Era minero, sobre todo minero, hasta cuando escribía o cantaba. Y aún con su cuerpo enterrado en La Alfilla (La Granada de Ríotinto) seguirá siendo minero y descansará para siempre cerca de la mina que lo vio nacer y lo marcó en cada paso por la vida. Lo había visto en su padre, aquel minero del Pozo Alfredo al que la mina quiso sepultar sin conseguirlo del todo, de quien aprendió los elementos morales de la conciencia obrera y a los que le fue fiel hasta su temprana y trágica muerte. Antonio Perejil Delay, el amigo y combativo “Perejil” para quienes lo conocimos y quisimos, seguirá marcando la senda de la lucha por la honestidad y la justicia. Siempre fue así, desde sus años mozos, desde que llegó a entrar en la SAFA de Ríotinto, justo en los años en los que la escuela profesional de “La Compañía” aplicó los métodos de enseñanza más avanzados y sociales.
Lo vi hace unos meses, cuando en Nerva, precisamente, asistió al homenaje al Padre Miguel Ángel bañez, propulsor de aquella escuela moderna y pedagógicamente avanzada donde el alumno era el centro de una enseñanza empeñada en crear hombres libres. Su vozarrón poético sonó por última vez -al menos para mí- en aquel acto en el Casino Mercantil de su pueblo, Nerva. Hablamos de proyectos y de colaboraciones, porque Antonio y yo estábamos en el mismo camino, la de recuperar la historia reciente de nuestra tierra, de sus personajes, la de sus hitos, la de sus desgracias. Al final, ya no podré visitarlo –por muy poco- en su residencia de Gerena, Sevilla, y conocer en qué últimos proyectos estaba metido. Porque siempre, desde que dejó la mina de Aznalcóllar, andaba metido en proyectos. Los ferrocarriles de su tierra, los juegos y costumbres de su tierra, los poetas por la Paz de su tierra, los sindicalistas que lucharon por su tierra…siempre su tierra, a la que profesaba un amor infinito y donde entendió que se había producido una de las grandes luchas obreras y sociales más importantes de España.
Era Antonio minero, si. Pero también era poeta y cantautor. De joven iba con su vozarrón acompañado por su guitarra, con aquellas canciones que marcaron el final del franquismo. Lo recuerdo en las canciones de Paco Ibáñez, de Víctor Manuel o de Brassens. Y siempre, siempre, metía entre unas y otras sus propias canciones reivindicativas, sus poemas reivindicativos. Quedó en dedicarme los últimos publicados en su nuevo Cancionero, pero ya no podrá ser. Una maldita puñalada, quizá involuntaria del ser que más quería, lo apartó de la lucha. No hubo despedida, no pudo haberla. No fue la negrura de la mina, sino la negrura de la droga la que alzó aquel puño terrible de la inconsciencia sobre un hombre bueno y honesto, de un hombre poeta comprometido que siempre tendía la mano, como pretendía tendérsela a su hijo que vivía tiempos difíciles. Y voló al espacio donde no hay retorno.
Perejil seguirá siendo un referente de nuestra historia, porque siempre vivió por y para la mina, por y para sus pueblos, por y para sus gentes. Letras de tinta, acordes de guitarra y su enorme vozarrón seguirán resonando en quienes lo conocimos y compartimos sus ideales. Murió el último día de sus 65 años, como queriéndose despedir en tan injusta fecha, en la que el destino lo fijó para siempre a sus raíces, a su tierra.
Texto: Juan C. León Brázquez
Fotos: Manuel Aragón