Si la historia de cada hombre o mujer es, como pensaba Brecht, simplemente contingencia y narratividad, no hay escritura ni imaginario posible que no pase por confrontar productivamente la mediación entre lo material y la proyección simbólica de la vida social, que no proyecte lo real y lo imaginario. Este principio es inexcusable y necesario en toda actividad de pensamiento no idealista, el alfa y omega de la crítica que consiste, básicamente, en aprender a pensar de otro modo, desde otra posición, articulando el sentido de la crítica como una crítica del sentido común. Desde este punto de vista, la autoría constituye una función pública de articulación de espacios de recuerdos y omisiones, trenzando constelaciones de patrimonio simbólico para el acuerdo o la controversia, más aún si se trata de un periodo tan conflictivo como la guerra civil. Y que nos emplaza a tratar de realizar un ejercicio de observación que hace emerger el recuerdo como promesa, pues la memoria, como afirma uno de los personajes de La paciencia de la araña es, por definición, terca: pasa de padres a hijos, de hijos a nietos, y termina por salir a flote invariablemente. Esta es una de las lecciones que nos brinda mi colega y compañero, Juan Carlos Rodríguez Centeno, autor de una nivola que recomendamos al lector, si quiere entender las venas abiertas de nuestra tierra en forma de fresco panorámico que, a través de los vencedores, nos cuenta el relato de una derrota, la historia en fin que no sé si se escribe con los renglones torcidos pero que, en este caso, se hace con el conocimiento histórico de un periodo que ha sido preferente en la obra académica del autor, tanto en su tesis doctoral como en numerosos trabajos que el atento lector puede seguir a lo largo de la dilatada trayectoria académica que atesora el profesor Rodríguez Centeno. Por ello es posible encontrar en sus páginas paisajes, personajes, escenarios, situaciones, escenas reconocibles habitualmente, todavía hoy, en Sevilla, o en su Huelva natal con toda la riqueza de detalles y modos de expresión que dan cuenta de un hondo y variado conocimiento sobre la cuestión. Suponemos que el autor ha querido jugar intencionadamente con tales espacios vitales (Casa Anselma, Bar El Plata, Vila Real de Santo Antonio) para ajustar cuentas con la memoria personal que es tanto como dialogar con la historia y su tiempo. No casualmente por ello la novela ya ha sido presentada en Sevilla, y antes en Nerva, y esperemos que pronto en Badajoz y Salamanca, ámbitos también en el que se desenvuelve la novela.
Cabe preguntarse, por cierto, por qué vuelve el autor a ciertos territorios o cartografías de lo vivido y sentido, o qué valor cabe reconocer en hacer revivir personajes nefastos de nuestra historia como Queipo de Llano, aún, por cierto, protegido en la Basílica de la Macarena, pese a los horrendos crímenes de guerra por él perpetrados. De qué hablamos cuando nos referimos a la paciencia de la araña: ¿a la red que tejemos para vivir y sobrevivir, o a la red metafórica que tejieron ciertos personajes arácnidos, con glándulas venenosas con las que paralizaron, por terror, a sus presas, usando las telarañas para la caza, captura y deglución de las víctimas del engaño del tejido no visible que se extiende en el aire, casi de forma imperceptible desde hace siglos en España?. Una respuesta posible es la de reconocer -cito literalmente- que «la mayoría de los españoles son infantiloides y el rey es la figura paterna a la que respetan, aman y temen. Sin rey están como huérfanos, sin autoridad, y entonces, cuando esto pasa, cuando falta el padre los hijos se pelean», dice Juan March en la obra expresando una concepción dominante en nuestro país. Este es el modo de pensar de los Ybarra, los Urquijo, los Medina, los Falcó, los Osbornes, la casa real, la oligarquía y caciquismo dominante. De ello bien sabemos y sufrimos en Andalucía, matriz del modelo premoderno y colonial del Estado uno, grande y libre, de destino universal, que prefiguraron para ocultar el latrocinio de la red de intereses comunes que ocultaron en la representación de la guerra. Y ello ha hecho posible, como reconoce uno de los personajes de la novela, que en España hayamos tenido monarcas adúlteros, puteros, ninfómanas, sifilíticos, enfermizos, asesinos, crueles, locos, medio tontos y tontos del todo sin solución de continuidad hasta el día de hoy. Como también esta es la causa de que haya vivido España cuarenta años en manos de un zoquete, enano, albondiguilla, castrati, figurón, sin pescuezo, inútil e incapaz de un generalito, «Paco la culona», cuyo mérito no fue otro que el oportunismo y arribismo magistralmente narrado por Rodríguez Centeno.
Pero no voy a hacer spoiler pues esta, como cualquier otra reseña, tiene por objeto sugerirles su lectura, analizar algunas ideas que evoca y, sobre todo, brindarles una invitación a sumergirse en el relato que espero les resulte jubiloso, más que nada porque he de confesar que la obra, siendo la primera novela del autor, atesora méritos que bien merecen se animen a buscar la obra publicada por Samarcanda. Puedo asegurarles que si así lo hicieran, encontrarán caminos y lecturas potenciales para repensar el campo social de nuestro presente, para develar el sentido de las nuevas construcciones ideológicas y el espesor material de los relatos de la crisis y contradicciones del proyecto España, si hemos de vindicar la MEMORIA que es tanto como definir lo común en un sentido proyectivo, para construir las bases de toda República, la simiente de la gobernanza y confiabilidad en el propio futuro, a modo de POLÍTICA DE LO COMÚN y definición dialógica del sentido y visión SOLIDARIA que hace posible la vida en sociedad frente a toda estrategia arácnida. De la paciencia a la impaciencia insobornable de una vida digna de ser vivida, tienen aquí elementos para comprender la restauración del orden natural que aquí cuestionamos y que nos deja varias lecciones sobre el tiempo de silencio, como metafóricamente expresara Martín Santos, que vivimos. Un tiempo que ha traído de actualidad el fascismo social y que cabe traer aquí las ideas expresadas por Francisco Ayala cuando señalaba cómo los intelectuales burgueses adheridos a la causa del proletariado llegaron al desengaño cuando las masas de adhirieron al nacionalismo en una suerte de conversión ideológica frente a la tradición internacionalista, federativa y cierto compromiso universalista del movimiento obrero. Un giro decepcionante que ya sabemos en qué terminó y cómo fue posible que la estrategia de la tela de araña funcionara. Por fortuna sabemos que, como bien advierte el autor citando a Virgilio, la mejor venganza contra los enemigos de la libertad es no claudicar. Así que, como decía Marcelino Camacho, ni nos domaron, ni nos doblaron, ni nos van a domesticar.
Por Francisco Sierra Caballero (www.franciscosierracaballero.net). Colección ‘Notas rojas’