El departamento médico de la Riotinto Company empleó métodos novedosos para su control

Estos días en que el único tema del que se habla es el coronavirus que nos tiene confinados en nuestras casas para frenar en la medida de lo posible su expansión, se está recordando otra epidemia parecida que asoló a la población hace cien años, la mal llamada «gripe española», considerada hasta ahora la más devastadora de la historia.

En la Cuenca Minera, a menor escala, se vivieron otra serie de epidemias que conllevaron el aislamiento de los enfermos, entre otras medidas, para frenar su expansión, además de consolidar la vacunación de la población como medida de prevención. Poco se ha hablado de este tema, a pesar de constituir un ámbito muy interesante de estudio. Todo ello fue posible gracias a los esfuerzos del departamento médico de la Rio Tinto Company Limited, tal como relata Juan Saldaña Manzanas en su libro Médicos y hombres. Departamento médico de la Rio Tinto Company 1873 – 1948.

A la llegada de los británicos a las minas, sólo existía allí un pequeño hospital de dos habitaciones y doce camas, del que éstos realizarían algunas ampliaciones. En 1877 se estrenó el segundo hospital en El Alto de la Mesa, que fue usado hasta 1927 en que se inauguró el hospital de El Valle (actual sede del Museo Minero). En 1902 se construyó en Marismilla un hospital para infecciosos en sustitución del cobertizo de Mesa Pinos. En la primera etapa los médicos residían cada uno en una población, y atendían allí regularmente en un pequeño ambulatorio, quedando el hospital para accidentes y enfermedades graves. En 1927 el equipo médico contaba con 17 médicos, 13 enfermeras y 3 matronas.

En 1879, coincidiendo con el nombramiento de Charles Prebble como Director General de la compañía, hay cambios en la organización. Uno de ellos es que tanto el director general como todos los jefes de departamento de la Compañía dejarían de vivir en Huelva y se establecerían en Riotinto. Ya con Mr. Prebble en el pueblo, se realiza la contratación de un médico inglés, el cual tendrá residencia en Huelva, atendiendo allí a los trabajadores británicos y a sus familias, desplazándose varias veces en semana para colaborar con el Dr. Alonso en el hospital. Este médico es John Sutherlan Mackay, procedente de Edimburgo, en cuya Universidad deja una cátedra, siendo éste el primer médico inglés de la Compañía, persona que emprende el proyecto con una gran ilusión.

El Dr. Mackay se encarga de la Casa de Salud de Huelva hasta finales de 1882, cuando envía un informe a Prebble en el que explica que tienen que dejar el local porque no reúne las condiciones necesarias para el cuidado de los enfermos. Para ello trató de evitar el hacinamiento recurriendo a cualquier medio, incluso dando alta a los convalecientes para que continúen el proceso en su casa, alegando que necesitaba limpiar el hospital y dejarlo que se airee algunos días.

A su llegada a las minas, el Dr. Mackay encuentra la cuenca en un deplorable estado sanitario. El endémico padecimiento de malarias y tifus se había complicado con nuevas enfermedades infectocontagiosas: viruela, difteria, sarampión, etc. Para remediar esta situación, influenciado por las ideas que trae de la Universidad de Edimburgo, Mackay inicia una importante labor luchando no sólo contra el cuadro clínico, sino contra la enfermedad, en el caso de epidemias, y estudiando las condiciones sanitarias del entorno, para mejorarlas y así evitar el enfermar o la propagación de la epidemia. Estos conceptos en que se basan la Medicina Preventiva y la Salud Pública, hoy tan actuales y normales, entonces eran novedosos. No fue labor exclusiva de Mackay, sino que la siguieron el resto de Jefes que tuvo el Departamento.

Mackay solicitó medios administrativos (de los que carecía) y el nombramiento de otro médico británico en quien delegar parte del trabajo. Se le concedió de plantilla al médico inglés para las minas, de forma esporádica, al Dr. W. Burns Macdonald, en 1883, y en 1884 al Dr. Cotts. En 1886 ejerce de nuevo el Dr. Macdonald, y en 1887 el Dr. Macrae.

Sería muy largo mencionar a los médicos y enfermeras que pasaron por los diferentes hospitales durante el tiempo que funcionó la RTCL en Riotinto, aunque para la historia se recuerdan los nombres de muchos de ellos, tales como los doctores Chaparro, Ross, Ian Macdonald y un largo etcétera, o las distintas Enfermeras Jefe con las que contaron, también de labor reseñable.

