Me gustaría poder contarte, abuela, que apareció. Que ya podemos cerrar la puerta por las noches, que no va a venir. Que descansa a tu lado, que deja de ser un montón de huesos y recupera su nombre, apellidos y familia.
Me gustaría poder contarte, abuela, que van a exhumar los restos de la fosa común de El Campillo y vamos a saber si tu padre, Natalio Cobo Santiago, está ahí, en el camposanto a unos metros de ti, donde tú elegiste descansar para tenerlo cerca.
Porque mi abuela Leandra se crió con esa ausencia, la de su padre asesinado, un minero afiliado a la UGT al que un día pillaron almorzando en casa y le pidieron salir para hacerle unas preguntas. Y no volvió. Desde entonces, mi abuela siempre repetía que se había quedado sin padre con cinco años. De la infancia recordamos juegos y risas y ella recordaba eso, la presente ausencia de su padre, un extremeño al que habían asesinado en las afueras del pueblo con 49 años.
Cuando tuvo edad de poder coger niños en brazos, mi abuela dejó de ser una niña y cuidó hijos de Guardias Civiles (vivía junto al Cuartel) hasta que con 12 o 13 años se fue interna a una finca en Zalamea la Real. Y fuera de su pueblo natal hizo su vida, se casó y crió a sus tres hijos en El Membrillo Alto. Durante toda su vida sólo nos pidió una cosa (mi abuela daba mucho pero nunca pedía nada para ella): poder yacer a unos metros de donde quizá estuviera su padre, en el cementerio de El Campillo. ¿Existe algo más triste que eso?
Ojalá pudiera contarte, abuela, que lo que no te dejó dormir en vida te dejará al menos descansar eternamente. Me gustaría poder contarte, abuela, que estáis juntos y que los dos vais por fin a descansar tranquilos.
Leandra Moyano