Israel Millán, de Zalamea a la meca del cine español

Natural de Zalema la Real, Israel Millán es un nombre que cada vez suena con más fuerza en el mundo cinematográfico made in Spain, después de participar en grandes proyectos audiovisuales tan conocidos como ‘Grupo 7’ o ‘La isla mínima’, ambos del cineasta sevillano Alberto Rodríguez.

Una intensa trayectoria profesional que se inició cuando en el año 2001 se marchó a Madrid para realizar un curso de 3D. Una experiencia que le permitió darse cuenta de que la carrera de Informática que estaba realizando no era lo suyo, de ahí que, a su regreso a Huelva, decidió buscar un hueco en diferentes empresas y medios de comunicación, como sucedió con Atlántico Televisión y D2 Audiovisuales.

Desde Huelva, su salto a la gran pantalla se produjo a partir de 2007, cuando se marchó a vivir a Sevilla, donde tuvo la oportunidad de trabajar en una empresa dedicada a la postproducción, al tiempo que estudiaba el Título de Técnico Superior en Realización de Audiovisuales y Espectáculos. Fue así cómo se introdujo en estos grandes proyectos cinematográficos, donde se encarga del área de los efectos especiales.

“A grandes rasgos, todo plano que lleve efectos visuales en una película pasa por nosotros, por mí. Por ejemplo, cuando los actores hacen escenas de acción arriesgadas y van sujetos por arneses con cables nosotros los borramos. Otras veces nos toca agregar elementos que son peligrosos para hacerlos de verdad en rodaje, como fuego, o reforzar otros como la lluvia, entre otros”, nos comenta este zalameño.

En concreto, tras dirigir dos cortometrajes, su gran oportunidad en el cine le llegó en 2011 cuando la productora ‘La Zanfoña’ de Sevilla lo llamó para que participara en su primera película. Se trataba de ‘Grupo 7′, de Alberto Domínguez, protagonizada por Antonio de la Torre y Mario Casas, una cinta que ha obtenido numerosos premios, como el Goya al Mejor Actor de Reparto y al Actor Revelación, además del respaldo del público en las salas.

Fue su gran oportunidad, sin duda, puesto que después llegaron otros muchos proyectos, tanto de películas, series o cortometrajes, entre las que se encontraron ‘Carmina y Amén’ de Paco León. Y, de hecho, su buen trabajo le permitió que, tras varios proyectos como documentales o cortos, Alberto Domínguez volviera a contar con Israel Millán en ‘La Isla Mínima’, un thriller policíaco protagonizado por Raúl Arévalo y Javier Gutiérrez, que también obtuvo un gran éxito.

A pesar de estos triunfos, Israel reconoce que no es nada fácil dedicarse a este sector, porque, en muchas ocasiones, debe trabajar como freelance, una circunstancia que ha provocado que, en la actualidad, haya hecho un pequeño paréntesis en el mundo del cine para dedicarse a otros ámbitos.

Pero, siempre, tiene la vista puesta en el ámbito cinematográfico. Un sector que le apasiona, si bien, reconoce que “a mí lo que más me llena es la dirección”. Un mundo, el del cine, en el que cree que Huelva “tiene un gran potencial como plató natural brutal”. La Cuenca Minera es un buen ejemplo de ello.

El riotinteño Fabián Jowers, toda una vida dedicada a ayudar a los niños huérfanos de Uganda

La Cuenca Minera es una comarca muy solidaria. Una solidaridad que cruza fronteras y que llega a lugares tan insospechados como África, gracias a la labor que viene desarrollando desde el año 2005 el riotinteño Fabian Jowers, fundador de la ONG ‘Música para salvar vidas’. Un auténtico minero por el mundo que, a pesar de la distancia, no ha perdido el contacto con su tierra.

