Pasión Correa analiza la particular visión sobre la Cuenca Minera de la autora cántabra


El paisaje de la Cuenca Minera de Huelva está salpicado de pequeñas motas encaladas, diferentes conjuntos de caseríos que tienen al sur el Condado, al oeste el Andévalo y al norte, la Sierra. Y en este escenario, en la pequeña aldea de Monte Sorromero, es donde mi padre y su esposa decidieron afincarse hace unos años. Tras acomodarse en la quietud de la naturaleza, fueron descubriendo algunas anécdotas que habían acontecido en su nuevo hogar como, por ejemplo, que no muy lejos de allí estaban los escenarios de la película El Corazón de la Tierra (dirigida por Antonio Cuadri y basada en la novela de Juan Cobos Wilkins) o que fue en esta misma aldea donde la escritora santanderina Concha Espina se hospedó para escribir su novela más influyente y aclamada.

Tan olvidada y silenciada por la historia de la literatura española que ya nadie hoy recuerda que María de la Concepción Jesusa Basilia recibió el Premio de la Real Academia Española por Tierras de Aquilón, fue propuesta como candidata de la RAE y el Premio Nobel varias veces, fue dama de la Orden de las Damas Nobles de la Reina María Luisa, recibió el Premio Nacional de Literatura por Altar Mayor y fue periodista de diversas cabeceras como El Correo Español o La Nación. Como una posible integrante de las Sinsombrero, Concha me parecía igual de abandonada por los libros de secundaria (y la sociedad en general) como abandonadas y deshabitadas me parecían las callejuelas y casas de Monte Sorromero.


Gracias a mi padre y a su mujer conocí la figura de esta escritora y su particular visión sobre la Cuenca Minera de Huelva. Es este un importante legado que dio, y da a conocer, un episodio gris, turbulento, e incluso sangriento, de las Minas de Riotinto y que muchos onubenses desconocen hoy en día. Aquí radica la importancia del estudio de su vida y obras por parte de nuestros jóvenes, quienes quizás no conozcan este eslabón extraviado de la historia de su provincia. Pero, una vez más, son los poemas de Juan Ramón Jiménez, entre otros varones, los que se reproducen incesantes en todos los institutos de Educación Secundaria Obligatoria.


El Metal de los Muertos, novela que hoy ocupa un lugar entre mis estanterías, fue publicado en 1920 y constituye un auténtico trabajo de investigación periodística, una dura crítica y denuncia social que acomete directamente contra los entonces dueños de las áridas tierras de la cuenca, la Rio Tinto Company Limited. Concha Espina se trasladó desde Santander, a sus cincuenta y un años y acompañada de su hijo, hasta Monte Sorromero, no solo para documentarse de primera mano y escribir su libro, sino también para unirse a la lucha por los derechos laborales y sociales de los mineros de aquella época.

Es preciso recalcar que aunque ella solo pretendía hacer una “obra de justicia y de arte”, como bien declaró en uno de sus escritos, lo cierto es que hizo mucho más que eso sin darse cuenta: una completa radiografía de la miseria, infelicidad, penurias y explotación que sufrían los mineros frente a la ambición forastera inglesa.

Todo ello con un exquisito y culto lenguaje y con un dominio admirable de las descripciones.Muchos desconocen que, debido al levantamiento sindical de estos mineros contra los patronos ingleses, y contra las duras condiciones de trabajo que soportaban, Minas de Riotinto fue el primer lugar de España y de Europa en el que hubo un brutal enfrentamiento entre las fuerzas del orden y los trabajadores. Esta rivalidad se convirtió en un negro episodio de la lucha obrera española y además, se cobró la vida de más de 200 personas. La masacre fue bautizada como el Año de los Tiros.


Como la Rio Tinto Company Limited siempre estaría aliada con el Gobierno central, los opresores y los oprimidos seguirían siendo los mismos y nada cambiaría después de esta hostilidad, Concha Espina haría, con El metal de los muertos, una especie de homenaje a todas esas esperanzas y deseos de cambios de aquellos trabajadores que perecieron y un estandarte patriótico contras los ingleses, quienes se llenaban los bolsillos gracias a las riquezas de “Estuaria” (seudónimo que otorga Concha a Huelva).


Esta obra adentra al lector en un auténtico “valle de Lucifer” y le hace comprender por qué el suelo parece haber “bebido sangre” en la Cuenca Minera de Huelva (en todos los sentidos). Atrás queda la imagen idealizada de las casitas del barrio de Bellavista que siempre hemos observado con curiosidad. Sus brillantes colores, sus inclinados tejados y su peculiar e inconfundible arquitectura fueron testigo de algo más que un pasado de oro para la economía capitalista británica.


De este modo Monte Sorromero y sus alrededores cambiaron para mi. Ahora todo cobraba un sentido más especial. Además de ser un lugar de retiro espiritual, paz y relajación, un lugar para disfrutar con mi familia, pasó de ser completamente desconocido a tener una importante relevancia histórica. Es más, creo que en sus esquinas quedaron atrapados los lamentos de los mineros y sus familias y, en sus calles, aún sin asfaltar, se puede vislumbrar a una Concha Espina preocupada y comprometida con la sociedad de su tiempo. Para los oídos, por desgracia o por fortuna, aún quedan los estruendos que provocan las incansables maquinarias de las minas, aquellas que siguen hiriendo las entrañas de la tierra desde tiempos remotos