Por Ernesto Feria Martín
Es completamente inabarcable la multiplicidad de significados de los rituales de tatuaje en las diferentes culturas humanas y puede decirse, sin temor a equivocarnos, que ha acompañado al hombre desde que puso pie en lo que denominamos cultura. El tatuaje es un signo de civilización, de la entrada del hombre en el mundo de los símbolos. Su presencia más antigua puede datarse en el entorno de los 3250 años ac, pues se encontraron tatuajes en el cazador-recolector neolítico Ötzi, hallado en los Alpes Italianos en 1991. Ya era practicado por Sumerios y Egipcios, en el ámbito de nuestra cultura mediterránea, aunque estamos lejos de alcanzar el significado preciso que representó en esas culturas antiguas.
Los múltiples sentidos de este ritual han ido parejos a los modos de organización social y a las culturas o microculturas que le han dado cabida. De modo general las marcas indelebles sobre la superficie de la piel han cumplido funciones tan dispares que van de las puramente estéticas y decorativas a otras vinculadas a hondas transformaciones de la personalidad de quienes lo portan, pasando por las propiciatorias, mágicas y conmemorativas.
En las culturas tradicionales, primitivas, verticales y cerradas el tatuaje se halla fuertemente ritualizado y cumple funciones de determinación y cambio de status social generalmente vinculado a un Ritual de Pasaje de carácter iniciático. Podemos verlo en las mujeres chin de Myanmar en el paso de la niñez a la edad adulta o en la cultura Maorí con los Ta Moko que marcan el nivel social y ascendencia familiar. También entre los Inuit con funciones iniciáticas, propiciatorias de la caza y protectoras de peligros. También lo vemos florecer en las microculturas urbanas de nuestras sociedades avanzadas como los Yakuza japoneses o las Maras centroamericanas donde se impone para la supervivencia la asunción de un sistema de códigos rígidos y verticales que hacen inviables la diferenciación y el despliegue de la propia personalidad.Muestran en sus marcas y símbolos tatuados su pertenencia y el sometimiento a una férrea estructura de poder jerárquico donde el yo individual no tiene cabida, sujeto como está, a un régimen disciplinario que abarca la práctica totalidad de lo que se es y representa socialmente.
En nuestras sociedades llamadas avanzadas y complejas donde prima un individualismo pujante y donde el ideal moderno de subordinación de lo individual al sistema de reglas colectivo está cada vez mas en entredicho, vemos emerger y florecer el tatuaje de un nuevo modo y con significados nuevos, esta vez alejados de los rígidos cánones dictados por el grupo, la presión social o microsocial. Ahora se nos presenta unido a nuestro creciente individualismo y apuntando al libre despliegue de nuestra personalidad íntima, única e incomparable. Le vemos formando parte de la conmoción social post-moderna que ha dinamitado la llamada “sociedad de las costumbres” y ha erosionado las identidades sociales rígidas y monolíticas. El tatuaje y sus símbolos, son hoy altamente personalizados, se presentan como la pantalla de proyección de un sujeto de la postmodernidad abierto a una ofuscante multiplicidad de elecciones identitarias. Es en ellas y a través de ellas en las que debe configurar su identidad personal y social que ahora se presenta problematizada por su carácter flotante, inestable, cambiante, múltiple.La identidad personal y social se construye hoy mas que nunca en permanente tránsito, bajo la presión e incitación de modelos identitarios inestables, provisorios y seductivos.
Es entonces cuando las preguntas se agolpan: ¿Pudiera buscarse y expresarse a través de las marcas indelebles de la piel la urgente necesidad de puntos de gravitación del si-mismo fundados en la libre elección de valores, símbolos y experiencias que nos marcan y definen.?¿Representa también el tatuaje hoy una respuesta altamente personalizada a las apremiantes preguntas de quienes somos, cuales queremos que sean nuestros valores perennes, que experiencias decisivas nos han definido, cuales son nuestras aspiraciones e ideales?
Si bien es verdad que el ritual del tatuaje ha acompañado al hombre desde sus orígenes estos han tenido símbolos y significados estáticos en las sociedades primitivas y tradicionales. Le vemos hoy con un dinamismo renovado, floreciendo y desvinculándose de la servidumbre de la costumbre y mostrar ahora una verdad personal liberada de códigos disciplinarios, mostrando sin pudor las profundas necesidades de autenticidad y de definición de nuestra identidad personal.Hoy asistimos a una nueva vitalidad del tatuaje en nuestro medio social, a su proceso de normalización y personalización lejos del carácter estigmatizante que ha tenido en nuestra historia reciente. Vemos también hoy como los hombres y mujeres no renuncian fácilmente a un medio por el que pueden profundizar en si mismos manteniendo fuera del olvido y mostrando sus experiencias y valores significativos.
Pero la paradoja parece perseguir fatalmente el comportamiento humano pues a pesar de los deseos de perennidad en el flujo de lo vivido que representan una parte sustancial de los tatuajes, muchos son los que tras sufrir cambios en su vida desean borrarlos de su piel o sustituirlos por otros. Según informa la Sociedad Española de Medicina Estética el deseo de borrar o cambiar el tatuaje puede alcanzar al 60% en los primeros 5 años. Parece que fatalmente sobre el tatuaje ha caído la doble tarea de representar tanto el designio irrevocable de nuestro tiempo vertiginosamente cambiante, fluido, inestable, como las apremiantes necesidades del hombre de lo permanente, lo ideal, de expresar nuestra verdad personal, nuestra autenticidad y la singularidad de la que estamos hechos.