Artículo publicado por el blog ‘El Ático de Jepane’ en noviembre de 2008:

El pasado día 30, tuve , por desgracia, que asistir al cementerio de El Campillo para despedir a una persona allegada.

Me fuí un buen rato antes de la hora al campo santo del pueblo vecino, el cual no conocía; y estuve dando un paseo por el. Había mujeres afanándose en limpiar las sepulturas o nichos a pesar del mal tiempo. Me llamo la atención un hombre mayor que «retocaba» unas flores en el monumento humilde pero importante que se le dedico a los «fusilados» en la IN civil guerra. A mi «buenas Tardes» este señor me respondió amablemente y casi sin darme cuenta entable una conversión amena con el.

Su nombre es Carlos, Carlos Pernil; y fue concejal del ayuntamiento allá por el año 1986 en el Campillo.

Carlos, me contaba, creo que sorprendido por mi curiosidad, cómo fue el poner este monumento.

«Todos los que fusilaron no tenían un recordatorio; en aquella época no podíamos hacer nada»; me decía Carlos, como disculpándose aún por no haber hecho algo antes. «Aquel año 86, los que estábamos en el Ayuntamiento de El Campillo decidimos hacerlo; el pequeño monumento o monolito lo costeamos con el dinero del partido, se decidió que se inaugurara el día de andalucia, el 28 de Febrero de 1986»; me sigue contando Carlos, mientras de vez en cuando mira de reojo al monumento en cuestión.

«Lo tapamos con una bandera de Andalucía y cuando se descubrió, los asistentes fueron depositando flores, rosas rojas principalmente, a su alrededor». Carlos Pernil hace una pausa, ha soplado un poco de viento y se agacha a comprobar que el jarrón de cristal lo haya dejado bien amarrado con una cuerda que yo no había visto hasta ese momento. Se gira hacia mi y prosigue diciéndome: «Desde entonces, yo le hago lo que le va haciendo falta………pinto las juntas, lo limpio, le cambio o retiro las flores mas estropeadas……………….Mira, ¿ves ese canasto de mimbre?, pues ese canasto tiene historia…..Vamos no el canasto en si, me refiero a que este puesto en ese lugar». Carlos, ese hombre que te gana con su simpatía a medida que vas hablando con el, parecía que me conocía de toda la vida, cuando en realidad hacia pocos minutos que nos habíamos puesto a hablar por vez primera. Y digo que parecía que me conocía, porque los que me conocen saben que basta «picarme» un poco como el acababa de hacer para interesarme mas por la historia o relato.

Dimos unos pasos hacia atrás y Carlos me miro con esa expresión que tiene aquel que no ha olvidado, aquel que recuerda, como si hubiese sido hace poco, una etapa de su vida que sin duda le dejo marcado. Esa mirada no me era desconocida; esa expresión, esa tristeza profunda que se adivina en lo mas profundo de los ojos ya la había visto yo en los ojos de mi abuelo ‘Palomo’ durante muchas charlas en aquellos felices días de mi infancia. Carlos comenzó su relato; el cual os transcribo aquí, pero obviaremos los nombres o apellidos de sus protagonistas, pues no se si al mencionar sus nombres los podríamos molestar.

«Yo tenía un compañero de clase- comienza a decirme Carlos-. Nos sentábamos juntos en la misma banca. El no tenía padre ni mas familia que su madre».

«Un día, al regresar a su casa comenzó a llamar a su madre, y no la encontró por ningún lado. Un vecino le dijo que había visto cómo a su madre se la llevaban los falangistas. El pequeño, ajeno a lo que esto podía significar, siguió el camino que el vecino le había indicado. Llegó mi amigo a lo que ahora es el parque de Los Cipreses; y fue allí donde se encontró con el cadáver fusilado de su madre».

«El pequeño reaccionó de una manera anormal, pues lo único que se le ocurrió fue comenzar a andar; sin rumbo, campo a través».

«Al caer la noche, había llegado a un cortijo de Valdelarco. Oiga- le dijo mi amigo al dueño de la finca- ¿podría darme de comer, que llevo hambre?; pero, chuiquillo, ¿de dónde sales tu? -preguntó aquel hombre extrañado, a lo que mi amigo respondió: de El Campillo. ¿Qué te ha pasado, zagal? -volvieron a preguntarle-, a lo que el chiquillo respondió entre lágrimas que le habían matado a la madre y que más familia no tenía».

