Tras emigrar a Barcelona hace más de 60 años, este escritor de Zalamea ha dedicado su vida a recopilar recuerdos

El 1 de mayo de 1962, mientras en muchas ciudades españolas se celebraba el Día del Trabajo, José Carrere emprendía su viaje más importante. Con apenas 18 años, una maleta pequeña, 60 pesetas en el bolsillo y un billete de tren que le había costado 540, se subía a un tren rumbo a Barcelona. Atrás quedaban Zalamea la Real, la cantera, los camiones cargados de piedra y escoria de fundición; y por delante, una vida por escribir.

Más de seis décadas después, Carrere no ha dejado de escribir. Ni literal ni metafóricamente. Porque si algo ha definido a este zalameño emigrado es su afán por documentar el paso del tiempo, en forma de objetos, palabras y recuerdos.

Carrere llegó a Barcelona sin certezas pero con mucha determinación. En cuestión de días se colocó como peón de albañil. Luego vendrían trabajos en montajes eléctricos, en control de calidad, en el sector asegurador, en la compraventa de terrenos, hasta montar su propio taller como autónomo, en su propia casa, especializado en componentes eléctricos y cámaras de seguridad.

En una asamblea de trabajadores de Moritz
José Carrere en una asamblea de trabajadores de Moritz

Trabajó hasta los 77 años. “Ahora estoy jubilado, pero no quieto”, dice con ironía. Tiene 80 años, dos ictus a sus espaldas y 35 kilos menos tras pasar por el hospital. “Estoy hecho un pingajo”, bromea con la franqueza de quien ha aprendido a reírse de la vida sin dejar de mirarla de frente. Pero su mente sigue siendo un hervidero de ideas.

El coleccionista de billetes, llaves y sellos

Uno de sus mayores orgullos son sus colecciones. La más voluminosa, la de billetes de transporte: más de 50.000 piezas que ha reunido durante años. “Empecé con los capicúas, porque decían que daban buena suerte si los usabas para viajar”, recuerda. Con la ayuda de amigos, compañeros y mercados de antigüedades, fue reuniendo verdaderas joyas: billetes de tartanas (antiguos carruajes de dos ruedas tiradas por caballos), de las barcazas que cruzaban el Ebro, del viejo automotor que conectaba la Cuenca Minera con San Juan del Puerto, e incluso títulos de transporte colectivizadp emitidos por la CNT durante la Guerra Civil

Otra colección singular es la de llaves: más de 1.300, de todos los tamaños y formas, muchas recogidas en la Cuenca Minera, acompañadas de cerrojos, picaportes, pomos y cerraduras. Fragmentos de puertas que un día se cerraron para siempre, y que hoy cuelgan como reliquias de un tiempo que se resiste a morir.

También ha reunido sellos de beneficencia de 70 municipios de Huelva, utilizados durante la guerra y la postguerra para fines benéficos. Los donó recientemente a la Diputación Provincial, consciente de su valor patrimonial. “Son interesantísimos y muy difíciles de conseguir hoy”, asegura con la satisfacción del coleccionista que logra que sus tesoros regresen a casa.

El escritor que añora Zalamea

Carrere no solo ha coleccionado objetos. También ha coleccionado palabras. Su pasión por la escritura nació en las páginas de La Voz de Zalamea, el periódico local dirigido por su amigo Vicente Toti, al que dedicó su primer libro: Mis queridos ausentes (2013), una obra cargada de nostalgia, de memorias infantiles, de personajes reales y ficticios que pueblan la Zalamea de la posguerra. El libro es una recopilación de los artículos que escribió en aquella aventura editarial y que recoge las añoranzas de un emigrante.

Portada del libro ´mis queridos ausentes'
Portada de su libro ‘Mis queridos ausentes’

Le siguieron tres novelas: Tras la tempestad, la calma; El hombre cabal: de cuna a obrero; y Traficando con la muerte, su último manuscrito aún inédito, de más de 600 folios, esperando editor o lector. También ha escrito cuentos para sus nietos, uno ilustrado por el propio Toti, cuya memoria ha tratado de mantener viva proponiendo que una calle de Zalamea lleve su nombre. “Es muy grave que en Huelva capital tenga una calle y en su Zalamea natal no”, lamenta.

Familia y memoria

José, el tercero por la derecha, el 10 de diciembre de 1950. José luce un abrigo de niña herencia de su vecina Ana Huroz y zapatos de goma con agujeros
José el tercero por la derecha, el 10 de diciembre de 1950. José luce un abrigo de niña herencia de su vecina Ana Huroz y zapatos de goma con agujeros.

Carrere es padre de dos hijos y una hija, y abuelo de tres nietos que, según dice entre risas, “dan mucha guerra”. Su casa en Barcelona es una mezcla de museo, biblioteca y taller. Una cápsula del tiempo donde cada billete, llave o poema parece decir algo sobre el hombre que los reunió.

Pese a los años, a las enfermedades y a la distancia, José Carrere sigue siendo, en esencia, el joven zalameño que un día decidió buscar su destino más allá de las minas. Y aunque su cuerpo se resienta, su espíritu sigue viajando ligero, con un billete capicúa en el bolsillo y una historia más que contar.