La puesta en marcha de esta entidad, tal y como nos cuenta Fabián, “surgió casi por casualidad, cuando mi mujer comenzó a encargarse de buscar a grupos para un festival de música étnica y localizó a un grupo de niños ugandeses que vivían en un orfanato al que conseguimos traer a España. De vuelta a su país, nos informaron de que el orfanato había sido cerrado y los niños se encontraban en la calle y sin recursos, por lo que decidimos ir allí para ver cómo podíamos ayudarles. Una vez en Uganda, comprendimos que la única manera de mantenerlos seguros era creando nuestro propio hogar para ellos. Y fue así nació nuestra ONG, llamada ‘Música para salvar vidas’”. Por ello, su traslado a África, que en principio iba a tener un carácter provisional, se ha mantenido desde entonces hasta ahora.

Ayudar a estos niños fue la motivación de Fabián Jowers y su familia para cambiar su vida y asentarse en Uganda, donde, desde entonces, trabajan en ‘Música para salvar vidas’ con el objetivo de salvar a niños que han sufrido abusos y abandono a través de un orfanato situado a las afueras de Kampala, capital de Uganda. En su orfanato reciben un hogar y una educación, que complementan con una “formación musical y hemos creado un coro llamado ‘Uganda Natumayini’ de canto y danzas tribales, que ha actuado en España en muchas ocasiones. Estas actuaciones y los apadrinamientos y contribuciones que recibimos nos ayudan a mantener nuestro hogar. En estos momentos todos los pequeños están escolarizados y, en el caso de los mayores, algunos siguen estudios superiores, hacen cursos formativos, musicales y otros están creando sus propias empresas. Todo esto conlleva un esfuerzo económico importante”, nos cuenta Fabián. Es más, el proyecto ha conseguido madurar de tal forma que ya tiene cuatro grupos de música: Uganda Natumayini, Aba Taano, Af NDanza y Kawa.

Una labor que ahora han complementado con otro proyecto. Se trata de ‘Tunga’, con el que Fabián pretende cambiar la vida de los niños vulnerables infestados por tungiasis, una enfermedad parasitaria cutánea que afecta a los niños en las regiones central y oriental de Uganda. Inicialmente, “el alcance del proyecto llegará a la pequeña aldea remota de Kikuta en el distrito de Mityana, del centro de Uganda”, nos comenta.

Una infección muy grave que puede afectar muy duramente a sus afectados, además de provocarle infecciones, de ahí que este onubense lanza un mensaje de solidaridad a todos aquellos que quieran colaborar con su propuesta, bien como voluntarios, con donaciones o con material sanitario. Es más, para los interesados en recabar más información del tema pueden contactar con él en el correo electrónico fabian.jowers@gmail.com

Con esta nueva propuesta, el riotinteño Fabián Jowers, de padres ingleses, vuelve a demostrar su desinteresada labor humanitaria en favor de aquellos que más lo necesitan. Una loable labor para un auténtico minero por el mundo, puesto que, aunque la mayor parte de su infancia y adolescencia se desarrolló en la provincia de Huelva, fundamentalmente en Minas de Riotinto, a lo largo de su vida también tuvo la oportunidad de vivir en Inglaterra, hasta donde sus padres lo mandaron a estudiar.

Su regreso a España se produjo cuando tenía 22 años, donde, según nos explica, “tiempo después, me casé y formé mi familia”, permaneciendo en nuestro país hasta que se trasladó a Uganda en 2005. Curiosamente, sus dos hijos viven en diferentes países, puesto que residen en Israel y Holanda.

Dos años después de trasladarse a Uganda, Fabian Jowers obtuvo el galardón de Onubense del Año que otorga el diario Huelva Infornacion en la categoría de Solidaridad y Valores Humanos. La propuesta para su nominación fue del también riotinteño Jesús Chaparro. Ese mismo año, Jowers y su esposa, Elisabeth Michot, estuvieron en Minas de Riotinto con el grupo ‘Música para salvar vidas’.

Un ejemplo muy llamativo que pone de manifiesto, una vez más, que la solidaridad no entiende de fronteras. La experiencia del riotinteño Fabián Jowers así lo demuestra. Enhorabuena.

