Mariscadores se encuentran “como cada día” con un rastro remolcado que no respeta los límites de costa incluso en una zona cerrada por positivo en E.coli y ven cómo los infractores les enseñan el culo
Playa de Isla Canela. Son las 10.00 horas. La bajamar está prevista a las 12.00 horas. En condiciones normales, con un caladero sostenible o, al menos, por encima del umbral medio de captura crítico -1,5 kilos por hora, según el plan de gestión de la pesquería-, empezaría el desfile de mariscadores a pie, decenas de ellos, con sus rastros hacia la orilla, así como el batiburrillo de comentarios, muchas veces exagerado, sobre los kilos de coquina que cogieron el día anterior y los que piensan alcanzar en el actual. “Diez me llevé yo”, diría uno; “Yo, quince, y en menos tiempo”, replicaría otro entre las risas de algún escéptico. Pero las circunstancias no lo son.
La realidad es otra, no hay nada, un silencio apenas interrumpido por los últimos veraneantes que apuran el ocaso de una época estival que ya se va. Y lo que eran decenas de profesionales del sector se ve reducido a unos pocos que no se resignan ni pierden la esperanza de tener una jornada “decente” que les permita, ya casi se conforman con ello, pagar la cuota de autónomo y el coste del desplazamiento. Uno de ellos es Aitor Gamero, que va a echar la marea, va a intentarlo. En el gesto, en el tono, se percibe el pesimismo, el tiempo lo confirma. Miseria, 1,5 kilos en talla comercial tras 2,5 horas de trabajo. Sigue, a lo suyo, un rato más.
La estampa se repite en el resto de las zonas de producción de moluscos bivalvos -hasta ocho con la coquina como especie declarada- del litoral onubense. Desde Mazagón a Matalascañas es cada vez más raro encontrarse con un mariscador y en Punta Umbría, hacerlo, casi sería noticia. Dentro del Parque de Doñana, junto a Isla Canela, una de las principales fuentes del recurso -al menos hasta no hace mucho-, desde el punto conocido como ‘Los Palos’ hasta la Desembocadura del Guadalquivir, Sergio Maldonado, de Almonte, también desiste y se queda en casa. “¿Para qué vamos a ir, para gastar gasolina?”, se lamenta. El balance de los días previos, desde luego, lejos de ser halagüeño, invita a ello.
La tarde antes, el presidente de la Asociación de Mariscadores de Ayamonte, Juan Grao, afirmaba, pesaroso, que los copos de cuatro profesionales experimentados con licencia juntos apenas alcanzaban los 12 kilos, “2,4 si contamos sólo lo mío”. En definitiva, “hambre”. Su homólogo en la sociedad ‘Nueva Umbría’, de Lepe, Emilio Jaldón, por su parte, prueba fortuna con su cuadrilla de siempre por la Desembocadura del Piedras, ‘Los Bajos’, donde ya hace mucho que falta a su cita con la bajamar y la captura de la coquina la gran mayoría de los trabajadores que la frecuentaban. “Es una pena, una tragedia”.
Quienes sí estaban por el camino, “como cada día”, son los furtivos y su impunidad. “Convivimos con ellos ante la nula vigilancia”, relataba Jaldón. Sí, también hoy, con el caladero esquilmado, sometido a una presión que amenaza con la “desaparición” de un producto estrella de la gastronomía de Huelva como es la coquina y en medio de la petición, “por justicia”, de un cierre subvencionado de la pesquería. Y, “por si fuera poco, en una zona cerrada al marisqueo por una alerta sanitaria tras detectarse un positivo en E.coli”, denunciaba Emilio Jaldón mientras grababa a una embarcación de rastro remolcado en la playa de Santa Pura, en La Antilla, en plena Barra del Terrón (Lepe). Los infractores, en su “desvergüenza”, metáfora de lo que viven -y sufren-, se bajan los pantalones y les muestran el culo.