Sección ‘Descubriendo el Mediterráneo’ . Quinto artículo

De alguna vieja revista o periódico recuerdo una historia, contada como cierta, respecto a un hombre – llamémosle Wakefield- que se ausentó  durante un largo tiempo del hogar que compartía con su esposa. El hecho, dicho así en abstracto, no es muy raro, ni tampoco – sin una debida consideración de las circunstancias-debe ser condenado como malo o insensato. Sin embargo, aunque haya estado lejos de ser el caso más grave, es quizás el más extraño que se haya registrado sobre la inconducta marital…”

Wakefield, Nathaniel Hawthorne

Hoy en día, en el que nuestras relaciones sociales están marcadas por las redes, han surgido, de un tiempo a esta parte, nuevas formas de nombrar a distintas conductas emocionales;  una de las más conocidas y de la que todo el mundo ha oído hablar, sobre todo la gente joven, es el ghosting. Si recordamos, esta práctica supone que, después de un cierto tiempo de contacto intenso con una persona, desapareces de su vida y casi siempre de sus redes, bloqueando su número, o simplemente ignorando sus mensajes, sin dar una explicación madura o de peso. Esta práctica, que ha tomado un término anglosajón, nos parece algo nuevo pero realmente es muy antigua; quién no ha escuchado alguna vez esa expresión de: “se fue a por tabaco, y no volvió”. 

En los inicios del siglo XIX, no existían las redes sociales para dar carpetazo a una relación de amistad o sentimental entre dos personas, por eso estos hechos de desapariciones misteriosas podían ser hasta objeto de noticia en el periódico. Ahora la práctica se ha normalizado, pero a inicios del siglo XIX un escritor norteamericano, Nathaniel Hawthorne, quedó asombrado por una noticia en el periódico que recogía un hecho de esta índole y que le inspiró un relato corto: Wakefield, que ha sido definido por grandes escritores como Jorge Luis Borges como uno de los mejores de la Historia de la literatura.  Lo asombroso de este relato corto son varias cosas, por ejemplo, en un momento en el que todavía no existe el cine, el narrador, parece que está contando con una voz en off todos los momentos por los que pasa esta historia de ghosting. Y es que Wakefield es un relato muy visual, porque desde el primer momento podemos vislumbrar cómo el protagonista se aleja de la vivienda conyugal y cómo de forma meditada busca una casa cercana para desaparecer, ni más ni menos que veinte años. Nathaniel Hawthorne asombra, además, en su relato por no juzgar en un primero momento la actitud del protagonista, solo lo presenta pensando en cómo debe sentirse su mujer que poco a poco lo va olvidando, lo da por muerto e intenta rehacer su vida. Esta actitud del protagonista podría resultarnos morbosa, pero el autor nos lo expone como un proceso de cambio en Wakefield: “En Wakefield, la magia de una sola noche ha forjado una transformación similar, porque en ese breve periodo se ha producido un gran cambio moral. Pero ese es un secreto personal”.

Probablemente lo que más le asombró a Nathaniel Hawthorne de esta noticia del periódico fue su final: el hombre vuelve a su casa tras veinte años viviendo simplemente en un piso aledaño, habiendo observado todo el sufrimiento y pesar de los suyos por su desaparición, pero también asistiendo al proceso de olvido que ocurre en los seres humanos para continuar con la vida. Terminaba la noticia, en la que se inspiró el escritor, diciendo que después de esa desaparición injustificada, se convirtió hasta su muerte en un marido ejemplar.

Recomiendo la lectura de este breve relato, o ver la película homónima adaptada en el 2016 por Robert Swicord, para entender un poco mejor las formas de actuar que en ocasiones tiene el ser humano. El autor deja abierta la puerta a lo que ocurre después en el domicilio conyugal, tras la vuelta de Wakefield. En el cuento, no sabemos si su mujer pudo realmente perdonar ese sufrimiento de veinte años como mujer abnegada, o Wakefield tuvo que ser, hasta su muerte, un marido ejemplar para pagar toda la culpa generada por ese episodio morboso de su vida que se había prolongado durante dos décadas.

                                                                          Bárbara Yáñez Feria