De Huelva al País Vasco, la historia del campillero José Martínez

José Martínez Domínguez, nacido en Minas de Riotinto en 1969, aunque es de El Campillo, -el pueblo de sus padres, Godofredo y Prudencia-, reside desde muy joven en el País Vasco. A pesar de ello, no se olvida en ningún momento de su tierra, de Huelva.

En concreto, este onubense de 49 años vivió en El Campillo durante su niñez, hasta que se marchó con su familia buscando un futuro laboral a Galdácano, ciudad vasca en la que residía su tío. “Mi padre trabajaba en el ferrocarril minero, pero pidió traslado y nos vinimos al País Vasco, donde comenzó a trabajar en Explosivos Riotinto”, nos comenta José.

En la actualidad, Martínez, que trabaja como guardia de seguridad, vive en la ciudad de Zaratamo, donde ha formado una familia, con dos hijos, un niño y una niña, puesto que “me casé con una vasca, aunque sus padres son de Jaén, por lo que los dos tenemos raíces andaluzas”.

Una vida en el norte de España que no ha impedido, sin embargo, que “me haya desvinculado de mi tierra. No sé qué tiene Huelva, pero echo mucho en falta todo aquello. Me encanta ir a la provincia. De hecho, para mí, mi tierra es Huelva, El Campillo, porque las raíces siempre tiran mucho. Además, en Huelva siempre hay muchas cosas que hacer”.

Tanto es así que José no falta ningún año a su visita a la provincia. Suele venir todos los veranos a Huelva. Y así lo hace desde 1971, aprovechando también para disfrutar de las playas onubenses. En concreto, le gusta pasar unos días en La Antilla, además de visitar frecuentemente la Sierra de Aracena y Picos de Aroche. “En nuestra ruta de todos los años no puede faltar una visita a Alájar y a Aracena”, asegura.

Y no sólo a él. Porque su mujer y sus hijos también son unos amantes de la Cuenca Minera. Según nos cuenta, “ellos vienen a Huelva conmigo y les gusta mucho. Mi hija, que tiene unos 7 años, siempre me dice que le encanta el río rojo, Riotinto, La Antilla… Y, claro, a todos les gusta mucho la playa”. Así que vienen todos los años. Y eso que no tienen casa aquí, sino que vienen de alquiler.

Visitas que realizan de forma habitual, porque José Martínez conserva a toda su familia en la provincia de Huelva: “Aquí tengo a muchos familiares. Mis primos viven aquí, tanto en Huelva como en El Campillo, sin olvidar que conozco a mucha gente, a muchos amigos, vecinos y otros conocidos. Con todos ellos mantengo un contacto continuo gracias a las redes sociales”.

En fin, este vasco de residencia, pero campillero de corazón, lanza un mensaje a todos los onubenses, a los que les dice que “aunque estemos lejos, nuestras raíces, nuestra tierra, siempre se echa de menos. Yo me acuerdo mucho de Huelva. Lo echo todo de menos. Desde la playa, el ambiente que se vive en su día a día, su luz…, todo”.

Fernando Mallofret: «Si pudiera estaría ahora mismo en mi pueblo, Riotinto»

Fernando Rodríguez Núñez, más conocido en la Cuenca Minera como Mallofret, es un riotinteño nacido en Minas de Riotinto, en la calle Méndez Núñez, junto al Casino de Riotinto, en 1948, por lo que, en la actualidad, tiene 69 años. Su madre era Práxedes Rodríguez Núñez y su padre, Jesús Mallofret Mallofret, aunque no lleva sus apellidos debido a que su padre había tenido un matrimonio anterior, pero convivió con él siempre, de ahí que sea conocido por todos como Fernando Mallofret.

Un onubense que, en 1967, con 17 años, emigró a Barcelona, ciudad que le ha acogido desde entonces, puesto que continúa viviendo en el entorno en la ciudad condal. En concreto, su lugar de residencia es San Baudilio de Llobregat, situada a cinco minutos del centro de Barcelona y a cinco kilómetros del Aeropuerto de El Prat. Una zona en la que hay mucha gente de la comarca, como sucede con Nicolás Vargas, otro minero por el mundo que ha entrevistado Tinto Noticias, amigo de la infancia de Fernando.

