Por Reyes Andreo

Hay algo extraordinario en los Kdrama coreanos de los que soy fan desde hace años. Y es que además de su forma de comer, de su maravillosa gastronomía, de su modo escandaloso de expresar sus enfados, más allá de ese toque infantil y de su delicado modo de hacerlo casi todo, de su cultura e historia, del paisaje, de su infinita contención, del sonido de su idioma, de su modo de abrazarse, de esa piel de porcelana y cabello negro azabache, están las historias que día a día hacen de puente entre la gran gigante, Seúl, y el resto del país, lejano aún en el tiempo.

El cambio político y económico de las últimas décadas ha motivado a sus gobernantes a la modernización del territorio nacional y de camino a la occidentalización de la sociedad coreana a través de mensajes que llegan a todos los hogares por la puerta grande, las series K-drama.

Recuerdo que otrora, en Brasil se hiciera lo mismo con las telenovelas de TV Globo llenas de mensajes educativos, actualizados, fomentando la integración de las regiones más alejadas, siempre en la “Novela das oito”. (Telenovela de las ocho) allá por los años 80.

Sin embargo me educaron para escuchar con criterio propio y distancia el trabajo de los guionistas de cine y en especial los de Hollywood. Con el tiempo vas dando forma a ese juicio, comprendiendo políticas, historia, culturas, valorando la nuestra, la mediterranea, vas observando lo que nos llega con curiosidad hasta que un día eres mamá y de repente todo cambia de color. Lo que antes era divertido o emocionante en la gran pantalla, la maternidad y paternidad lo censura sin contemplaciones.

Nuestros pequeños son ventanas abiertas al mundo, en la mayoría de los casos solo ellos pueden poner freno y juicio a lo que les llega al móvil o tablet, durante su adolescencia ya sea por educación, criterio propio o imitación de sus mayores. Si en casa no vemos ciertos tipo de series, si las pantallas están apagadas cuando van convirtiéndose en adultos les resulta bastante estresante atiborrarse de ruido.

Lo que los abuelos vemos en la televisión, lo que apasiona a mamá y a papá, lo que sus maestros y maestras en los colegios eligen para nuestros hijos y nietos construyen ideas, prototipos de relaciones personales y familiares, educa sutilmente, altera su atención.

Los padres estamos menos presentes que nunca, andamos con el tiempo y las energías justas para pasar tiempo en familia, en calma y silencio de ahí que el menor absorba de otras fuentes a todas horas durante sus primeros quince años de vida.

Podría decir que hasta aquí todo normal e inevitable pero entonces no sería yo la que habla sino alguna idea prestada de última generación aliada a mi agenda llena de absurdos, con el objetivo básico de suavizar mi parcela de responsabilidad familiar.

Todos formamos este circo, el Banco, la agenda, los correos, las compras, las amigas, la familia, Hacienda, la Seguridad Social y demás administraciones, todos toditos se comunican conmigo a través de la pantalla de mi viejo S20FE5G fabricado en Corea.

¿Qué hacer entonces?

Volver atrás en el tiempo es anhelar la infancia, cada día menos realista. Tomar lo bueno y soltar los excesos, siempre ayuda. ¿Podrían los pequeños pasos llevarnos a nuevos caminos?

La intención unida a los giros sutiles, construyen a veces caminos interesantes.

Algunos dejan el móvil sin datos en el pasillo cada noche. Otros sueñan con volver al teléfono fijo en la casa. Desinstalar las redes sociales de nuestros dispositivos volviendo a bajarlas  cuando tengamos contenido para subir. Dedicar cada día más horas al movimiento físico en la naturaleza desinflama el cuerpo de la saturación que hemos decidido aceptar con cierta rendición.

¿Puede lo laboral o lo económico justificar nuestra salud y la educación de nuestros pequeños?

Y tú, ¿Qué opinas?