Paludismo. Azote de España y castigo de las tierras de Huelva desde tiempos antiguos, ya se documentaba la malaria plenamente en la comarca de Zalamea desde el siglo XVIII. Desde el principio fue enfermedad de aclimatación, ya que afectaba a los llegados de fuera, como era el caso principalmente de ingleses.

Se contraía, según creían, al respirar los miasmas de la atmósfera, afectando a pulmones, sangre, hígado y bazo, siendo detectada en las personas más débiles.

En 1883, Mackay propone, para evitar el mal, que fueran a Punta Umbría (lugar de veraneo de los ingleses de las minas) con cocineros encargados de las comidas.

En la lucha contra el paludismo hay que destacar la labor de Ian Macdonald, junto al Dr. Ross. Se dedicaron a estudiar la zona e inician una lucha sistematizada en 1900 consistente en:

  • Destrucción del mosquito que lo transmite en su fase larvaria, mediante saneamiento de aguas estancadas.
  • Evitar la picadura por el mosquito, mediante la protección de casas y personas con mosquiteros.
  • Administración de quinina, tanto como sea posible, a los habitantes de distritos afectados por este mal.
  • Introducción de propaganda en la población con consejos, para concienciar del problema.

Viruela. En los informes de 1786 se la considera enfermedad esporádica de la cuenca, siguiendo así hasta 1873. Son habituales los fallecimientos por viruela a partir de 1874-75. Con la llegada de Mackay esos años, se emplean métodos sistematizados de lucha contra la enfermedad.

Su etiología viral no se descubre hasta 1906, pero sí se conoce entonces su carácter contagioso, aunque imperfectamente se sabe que es por contacto directo con objetos de uso cotidiano. Y se sabe también que, una vez producido el contagio, lo que impedirá enfermar es el estar vacunado.

El Dr. Mackay se dedicará a solicitar la construcción de Lazaretos, vulgarmente conocidos como Hospitales Viruela, y hará campañas de vacunación. Ante la falta de estos Lazaretos, se ve obligado a aislar a los enfermos en sus casas, algo que detestaba por inapropiado. Ante el surgimiento de nuevos brotes en 1886, extrema la vacunación dando órdenes a los practicantes de Naya, Dehesa y Atalaya de que les enviaran informes completos con los datos personales de los vacunados contra la enfermedad. Especialmente al de Naya le pide que vigile los casos sospechosos, ya que había tendencia a ocultar a los enfermos, advirtiéndole de que si no cumplía escrupulosamente esas normas, tomarían medidas contra él.

Pero las campañas de vacunación no controlan la enfermedad y hay que hablar de 19 defunciones en 1886 y 49 en 1887. El Dr. Mackay achaca el fracaso a las vacunas que llegan de Londres, las cuales cree que vienen defectuosas. Otra causa es la resistencia de la población a vacunarse y el nulo control de las autoridades sanitarias de la enfermedad fuera de la cuenca minera, con lo que no se podían evitar los casos importados. La epidemia y campaña de vacunación de 1887 fue la última de Mackay. La de 1888 fue realizada por el Dr. Morrison.

Mackay dimitió tras el suceso del Año de los Tiros (acaecido el 4 de febrero de 1888) al no estar de acuerdo con la política llevada por la empresa tras la tragedia. La amargura de saberse fracasado tras intentar erradicar la viruela lo acompañó al abandonar las minas.

Tras su marcha, continúan intensificándose las campañas de vacunación, en especial hasta 1897, con el Dr. Ross en la Jefatura, resultando años de bonanza.

1903 es un año significado en la lucha contra la viruela. Se establece por la compañía la obligatoriedad de estar vacunado contra la enfermedad, exigiéndose el certificado de vacunación para poder trabajar en la Empresa.

En los sucesivos años los casos ingresados en los hospitales viruela son más espaciados, y llegan, en palabras textuales de los informes, a “estar cerrados, pero preparados para recibir pacientes en cualquier momento”. Se sigue exigiendo obligatoriamente el certificado de vacunación a trabajadores, niños en edad escolar, etc., y a partir de 1927 no se vuelve a mencionar la enfermedad.

Fiebre tifoidea. El tifus fue habitual acompañante de los ejércitos en las guerras, con su secuela de miserias, y siempre, con séquito de carencia de higiene. De ahí la identificación que se creó entre tifus y porquerías.

