‘Nunca faltaron flores’ narra la vida de Julia Rufo, una mujer que acudía al lugar de los fusilamientos para socorrer a posibles supervivientes
Todos los amantes de la historia y, más concretamente, de la historia de la Cuenca Minera de Riotinto, de Nerva o de la guerra civil y la posguerra, tienen una cita obligada con ‘Nunca faltaron flores’ (Editorial Niebla, 2018), un libro del nervense Carmelo Rufo en el que se revela una sobrecogedora historia ocurrida en la localidad nervense durante la contienda y la dictadura franquista.
La protagonista de la obra, que acaba de ver la luz, es una mujer que se jugaba la vida para salvar la de otros, para lo que no dudaba en acudir al lugar en el que se producían los fusilamientos con el ánimo de ayudar y socorrer a los posibles supervivientes, sin mirar si eran republicanos o falangistas. Y no lo hizo una vez ni dos. Lo hacía en repetidas ocasiones, sin importarle su seguridad y poniendo en riesgo su propia vida.
Ella es Julia Rufo Alcaide, y su historia es la de una mujer que, «en el anonimato, desde joven, se acercaba por las noches al cementerio de Nerva, después de las ejecuciones, para ver si alguien había quedado con vida malherido», tal y como destaca el autor, bisnieto de Julia.
Y no sólo eso, «hasta que murió hace unos años, incluso en plena dictadura, siempre puso flores donde las tropas fascistas fusilaron a cientos de mineros de la Cuenca Minera de Riotinto, en el camino que conduce al cementerio de Nerva», añade Carmelo Rufo.
El autor narra en este libro, patrocinado por Fundación Atalaya y Restaurante Época, una historia que no sólo le contaba su propia bisabuela, cuando acudía a verla los fines de semana, de niño, al asilo de Nerva, sino también, al cabo de los años, algunos ancianos de la localidad, quienes corroboraron que aquellas historias eran ciertas.
«Estimado lector, el libro que tiene usted entre las manos es la historia de una mujer luchadora que supo superar situaciones límite a lo largo de su vida, una vida llena de momentos extremadamente difíciles que asumió con gran entereza y valor». Así comienza el prólogo del libro, en el que Carmelo Rufo destaca que la obra está escrita «en memoria» de Julia, pues «es un tributo que le debo» a quien «dedicó parte de su vida a ayudar a otras personas», algunas de las cuales «quizás no sepan que están vivas gracias a ella», señala
«Sólo espero que este libro pueda ayudar a darle el lugar que se merece en la historia de Nerva», añade el autor, quien aprovecha también para darle las gracias «a mi tío Esteban Rufo, porque también he recopilado sus vivencias con ELLA, a mi tía Encarna, que es su nieta y que también me ha contado su historia, a mi hermano Floreal, que vivió los últimos años de la vida de Julia a su lado y también escuchó parte de sus testimonios. A ellos les doy las gracias por hacer de esto un legado para todos los que la conocimos», añade.
Carmelo Rufo, o Carmelo ‘el del Época’, como muchos le conocen por el restaurante que regenta en la vecina localidad de Riotinto, empezó a visitar a su bisabuela en el asilo de Nerva alrededor de 1967, «cuando ella tenía 84 años y yo siete». «Su edad no le impedía mantener la cabeza lúcida, como la de una mujer joven», recuerda el autor, quien seguro que recuerda bien. Tal es así que Julia Rufo Alcaide, nacida en Higuera de la Sierra en 1882, no falleció hasta 1985, con 103 años.
Pero no murió del todo, su historia seguía viva en la memoria de quienes la conocieron y, a partir de ahora, lo estará para siempre en la memoria colectiva de un pueblo, donde siempre tendrá, gracias a esta publicación, el lugar que merece.
También el mundo entero, y más concretamente la Cuenca Minera, puede aprender con este libro, pues, tal y como destaca el propio autor, Julia Rufo nos dejó una gran enseñanza sin saberlo: «Qué más da nuestras ideas, nuestros pensamientos, creencias o afinidades… Somos vecinos y deberíamos ayudarnos los unos a los otros para así lograr que esta tierra colorá salga adelante…».
Y lo decía alguien que no sólo ayudó siempre a los demás, sino que también necesitaba ayuda, seguramente tanta como la que ella prestaba. Madre soltera, en aquellos años perdió a un hijo y tuvo a otro escondido casi tres años en los montes, a donde «le llevaba comida y ropa a hurtadillas».