Su vida en Barcelona ha sido buena, puesto que, como había estudiado temas de administración en el instituto, estuvo trabajando como administrativo e, incluso, tuvo una empresa propia, formada por una serie de compañeros con los que formó una cooperativa, en la que realizaba tareas de administración, contabilidad y economía. Una entidad en la que estuvo durante 16 años, hasta que se jubiló, coincidiendo, además, con el cierre de la empresa, debido en parte a la crisis económica. Era una organización de calderería, dedicada a aparatos a presión, grandes depósitos o construcciones metálicas a niveles industriales, realizando trabajos, incluso, para la Sociedad General de Aguas de Barcelona o para firmas tan conocidas como Siemens.

Pero en Barcelona no sólo encontró trabajo, sino también el amor, porque, según nos cuenta, “me casé con una catalana, aunque sus padres son andaluces, porque su padre es de Jaén y su madre, de Córdoba”. Mallofret se casó en 1975, un matrimonio del que nacieron sus tres hijos, de 41, 39 y 32 años, aunque “todavía no tengo nietos, a pesar de que a mi mujer y a mí nos encantan los niños, así que a ver si mis hijos se animan”.

Como se puede comprobar, una vida completa en Barcelona que no ha impedido, sin embargo, que se acuerde constantemente de su tierra, de Minas de Riotinto. “Donde voy, presumo de pertenecer a la Cuna del Fútbol Español, además de que sigo por Facebook todas las páginas que hay de mi pueblo y de la comarca, especialmente a través de Jesús Chaparro y de mi primo Rafael Cortés García, que vive en Bellavista, además de estar muy pendiente del fútbol”.

De sus años en la Cuenca Minera, Fernando echa de menos “todo, porque viví allí toda mi infancia y juventud y son años que nunca se olvidan. Es verdad que ahora con las redes sociales estoy recordando muchas más cosas, que echo mucho en falta. Por eso, siempre que puedo, voy a Huelva. Suelo ir para las fiestas, que son unos días de reencuentro para muchos que estamos fuera, no sólo en Cataluña, sino también en Madrid o Valencia. Tanto es así que, si pudiera, si no fuera por mis hijos, me iba a vivir allí ahora mismo. Es el lugar en el que me gustaría estar”.

Eso sí, este minero por el mundo reconoce que “durante su juventud, la mina estaba en todo su apogeo, por lo que había mucha actividad en la comarca, cosas que se han perdido. Se me parte el alma cuando veo cómo ha cambiado la zona. No puedo olvidar cuando iba con mi padre recorriendo los diferentes pueblos cargados de cosas para la venta ambulante y yo, desde niño, lo acompañaba desde bien temprano”.

Por este motivo, nos cuenta que “se me partió el corazón cuando hace veinte años vinimos a la Feria de San Roque en agosto y, después de que yo estuviera acostumbrado a una gran fiesta con todo abarrotado, con muchas terrazas y bailes con orquesta, había mucho menos ambiente, al tiempo que mucha gente no estaba porque se había marchado esos días a la playa”.

A eso se añadió también los cambios en el mismo Riotinto, puesto que “cuando nos vinimos a Barcelona, mis padres y mis dos hermanas nos quedamos sin casa en Minas de Riotinto, porque la vivienda era de la compañía. Pero, además, todo lo que se conocía de la mina de abajo ha desaparecido, por lo que todo lo que había vivido durante mi niñez y mi juventud ya no existe, así que cuando lo vi me dio muchísima pena, pero es lo que hay. Las explotaciones mineras van comiendo terreno y es así”.

