vida en el que tu padre te mira orgulloso sabiendo que la tradición y el futuro del Rocío está en buenas manos. Que la semilla rociera sigue en nosotros gracias a toda nuestra familia. Por qué se trata de una emoción inexplicable sentir que trabajas con ellos por llevarla, que después de tantos años viéndola de lejos, te toca por fin continuar con la tradición, y lo mejor es poder compartirlo con los tuyos. Creo que no hay una mejor forma de explicarlo que entonando la sevillana de los Marismeños, Una oración rociera: “el que me subió a sus hombros pa´ que la viera de lejo, que era chico y no podía, y él que cuando fui más grande bajo el paso me metía, agarrao´ a los varales, hombro con hombro conmigo fuimos dos hombres iguales, fuimos como dos amigos que llevan la misma sangre”

Y todo esto pueden parecer simples palabras, pero como he repetido, es muy complicado explicarlo con la magnitud que realmente adquiere. Porque ese sentimiento en mi caso hace que cuando la tengo delante no sea capaz apenas de pedirle o rezarle más allá de la salve. Porque su grandeza me hace no poder hacer otra cosa que mirarla y dejar la mente en blanco pensando en lo guapa que está. Porque cuando tengo el honor de llevarla en mis hombros lo único que puedo hacer es pensar en dejarme cuerpo y alma para que todos los rocieros y especialmente mi familia puedan disfrutar de ella.