Una calañesa interpone una demanda de filiación a uno de los militares enviado a Huelva por Queipo de Llano
Antonia Elías necesita que la justicia reconozca quién es su verdadero padre aunque se avergüence, en parte, de que sea “ese militar, amigo íntimo de Gonzalo de Queipo de Llano” destinado a la Cuenca Minera tras el golpe militar de 1936 para perseguir a los mineros fieles a la Segunda República.
Tiene casi 80 años y aunque una prueba de ADN, no vinculante en el juzgado, ya le ha dicho que su padre es ese hombre, quiere que sus hermanas paternas acepten someterse a un test genético que la reconozca como la hija del capitán Anastasio C G., fruto de una relación extramatrimonial con su madre.
Su historia se remonta a los días 17 y 18 de julio de 1936 cuando aún no había nacido. Los generales Emilio Mola y Francisco Franco, apoyados por otros cargos del ejército, se sublevaron contra el gobierno de la II República.
Aunque en las primeras horas del golpe las noticias eran muy confusas, los mineros de la Cuenca y el Andévalo se organizaron y partieron hacia Sevilla la mañana del 19 de julio con la misión de ayudar a las fuerzas republicanas contra las tropas de Queipo de Llano que estaban tomando la ciudad. Iban en camionetas cargadas de dinamita, procedente de las minas, y algunas armas.
Es lo que se conoce como la Columna Minera de Riotinto y la formaron unos 500 hombres de Riotinto, Nerva, El Campillo, San Juan del Puerto, Zalamea la Real o Valderde del Camino. Los combatientes se unieron al comandante de la Guardia Civil que encabezaba la misión de salvar Sevilla, Gregorio Haro Lumbreras. Pero ese comandante los traicionó y se pasó al bando sublevado. Los mineros fueron víctimas de una emboscada y recibidos a tiros a la altura del barrio de La Pañoleta en Camas. 25 murieron por herida de bala y por la explosión de la dinamita. 71 fueron arrestados, encerrados en el buque Cabo Carvoeiro y condenados a muerte tras un Consejo de Guerra.
Queipo de Llano entendió, entonces, que había que controlar la cuenca minera onubense. Y mandó a un batallón de militares que arrasaron la comarca. Entre esos militares iba el supuesto padre de Antonia Elías.
Anastasio G.C. era en aquel momento un Alférez del ejército del Movimiento Nacional que fue destinado a Calañas «a perseguir a los mineros». Aunque tenía una mujer en Sevilla, no le impidió fijarse en una joven calañesa que trabajaba en el hostal donde se hospedaba, la Fonda de Pepita. Era 25 años mayor que ella.
Sus encuentros se producían lejos del pueblo, en un chalet de Punta Umbría que el victorioso Francisco Franco puso a nombre de Anastasio. Además, el entonces Alférez fue ascendido a Capitán. Lo tenía todo, prestigio, galones, mujer y amante.
De ese romance fuera del matrimonio nació una niña a la que llamaron Antonia y aquello “fue un escándalo en el pueblo”. Muchos sabían que su padre era ese militar casado amigo de Queipo de Llano. Todos, menos ella.
El capitán dejó Calañas y no volvió a dar señales de vida. Su madre tiró para adelante y se casó con otro hombre, que dio sus apellidos a aquella niña nacida sin padre.
“Nunca supe la historia, hasta que un día me peleé con el que consideraba que era mi padre. Tras esa fuerte discusión me fui a casa de una tía llorando, no quería regresar a la mía. Mi tía al verme en ese estado cogió una caja de latón en la que guardaba varias fotografías antiguas y sacó una de un militar. Me dijo, no llores más porque no le has pegado a tu padre. Tu padre es este señor”.
Aquella noticia la dejó sin aliento. No entendía lo que su tía decía.
“¿Cómo? ¿Tita que estás diciendo?”, repetía Antonia sin parar. Cuando logró calmarse su tía le contó aquella historia de la guerra, del militar llegado desde Sevilla y su nacimiento. Prometió que no diría nada a nadie, ni a su propia madre que le había ocultado cual era su origen.
60 años después de aquella confesión quiso salir de dudas porque su madre ya había fallecido. También el padre que la adoptó y la tía que le contó el secreto familiar. Con ayuda de una nieta buscó y dió con el domicilio del militar Anstasio, pero estaba muerto desde 1981. Las hijas que tuvo con su mujer en Sevilla seguían vivas.
“Logré el teléfono de cada una de ellas, las llamé una a una y les conté mi historia. La única prueba que tenía era la fotografía de mi padre en Calañas que mi tía guardaba en una caja de latón. Cuando lesdescribí la foto la reconocieron rápidamente porque mi padre había sacado dos copias, una para su mujer y otra para mi madre”.
Las cuatro mujeres se encontraron hace cinco años en Sevilla. “Se sorprendieron mucho al verme porque dicen que me parezco mucho a mi padre, incluso en el hoyuelo que tengo en la barbilla”.
Tuvieron varios encuentros amistosos hasta que la hermana mayor falleció. Antonia les pidió, entonces, hacerse la prueba del ADN para salir de dudas “porque necesitaba saber si la historia que me contó mi tía era cierta”. Las hermanas se negaron y “no tuve más remedio que hacerlo por mi cuenta”. Con la ayuda de otra persona logró una muestra biológica de una de las hijas legítimas del capitán. El resultado fue apabullante: hay un 99,89 por ciento de coincidencia.
Esa prueba no vinculante pero ha sido entregada junto a una denuncia en el juzgado de Primera Instancia e Instrucción número 18 de Sevilla en la demanda de filiación que ha presentado. Tras un primer archivo, la fiscalía considera sí existen indicios para solicitar una prueba pericial que dictamine si Antonia es hija del Anastasio C.G.
Ahora, está a la espera de que el juzgado dictamine que los descendientes del militar, hijas y nietos, se deben hacer el test genético.
Su historia es la de tantos otros niños nacidos durante la Guerra Civil y los primeros años de la década de los 40. Hijos de militares. Hijos abandonados y no reconocidos que, en muchos casos, no conocen su verdadera historia.