Se encuentran tres certificados de defunción en Riotinto en el año 1872 en el que figura ya el nombre de fiebre tifoidea, con un periodo de silencio hasta los brotes epidémicos de 1877, 1878 y 1879, en que se registran 37, 30 y 15 defunciones respectivamente. Hay un segundo periodo de silencio hasta 1884, año en que, con varios casos declarados en Bellavista, el Dr. Mackay propone una revisión de las condiciones sanitarias, ya que tras examinar las casas, informa de aspectos como que el suministro de agua de los retretes es deficiente, llegando a ser nulo con el intenso calor veraniego, y que se debía poner en funcionamiento un servicio de retirada de depósitos cada mañana, además de otras modificaciones en las cañerías para el mejor desagüe de las mismas.

En 1890, con el Dr. Courteen en las minas, hay un nuevo brote originado en el barrio de San Dionisio, habitado por trabajadores ingleses y españoles. Se inicia una indagación más minuciosa y sistematizada, haciendo un detallado estudio de las aguas y su posible contaminación.

No es hasta 1925, con un nuevo brote en el Alto de la Mesa y El Valle, cuando se dan referencias al uso de una vacuna antitífica. Habrá que esperar a 1929 para hablar de la primera cloración del agua como medida profiláctica.

El último brote epidémico importante fue ya en 1947, en el que hubo un total de 121 casos, de los que nueve murieron, según un informe del Dr. Puerta.

Difteria. El garrotillo, nombre común en España, no figura entre las enfermedades soportadas por los pueblos de la cuenca minera antes de la explotación británica. Después de 1877 se registran en Riotinto cuatro fallecimientos, 11 en 1878 y 10 en 1879, considerándose ya enfermedad importada con el carácter de endémica.

El primer brote epidémico, detallado por el Dr. Courteen, ocurre entre 1889 y 1890, y afecta tanto a la comunidad inglesa como a la española. Superado el brote, aparecen casos aislados, con algunas muertes esporádicas, hasta la epidemia de 1898, con el Dr. Ross en la Jefatura. Los tratamientos a partir de este momento son aislamiento del enfermo, desinfección de la casa donde vivía y tratamiento con sueroterapia.

Hay otra epidemia en 1913, en que se diagnostican casos en La Atalaya, El Campillo, Nerva y Riotinto. La causa se ha buscado en que durante la huelga de ese año se suspendió la prestación en enfermedades comunes por el Departamento Médico, prestación que corrió a cargo del sindicato.

Es ya en 1929 cuando el servicio Asistencia a los Niños aplica procedimientos de profilaxis, labor que se continúa en los siguientes años, no habiendo a partir de ahí ninguna referencia más a la enfermedad.

Tuberculosis. En 1925 el Departamento Médico se plantea esta enfermedad como problema social, respondiendo a la preocupación general reflejada en la creación del Real Patronato de la Lucha Antituberculosa de España.

Otro elemento en la lucha contra la enfermedad es el Sanatorio Antituberculoso, que debía servir para aislar al enfermo además de proporcionarle el denominado “tratamiento higiénico”, consistente en reposo, aire libre y buena alimentación.

Cólera Morbo Asiático. Es una enfermedad que entra en España por el norte y funciona por la península durante algunos años. En Riotinto, los médicos informados del tema, establecen un cordón sanitario que funcionará y no declarará ningún caso en la localidad. Este éxito se debió a la entrega del Dr. Mackay, que tuvo que luchar y superar numerosos obstáculos para hacer efectivos los controles, incluso contra la incomprensión de algún miembro del staff, cuyos intereses se vieron perjudicados con las medidas por él tomadas.

Como se ha visto, tanto entonces como hoy en día, una buena higiene y un aislamiento temporal son claves para frenar la propagación de las epidemias. También entonces había gente que desoían las recomendaciones y burlaban los cordones sanitarios, lo que no ayudaba a la disminución de casos, pero el empeño de estos facultativos en concienciar a la población y las intensas campañas de vacunación de la compañía (no admitían a trabajadores que no cumplieran con este requisito, lo que puede comprobarse en los expedientes de personal, donde había un apartado dedicado a la vacunación), junto con la mejora progresiva de las condiciones de vida de los obreros, mejoras de las viviendas y las redes de abastecimiento de las calles, estas enfermedades fueron decreciendo con los años.

Por todo ello, tanto entonces como hoy en día, sigamos las recomendaciones oficiales y guardemos el aislamiento. Yo me quedo en casa, ¿y tú?.

Expedientes: Archivo de la Fundación Río Tinto