Papá, déjanos en paz, que quiero ser feliz

Se está convirtiendo en un clásico hablar del comportamiento de los padres y madres en el fútbol base, hasta el punto de que llega a ser pesado repetir y repetir siempre lo mismo, pero lo cierto es que todo sigue igual.

Si este artículo de opinión fuese un artículo de investigación científica podríamos elegir entre las siguientes palabras clave: indicaciones, órdenes, estrategias, insultos, consejos, disputas, discusiones, peleas, gritos, faltas de respeto, discrepancia, ridiculización, vergüenza, frustración, odio….

Cada temporada empieza a rodar el balón para miles de chavales y chavalas de todas las edades, y junto con ellos para sus padres y otros familiares que acuden tanto a partidos como entrenamientos para animar y apoyar a sus hijos, sobrinos, nietos, etc.

Pero desafortunadamente, éstos se han convertido casi sin darse cuenta en uno de los mayores problemas de los más pequeños.

El objetivo principal debería ser que los niños y niñas disfruten y sean felices haciendo lo que les gusta, jugando al fútbol. Y aquí tenemos el origen del problema, que para muchos padres lo más importante no es que su pequeño disfrute jugando con sus compañeros, con sus amigos. Lo más importante es que llegue a ser una estrella mundial.

¿Pero cuántos llegan a jugar en primera división? Aproximadamente uno de cada 2.600, es decir, un 0,038 por ciento. Tu hijo no va a ser una estrella, déjalo en paz.

Sin quererlo, estos padres someten a sus hijos a una enorme presión, convirtiendo el juego en una actividad estresante para ellos. No entienden que lo más importante es que su hijo sea feliz, que viva en un entorno sano que le haga crecer como futbolista y sobre todo como persona, sin ningún tipo de presión y disfrutando con lo que hace. El tiempo dirá si llega a jugar en primera división. Mientras esto sucede, se está desarrollando como persona y disfrutando con lo que hace. El fútbol es un juego, deja a tu hijo que juegue.

Muy probablemente este comportamiento sea el reflejo de su propia frustración. Su mayor deseo es que sus hijos consigan lo que ellos no pudieron conseguir.

¿Y en la grada? ¿Qué es lo que ocurre durante un partido de fútbol infantil? Lo normal (qué pena) es que haya insultos, discusiones, amenazas, etc. De nuevo aparece la frustración, que alcanza incluso a los árbitros, blanco fácil de todos los insultos y amenazas de esos padres valientes que se esconden detrás de la multitud. Este comportamiento va a tener sus consecuencias, creando un clima constante de tensión, que en ocasiones desemboca en actos de violencia, trasladando toda esa frustración a sus hijos, que ven asombrados cómo sus padres insultan al árbitro, a los entrenadores, a sus compañeros y amigos, a sus adversarios, en definitiva, a todo el que se ponga por delante.

¿Cuántas veces podemos ver a un niño salir llorando del campo de fútbol por los gritos e insultos de sus padres? ¿No es más frustrante para un padre ver a su hijo llorar por su comportamiento que verlo perder? ¿No es más frustrante ver a un niño de 8 años presionado y estresado por las exigencias de su padre que verlo feliz y disfrutando con sus amigos de lo que más le gusta hacer?

Y qué decir de ese padre entrenador, que continuamente dice a su hijo lo que tiene que hacer en el terreno de juego, contradiciendo en la mayoría de las ocasiones las indicaciones del propio entrenador y creando una situación de estrés continuo en el pequeño. Este tipo de padre no se cansa de recordar que su niño es el mejor, a la vez que recrimina a sus compañeros (sus amigos) por lo mal que juegan, y por supuesto al entrenador por lo mal que dirige a su equipo. Aquí tenemos un nuevo espécimen, el entrenador frustrado.

“Papá, mi entrenador, ese al que tú llamas incompetente, sabe mucho más que tú de fútbol, y además es mi amigo, por favor, déjanos en paz”.

La competición y la competitividad bien entendida por el niño es buena, pero mal entendida es insana y provoca violencia, y los padres no pueden ser los responsables de generar todo este clima de violencia, ni de someter a sus hijos a toda esa presión. Los niños deben jugar y entregarse para ganar, pero entendiendo que eso no es lo más importante. A estas edades no gana el que mete más goles, gana el que mejor lo pasa.

Por suerte, este tipo de padre es sólo una minoría, pero por desgracia esa minoría es la que provoca en gran parte todo ese clima de violencia que en ocasiones rodea al fútbol base, y por el cual son muchos los padres que prefieren que sus hijos practiquen otros deportes.

Hace unos días escuché a un periodista en la radio decir que su hija jugaba al baloncesto porque es un deporte más educativo y con un clima más sano que el que se puede ver en el fútbol. No es la primera vez que oigo este tipo de comentarios, y desafortunadamente no les falta razón.

Pero no son los padres los únicos culpables de todo esto, también hay entrenadores, que tienen su parte de culpa, y cuyo comportamiento deja mucho que desear, insultan y recriminan a los árbitros y a los jugadores, son expulsados constantemente dejando a los pequeños solos en el banquillo, no reparten minutos entre sus jugadores, fijan posiciones desde muy pequeños, contabilizan minutos y goles, etc. ¿Quién no ha visto a un niño de 8 años llorando después de hacer un viaje de 80 kilómetros y no jugar ni un solo minuto? Todo lo contrario que debemos hacer para la formación y desarrollo de los más pequeños. Aunque a esto habría que dedicarle un capítulo aparte.

Lo que está claro es que ni los padres ni los entrenadores deben ni pueden proyectar su competitividad insana y su frustración en los más pequeños, porque van a ser éstos los más perjudicados.

Tampoco nos olvidemos del club, de los directivos, del entorno, etc. El fútbol no es ni bueno ni malo, son todos los que están a su alrededor los que lo hacen ser mejor o peor para nuestros pequeños.

Por favor, deja de hacer llorar a tu hijo, ayúdalo a ser feliz.