Por José Ángel Cadelo. Experto en cultura y religión islámica
Todavía conmocionados por la terrible tragedia de la valla de Melilla, algunos partidos políticos y medios de comunicación, tanto de Marruecos como de España, se empeñan en buscar responsables en el lugar equivocado. Por ahora, ningún indicio apunta a una única causa de la catástrofe. Más bien, como ya ha sucedido otras veces, las estrategias de las organizaciones criminales que trafican con seres humanos, la desesperación de quienes aspiran a una vida mejor huyendo de la miseria o la guerra, el celo de la Gendarmería por contener la cada vez más contundente presión migratoria y el infortunio se confabularon para dar lugar a uno de los más tristes episodios en la historia de la frontera hispanomarroquí.
El masivo intento de salto a la valla había sido minuciosamente orquestado por quienes se lucran con la impaciencia de los migrantes. Hay imágenes de video, de semanas atrás, de supuestos traficantes recorriendo el perímetro fronterizo en busca de los mejores enclaves para el asalto masivo. La densa concentración de hombres subsaharianos, mayoritariamente sudaneses autoexiliados, en los campamentos del Gurugú no auguraba nada bueno. Mientras Rabat buscaba una solución para desmantelar el improvisado y precario asentamiento forestal, las “mafias”, carentes de ningún atisbo de humanidad, perpetraban el asalto coral a la valla a sabiendas de la alta probabilidad de que todo acabara en fracaso o, incluso, en tragedia. Se habían propuesto esas mafias, así, descongestionar el poblado nómada, para poder seguir introduciendo en Marruecos nuevas expediciones de subsaharianos y alentar a la aventura europea, en sus aldeas de origen, a nuevos migrantes. Un atasco frente a la frontera, como el que llevaba meses generándose, es muy mal cartel para el negocio de los que se lucran con las esperanzas de los migrantes.
Es posible que algunos gendarmes cometieran errores tácticos en el intento de frenar el contundente y sorpresivo asalto a la valla. Pero no cabe ninguna duda de que Rabat no deseaba este fatal desenlace. El Gobierno de Marruecos, gracias al impulso personal de Mohamed VI, ha regularizado desde 2014 a decenas de miles de inmigrantes irregulares de origen subsahariano. Los que, llegados a Marruecos desde el sur, optan por continuar su viaje hacia Europa son el grupo menos numeroso. Por su parte, tanto Madrid como Bruselas tienen acuerdos con Marruecos en materia de cooperación para el control de la migración irregular: la Unión Europa provee a los agentes del país magrebí de equipos de telecomunicaciones, cámaras térmicas y vehículos 4×4 para ese importante cometido que, entre otras cosas, se traduce sobre todo en evitar que se lancen al mar sin garantía alguna de éxito hombres, mujeres y niños tan desesperados como imprudentes.
No hubo disparos ni de armas de fuego ni de pelotas de goma el pasado viernes 24 de junio. Sí se lanzaron botes de humo y de gases lacrimógenos para intentar dispersar a los que intentaban alcanzar la valla. Las muertes se produjeron por aplastamiento contra la alambrada a causa del embotellamiento en uno de los accesos peatonales de la frontera, caídas por el colapso de una sección del muro, asfixias y, según testigos, infartos: el estrés, las carreras y la debilidad física de quienes llevaban incluso dos años malviviendo en la montaña no ayudaron nada.
No hay, de momento, ninguna solución mágica para esta creciente presión migratoria cuyos efectos amenazan ya con arruinarnos el verano. En la lista última de los 25 países más pobres del mundo, 21 son africanos. Paradójicamente, esos países cuentan con las reservas del 90% del platino del mundo; el 80% del apreciado coltán; el 60% del demandado cobalto; el 70% del tántalo; el 46% de las reservas mundiales de diamantes; y el 40% del oro. Son naciones, casi todas, en manos de dictaduras, con gobiernos a los que nada preocupa el desarrollo de sus pueblos. Otras, son víctimas de conflictos que se eternizan en el tiempo. Esta presión se hará del todo insoportable en pocos años. Y puede que, entonces, no tengamos más remedio que exigir a esos gobiernos que inviertan en carreteras, en escuelas, en hospitales, en universidades y en seguridad, y que promuevan la liberalización de los mercados. Eso, sin duda, nos encarecerá el precio de esa materia prima que tanto necesitamos, pero generará ese deseable desarrollo económico y social: el único capaz de detener o reducir la presión en la frontera.
Estamos hablando de muertes de seres humanos, personas que, merezcan o no nuestra consideración personal por su actitud, están amparadas por la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Todos buscaban esa vida digna que no encontraron en el lugar en el que les tocó nacer.