Este hecho unido a que tiene poca familia en la comarca ha provocado que no venga todo lo que le gustaría a la Cuenca Minera, sobre todo, desde que sus padres fallecieron. A pesar de ello, durante años, ha estado viniendo a las fiestas de la Virgen del Rosario, que se celebran durante el mes de octubre, “una festividad muy famosa a la que, siempre que podemos, vamos y nos alojamos en el Hostal Atalaya. De hecho, mis hermanas van todos los años”. Eso sí, “mis hijos van poco, porque, aunque los llevábamos mucho cuando pequeños para que conocieran el pueblo, como no tenemos casa allí, al final se va perdiendo el contacto”.

Mallofret también tiene familiares en Nerva, tanto por parte de madre como de padre, siendo una persona muy conocida en la zona, porque su familia ha tenido varios negocios, al ser personas comerciantes, tanto en la plaza de abastos, como con una tienda de ultramarinos, mientras que su madre tenía una mercería.

Por todo ello, para despedirse, Fernando Rodríguez Núñez nos dice entre lágrimas, muy emocionado, que “los llevo en el corazón. Soy muy blando y se me saltan las lágrimas cuando pienso en la Cuenca Minera. Ahora mismo, estoy llorando recordando todas las cosas de mi vida. Los echo mucho en falta. Me gusta mucho mi pueblo y lo llevaré siempre conmigo. Tanto que, si pudiera, estaría allí ahora mismo, a pesar de no ser lo que era”.

Elisa Guijarro, una campillera residente en Cataluña que no olvida su tierra

Nacida en la calle Italia de El Campillo, donde vivió durante toda su infancia y juventud, Elisa Guijarro Castañeda es una campillera que, desde hace nueve años, vive en la costa de Tarragona. Un destino en el que se ha asentado después de haber residido en diferentes países europeos. Y es que Elisa se marchó de Huelva siendo muy joven. Se fue a Alemania con su familia, país al que primero se marchó su madre con su hermana mayor, mientras que su padre se quedó un año más trabajando en la mina.

Estando en Alemania, esta campillera conoció al que es su marido, que es asturiano, con el que se marchó a vivir a Francia, donde ha residido durante 42 años. Y es que, según nos cuenta, “aunque mi madre estaba en Alemania, cuando me casé, nos fuimos a Francia, porque la familia de mi marido estaba allí”.

De su matrimonio nacieron dos hijos, ninguno de los cuales vive en España, puesto que el mayor reside en Francia, mientras que el segundo, estando de vacaciones en nuestro país, conoció a una chica suiza con la que se casó y con la que vive en Suiza. Además, tiene tres nietos, uno de 20 años que vive en Francia, así como una niña de 6 años y un niño de 3 en Suiza.

Mis hijos sí conocen la Cuenca Minera. Han ido muchas veces, porque, cuando vivían mis padres, yo iba todos los años. La verdad que a ellos les gusta mucho Huelva, pero, desde que mi madre murió hace cinco años, no van. Ahora vienen a vernos a Tarragona, así que quizás vaya este año para Huelva”, nos comenta Elisa.

En la actualidad, con 68 años, Elisa mantiene una casa en la calle Sevilla de El Campillo, a la que suele venir de vez en cuando, porque tiene un hermano en Zalamea. Sin embargo, reconoce que no viene demasiado, porque ya no tiene a sus padres y es su hermano el que la visita en ocasiones en Tarragona. De hecho, su otra hermana vive en Barcelona.

A pesar de estar lejos de su tierra, el balance de esta campillera de todos estos años es positivo, porque se siente muy contenta de la vida que ha tenido. Realmente, reconoce que “no echo mucho de menos la Cuenca Minera, porque cuando me marché de mi pueblo sólo tenía 13 – 14 años. Luego, me casé muy joven y me fui a Francia, pero sigo teniendo casa en El Campillo”.

Esto no quiere decir que Elisa no recuerde sus años de infancia y juventud en la Cuenca, una etapa de la que no se olvida de “mis amigas, como Fali, así como de mi prima Virginia de El Campillo. Fueron años muy bonitos, en los que también estuve muy contenta allí”. Eso sí, nos cuenta que le gusta más el estilo de vida de una ciudad que la de un pueblo, además de ser una enamorada del mar, de ahí que se encuentre muy bien viviendo en la costa mediterránea.