«Aquellas buenas gentes le dieron de comer y le proporcionaron un sitio donde dormir. Le dijeron a aquel chiquillo que se quedara allí unos días».

«Y lo que iba a ser unos días se fue prolongando en el tiempo» -me dice Carlos, y continúa contándome:

«Las gentes de los cortijos de aquella época no sabían apenas leer ni escribir. Nosotros, los niños de la Cuenca, teníamos las escuelas de la compañía; y mi amigo se hizo mocito allí; ayudando a llevar aquel cortijo que le había abierto sus puertas». Con el paso de los años, el protagonista de esta historia (al que a partir de ahora llamaremos X, pues no sabemos si le molestaría el contar aquí esta su historia) se casí con una de las hijas del dueño de aquel cortijo, que no tenía vástagos varones; y siguió trabajando en la finca.

Marchó a Alemania unos seis años para hacer dinero; y luego creó una empresa de Jamones, la cual aún hoy perdura.

Los habitantes de El Campillo sabían que su vecino X seguía visitando la fosa común del cementerio, donde dejaba flores, al menos una vez al año; pues allí era donde habían ido a parar los restos mortales de su madre.

Carlos Pernil preguntó e indagó, y descubrió que esta visita se repetía cierto día de finales de agosto. Un año; no hace mucho; decidió quedarse todo el día en el cementerio «de aguardo»; a la espera de ver a su amigo de la infancia cuando fuera a dejarle las flores a la desaparecida madre.

«Estaba yo rondando por aquí cerca y me pareció ver a un hombre entrar con unas flores en la mano y detenerse ante el monolito»; comenta Carlos, como si estuviera reviviendo aquel día.

«Me acerqué a este hombre y vi que no era tan mayor, no llegaba a los cuarenta años, calculó yo; y le dije: Perdone usted, ¿Tiene a alguien aquí enterrado?» Sí; le respondió aquel hombre un tanto sorprendido; aquí yace mi abuela.

Carlos comprendió que aquel joven era hijo de su amigo X, y así se lo dijo: «¿Usted es hijo de X?» «Sí»; respondió el joven. «Pues perdóneme, yo soy un amigo de la infancia de su padre, nos sentábamos juntos en el mismo banco en el colegio y la verdad es que esperaba verle hoy a el». El joven le contestó a Carlos: «Mi padre murió el año pasado y yo le traigo las flores a mi abuela en su nombre. Mire usted, cuando yo fui lo bastante mayor para entender según que cosas, mi padre me trajo a El Campillo. Me enseñó dónde él había vivido, me llevó al parque de Los Cipreses y me señaló el sitio exacto donde fusilaron a mi abuela, donde él la encontró siendo un niño; y luego me trajo al cementerio y me hizo prometerle que cuando él no estuviera o no pudiera, yo traería las flores. Y eso es lo que haré el resto de mi vida.»

Carlos Pernil hace una leve pero significativa pausa al llegar a este punto de su relato, y me dice: «Tan solo pude decirle que me permitiera darle un abrazo».

Os aseguro que me quedé conmocionado por la historia, y casi no me atrevía a hablar, esperando a que Carlos me siguiera contando. Los dos nos quedamos mirando aquel canasto de mimbre que podéis observar en la foto. Yo solo pude decir que estas historias deberían darse en los colegios, para que jamás olvidemos lo que ocurrió, procurando así no volver a caer en aquellos errores, y para que valoremos TODOS lo que tenemos como se merece.

Por poco tiempo más estuve hablando con Carlos. Llegó la hora de marcharme y le quedé muy agradecido a aquel hombre que tanto me había enseñado en un rato de conversación, algo que quizás debiéramos hacer más a menudo, hablar y escuchar a los que más experiencias tienen, pues seguro que sacaremos provecho de ellas.

El día 1 fui a Sotiel, pero me detuve en el cementerio de El Campillo para hacer las fotos que acompañan a este Post, y en el mismo lugar me encontré a Carlos Pernil; cumpliendo con la tarea autoimpuesta de no olvidar a los que allí yacen. Estaba hablando con una señora, y cuando me vio esbozó una sonrisa. Tras el apretón de manos me dijo que estaba contándole a aquella mujer la historia de un ramo con una cinta que estaba allí, y que era en memoria de un chaval que durante un año y medio casi había estado escondido en un «doblao». Cuando él se creyó seguro salió y encontró la muerte a manos de la sin razón…………………………

Pero esa es otra historia que espero escuchar de boca de Carlos Pernil otro día.

Gracias Carlos Pernil por todo lo que haces e hiciste.