La ultraderecha avanza como quien toca un tambor en mitad de la noche: con golpes secos, rítmicos, que buscan despertar más por estruendo que por melodía. No hay novedad en su discurso —ya lo escucharon nuestros abuelos en blanco y negro—, pero sí en el envoltorio: banderas más limpias, consignas más breves, vídeos de veinte segundos que prenden como cerillas en la selva digital. Su fuerza no está en la razón, sino en el miedo: miedo al diferente, miedo al futuro, miedo incluso a perder los privilegios que jamás se tuvieron.

Mientras tanto, en Andalucía, el PP se desliza bajo el ruido del tambor, practicando una cirugía silenciosa: recortes aquí, ajustes allá. Menos manos en la sanidad, menos aliento en la educación, menos sostén en lo público, que es lo de todos. La estrategia es conocida: hablar de eficacia mientras se descose la red que protege a los más frágiles. A falta de tambores, se sirven de un metrónomo administrativo que convierte la precariedad en norma.

Así, unos gritan para asustar y otros callan para desmantelar. La ultraderecha marca la música con su estrépito, y el PP baila al compás, ejecutando lo que parece una coreografía pactada: ellos incendian, estos recortan. Entre tanto, la ciudadanía queda atrapada entre el estruendo y el silencio, sin notar a veces que lo que desaparece no vuelve: un centro de salud cerrado, un aula masificada, un derecho arrasado.

La historia nos advierte que la suma de ruido y despojo nunca trae paz. Hoy lo llaman modernización, eficiencia, libertad de elegir. Pero lo que suena, si uno afina el oído, es el eco viejo de los tambores.

Por Rocío Díaz Cano, alcaldesa de Minas de Riotinto