Aunque estuvo a punto de morir nada más nacer, ni la gripe española de 1918, ni su condena a muerte durante la guerra civil, ni el Covid-19 consiguieron doblegar a este tiarrón que logró superar los 102 años de comprometida e intensa vida. Antonio Granados Valdés (Nerva, 1917), de familia humilde, hecho a sí mismo, supo desde muy temprano lo que era el compromiso social y la lucha obrera. Desde muy pequeño mostró interés por la cultura, siendo el dibujo y la lectura sus pasiones que no abandonará. “A mi me gustaba ir a la escuela y pasarme por la librería del poeta Morón, en Nerva, para ver a los intelectuales cómo hablaban entre ellos. En la Biblioteca de Nerva devoraba los libros que caían en mis manos y en la barbería donde trabajaba leía todos los días la prensa”. Esa impronta siempre la tuvo y por eso durante muchos años le gustaba ir al café Gijón, en Madrid, donde se reunía con pintores, novelistas, poetas. Terminó escribiendo un libro, De Gijón a Gijón, es decir de Gijón ciudad donde vivió a Gijón el conocido café de tertulias de la intelectualidad madrileña.
Con 14 años se inscribió en las Juventudes Socialistas y se inició en el dibujo que se le daba bien. Ganó un primer Premio de Dibujo en Nerva, en el verano de 1933, y con tal motivo escribió al presidente de la República, Niceto Alcalá Zamora, quien le mandó 10 libros con el sello presidencial, que su madre quemó temorosa durante la guerra civil. Desde el principio se implicó políticamente hasta el punto de que se encontró, en octubre de 1934, como máximo responsable de la organización de la huelga en Nerva con solo 16 años, ya que los máximos dirigentes socialistas fueron detenidos y al secretario general Fausto Fernández lo mataron de un disparo durante los tiroteos. Se sentía muy orgulloso de que no lo detuviesen porque las autoridades republicanas del momento no imaginaron que aquel joven pudiera estar detrás de las agitaciones, aunque siempre recordaba el culatazo que le dio un Guardia Civil y las suplicas de su madre para que no se metiera en líos. En mis conversaciones con él, consideraba que aquella huelga fue un error, ya que facilitó la excusa para el golpe posterior de 1936.
En busca de futuro y ante la precariedad que se vivía en las minas decidió adelantar el servicio militar, gracias a las gestiones de su primo el teniente Tomás de Prada Granados e ingresar en los Regulares de Ceuta. La historia los une en un trágico destino al inicio de la guerra civil. Su primo estuvo en la represión contra los huelguistas asturianos y elaboró un informe con las atrocidades que el Ejército había cometido poniéndolo en conocimiento de Indalecio Prieto. Aquello le iba a costar la vida el 17 de julio de 1936, cuando como jefe de Seguridad de Ceuta, el jefe del Gobierno Casares Quiroga no le autorizó a detener a los golpistas, por no entender la importancia del golpe militar que se había puesto en marcha. “Me ha prohibido el presidente del Gobierno que intervenga”, le dijo Tomás. Fue asesinado y Antonio Granados detenido, torturado y sometido a un Consejo de Guerra. La pena de muerte le sería más tarde conmutada, pero inició un periplo lleno de penurias de prisión en prisión. El Hacho, Puerto de Santa María, El Dueso.
En 1941 obtuvo la libertad provisional, pero el día que iba fichar por el Betis lo detienen acusado de no haber hecho el servicio militar. Aquella promesa futbolística se malogró cuando pensaba que el fichaje le resolvía el futuro, pero no se resignó al nuevo destino en Algeciras en un Batallón militar de castigo, por lo que escapó de la pareja de guardias civiles que lo custodiaban al saltar del tren y conseguir llegar andando a Sevilla para alistarse voluntariamente a La Legión y evitar la presumible condena “por rojo” en el batallón de destino. Muchas historias de esa etapa imposible siquiera de resumir en este espacio. Como gran atleta, destacó durante los años de legionario en varias facetas deportivas, como el futbol, el baloncesto y el atletismo.
Tras cuatro años en la Legión, Antonio decidió no volver a Nerva donde era muy conocido y podría afectarle la prolongada represión que existió en la postguerra, por lo que decidió emigrar a Gijón valiéndose de su segundo apellido asturiano, Valdés. Allí trabajó como decorador en una casa de cerámica y conoció a su mujer, Tina. Con el tiempo ésta lo anima a que se prepare en la pintura, su gran pasión, por lo que da el salto a Madrid y se convierte en alumno de su paisano, el pintor Daniel Vázquez Díaz, con quien entabla además amistad y quien lo anima a que siga su camino en la pintura.
Es entonces cuando se le ofrece la oportunidad de exponer sus obras en Caracas, en 1955, y allí va a cambiar su vida. Se convierte en profesor de la Universidad Central de Venezuela y lo nombran director de la División de Extensión Cultural de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo (1957-1978), convirtiéndose en organizador de numerosas exposiciones culturales. No olvida su compromiso político y organiza con otros exiliados actividades contra la dictadura. Volverá a España en 1978, ya con la democracia y se convierte en crítico de arte, escritor, editor de revistas, publica varios libros y no se olvida de su actividad como grabador, dibujante y pintor.
Ha cedido gran parte de su obra al Museo Vázquez Díaz de Nerva y a Cieza, Murcia, donde realizó varias exposiciones. Estuvo muy activo hasta prácticamente cumplir los 100 años, pero la salud y la edad acompasaron el tiempo. Murió ayer en Madrid y hoy será incinerado, en la soledad que nos marca esta pandemia, cuando parecía que su vigorosidad fuera eterna. Él que siempre estuvo rodeado de su gente. De sus paisanos de Nerva que con motivo de su centenario le hicieron en su pueblo una triple exposición. De sus amigos de Cieza que guardan un gran legado de su obra. De sus tertulianos del Gijón. De sus compañeros socialistas quienes preparaban un acto de homenaje, retrasado por el confinamiento. Publicó un libro de sus dibujos 1940-2000, La aventura de la línea, una línea cuya vida ha puesto un punto y final a un hombre comprometido y polifacético.