Los falangistas tiraban a muchos de los asesinados al interior de estas perforaciones que aún permanecen sin tapar y camufladas por ramas en el campo, cuya existencia fue noticia recientemente por el caso de Julen
Los numerosos pozos o prospecciones mineras con los que cuenta la provincia de Huelva, muchos de ellos sin tapar y camuflados sólo con ramas, no se utilizaron sólo para ventilar las galerías mineras, que es el fin con el que se abrían estas zanjas principalmente verticales que se encuentran situadas en las cimas y laderas de los montes.
Estos socavones, que en las últimas semanas coparon parte de la actualidad informativa por el caso del pequeño Julen, también fueron muy utilizados para otro fin durante la guerra civil española, concretamente por parte de los falangistas, que tiraban en su interior algunos cuerpos de víctimas del franquismo a las que previamente habían fusilado.
Se desconoce el número de personas que acabaron en el interior de estos pozos y cuáles de ellos fueron utilizados para ese fin, pero no hay duda de que algunas de las víctimas de la represión franquista fueron tiradas por esas zanjas, pues así fue contado por muchos vecinos de varias poblaciones mineras, lo que propició que esa información se transmitiera de generación en generación.
El presidente de la Asociación de Memoria Histórica de la Provincia de Huelva (AMHPH), Fernando Pineda, asegura que las personas a las que los franquistas tiraban por esos pozos eran principalmente aquellas que se encontraban huídas en el campo y eran buscadas por los franquistas y guardias civiles a través de lo que se conocía como «batidas».
«Normalmente las personas a las que detenían dentro de los pueblos eran fusiladas junto a las fosas comunes de los cementerios, donde después depositaban los cuerpos», explica el también exalcalde de uno de los municipios de la Cuenca Minera de Riotinto, El Campillo. Sin embargo, «a muchos otros los encontraban en el campo, durante las batidas que hacían en busca de personas que estaban huídas, y a éstos, tras fusilarlos, los dejaban en el suelo, allí mismo, o, si había algún pozo minero cercano, los tiraban por ahí», añade.
Además, tal y como detalla Pineda, en La Atalaya, la antigua población minera donde se encuentra la famosa corta que lleva el mismo nombre de esa desaparecida pedanía, «siempre se dijo que un grupo de personas que eran miembros de una asociación cultural, a los que se llevaron en un camión, fueron tirados en un pozo minero de la zona del túnel 5».
El presidente de la AMHPH no cree que en el fondo de estos pozos mineros puedan quedar aún restos mortales de esas víctimas del franquismo, pues los cuerpos desembocarían en «aguas cobrizas», asegura. Sin embargo, tal y como explica el portavoz de Ecologistas en Acción en Huelva, Juan Romero, «muchos de estos pozos mineros son secos», por lo que «todavía deben conservarse» parte de los restos de quienes fuesen tirados por ellos, añade.
Pozos mineros
La existencia de estos de pozos o prospecciones mineras sin tapar, camuflados sólo con ramas, fue noticia en las últimas semanas como consecuencia del caso del pequeño Julen, el niño de dos años de la barriada malagueña de El Palo que el pasado 13 de enero cayó a un pozo de la localidad de Totalán, donde fue localizado sin vida el pasado día 26.
Al igual que el pozo en el que cayó Julen, los pozos mineros suponen un peligro para las personas, principalmente para senderistas, cazadores, trabajadores agrícolas y forestales, buscadores de setas o, simplemente, personas que salen a pasear por el campo.
Son básicamente registros mineros antiguos realizados entre la época de los romanos y principios del siglo XX y situados en las cimas y laderas de los montes, donde se abrían zanjas principalmente verticales con el objetivo de ventilar las galerías mineras.
La mayoría tienen un metro cuadrado de ancho, como uno situado en El Pozuelo, donde hace unos diez años estuvo a punto de caer un trabajador que se encontraba realizando labores forestales en el interior de una máquina.
Peor suerte han corrido algunos perros utilizados por los cazadores en las monterías, pues algunos han caído en los últimos años en un pozo de la mina de El Buitrón, situado en esta aldea de Zalamea la Real.
Son casos que ponen de manifiesto el peligro de este tipo de socavones que se encuentran en toda la Faja Pirítica, como uno situado en la vecina localidad sevillana de El Madroño, en el que un trabajador perdió la vida tras caer con su maquinaria forestal el 4 de julio de 1990.
Desde Ecologistas en Acción explicaron que no existe un inventario de pozos de estas características, pero tienen claro que hay “muchos” y que se encuentran repartidos en prácticamente toda la comarca minera.
Además de los ya citados de El Buitrón y El Pozuelo, pertenecientes a Zalamea, aseguran que los hay en Berrocal, como el que ilustra esta información, en El Campillo, en Minas de Riotinto y en Nerva. En este último municipio, en la zona de Peña del Hierro, hay algunos “muy peligrosos”, advirtieron.
La organización conservacionista alertó hace tiempo de la existencia de estos pozos, pero considera que no deben cerrarse o sellarse, sino únicamente delimitarse y vallarse, ya que estos pozos “cumplen una función ecológica como refugio de murciélagos y forman parte de nuestro patrimonio minero”, señaló el portavoz de la organización conservacionista en Huelva.
A juicio de Juan Romero, lo primero que debe hacerse es un inventario, pues “ni los ayuntamientos conocen la existencia de estos pozos”, indicó. A continuación, “lo que debe hacerse es delimitarlos y vallarlos para alertar a las personas que pasen por la zona, como se hizo con uno que se encuentra en El Pozuelo y en otros de la comarca, que están inventariados”, explicó.