La cuenca del caos

Nos pasamos la vida tratando de organizar el caos, obviando que el universo tiende al desorden.

Es lo que se conoce como el principio de entropía: desde el Big Bang, el universo entró en un estado de expansión y desorden creciente, relacionándose, a su vez, con la flecha del tiempo. La cual, como sabemos, sólo avanza en un sentido.

¿Quiénes somos para luchar contra la física?

Hay que dejar fluir el curso natural de las cosas.

No te obsesiones con doctrinas, dogmas, leyes, protocolos y convicciones sociales.

Haz lo que quieras. Haz lo que sientas. En cada momento.

Estamos conectados al cosmos. Estamos compuestos de átomos que forman moléculas, que a su vez forman células, tejidos y, bueno, ya sabéis a lo que me refiero.

Somos pequeñas galaxias. Funcionamos igual.
Y si pensamos en la vejez, no sería más que el culmen de nuestro desorden. El ocaso de nuestro tiempo. Cuando dejamos de ser un conjunto de átomos que forman individuos y volvemos a ser universo.

Y vuelta a empezar. Una y otra vez.

Por eso nos desenvolvemos perfectamente en el caos.

Por eso nos seduce la entropía.

Deja que la vida te lleve donde te tenga que llevar, y no trates de frenarte.

El tiempo pasa irremediablemente.

El desorden aumenta.

Y si, tras tantos miles de millones de años, tras tantos ciclos, tras tantas vueltas por el cosmos, los átomos de tu cuerpo y del mío se han ido a encontrar, no es casualidad.

Porque como decía Henry Miller: «El caos es la partitura en la que está escrita la realidad»…

Así que deja que el caos nos guíe este baile.

Libertad de expresión*

Lleva unas semanas dando vueltas por el ciberespacio un vídeo del rapero Pablo Hasél en el que relata cómo por escribir canciones o comentar en Twitter, puede ser condenado hasta 12 años de prisión por la Audiencia Nacional.

Seamos claros: puede caerte mejor o peor, puedes compartir sus ideales, puedes pensar radicalmente distinto e, incluso, producirte indiferencia (ya que la mayoría ni siquiera sabréis quién es). Pero lo que es seguro es que nadie en un país que se haga llamar democrático y que presuma de ser un estado moderno y liberal, debería ser condenado por dar su opinión.

Y no, no es la primera vez. Ni para Pablo ni para muchos otros.

Rockeros, raperos y otros músicos que tocan en sus letras temas sensibles y controvertidos están en el punto de mira del Estado, que aprieta su mordaza cada días más.

Para grupos como Soziedad alkohólika es complicado tocar fuera del País Vasco.

En Facebook se han llegado a censurar vídeos de grupos como Narco o Def con Dos.

Pero si hay un estilo musical que se lleva la palma en cuanto a censura, ese es el rap: Pablo Hasél, H Kanino, Los Chikos del Maíz…

Todos se han sentado en el banquillo de los acusados por escribir canciones, tuits o artículos de opinión, simplemente por expresar su postura, su forma de ver las cosas.

España debería estar por encima de eso.

Pero si nos vamos a poner censores, hagámoslo en todos los casos, ¿no?

La realidad es que yo mismo (y cualquiera que indague por las redes sociales, que tienen más de redes que de sociales) me he echado las manos a la cabeza en muchas ocasiones viendo como la gente desea una bomba en una asamblea de Podemos, cómo se desea la muerte de algún homosexual, cómo se enaltece el franquismo, el nazismo, el fascismo en general… Y todo queda impune. Mientras tanto se condena a Fulanito, que es de izquierdas, por hacer un chiste sobre Carrero Blanco.

En el artículo 20 de la Constitución española se recoge que «Se reconocen y protegen los derechos: a) A expresar y difundir libremente los pensamientos, ideas y opiniones mediante la palabra, el escrito o cualquier otro medio de reproducción. b) A la producción y creación literaria, artística, científica y técnica.»

Yo, personalmente, le pondría un enorme asterisco a «Libertad de expresión» y aclararía, al pié de la página y en letra visible, que hay libertad de expresión, sí, pero según lo que expreses.

¡Salud!