De sus años en El Campillo, Guijarro recuerda cuando iba a dar paseos, a hacer la compra, a lavar la ropa, cuando salía a jugar en la calle, cuando hacía la limpieza los sábados por la mañana con su madre o, incluso, cuando iba a buscar el agua a los pozos con los cántaros en la cabeza. Recuerdos que mantiene muy vivos, teniéndolos muy presentes.

Por ello, para despedirse, manda emocionada “un saludo a todos los vecinos de El Campillo y, en especial, a mis amigos de la calle Italia y a Fali, sin olvidar a mi hermano Rafael y a mi cuñada Mari Carmen, que viven en Zalamea. A todos les mando muchos recuerdos”.

El campillero José Manuel García Almeida, el conocido endocrino del programa ‘Saber vivir’ de TVE

A muchos les sonará la cara de José Manuel García Almeida por haber sido durante más de un año y medio el endocrino y nutricionista de cada viernes en el programa de TVE ‘Saber vivir’, durante la etapa en la que lo presentaba Mariló Montero. Lo que muchos no sabrán es que este conocido médico, jefe del Servicio de Endocrinología y Nutrición en el Hospital Quirón de Málaga y endocrinólogo del Hospital Virgen de la Victoria de Málaga, es natural de Huelva y, en concreto, de El Campillo.

Un profesional que se decantó por la Medicina, porque “era algo que me gustaba desde siempre. Realmente, desde joven me habían atraído las ciencias, a la vez que me encantaba el trato con la gente, por lo que pensé que estudiando Medicina podía desarrollar perfectamente estas dos facetas. Es cierto que en mi familia no había ningún médico, pero, a pesar de ello, me gustó esta carrera”.

Estudió en la Universidad de Sevilla, especializándose en Endocrinología y Nutrición, dos ramas muy completas y que considera fundamentales, puesto que la primera estudia el funcionamiento de las hormonas y la segunda, el metabolismo, de ahí que sea un gran conocedor de problemas tan habituales como la diabetes, la obesidad, el tiroides, el metabolismo o la celiaquía. Y, más concretamente, es experto en el tratamiento de la cirugía bariátrica, nutrición clínica y tratamiento hospitalario de la diabetes.

Pero es curioso que, anteriormente, al acabar la carrera, García Almeida realizó la especialización en Medicina Familiar vía MIR en el Hospital Juan Ramón Jiménez de Huelva. De hecho, estuvo tres años como médico de familia en el Juan Ramón, así como en el Centro de Salud del Molino de la Vega de la capital. En concreto, estuvo viviendo en Huelva hasta 1997, año en el que se marchó a Málaga, donde continúa residiendo en la actualidad. Fue en Málaga, en el Hospital Universitario Carlos Haya, donde se especializó en Endocrinología y Nutrición Clínica, también vía MIR.

En Málaga hizo la Residencia en el Carlos Haya, para después pasar al Hospital Universitario Virgen de la Victoria, donde lleva quince años siendo el Responsable de Nutrición Clínica. Un trabajo que compagina con la Jefatura del Servicio de Endocrinología y Nutrición en el Hospital Quirón Málaga. Por este motivo, el balance que hace de todo este tiempo en la capital malagueña es muy positivo, porque “Málaga es una tierra muy acogedora. Son muy parecidos a los onubenses, me identifico mucho con esta cultura abierta, muy fenicia, de puerto, de gente que entra y sale. Es cierto que la Cuenca está más en la Sierra, pero yo estudié en el instituto en Huelva capital y eso también se nota. Y los malagueños son personas que se dejan querer”.

A todo ello hay que añadir, como hemos comentado, que este médico onubense estuvo más de un año colaborando con el conocido programa de TVE ‘Saber Vivir’, en la etapa en la que fue presentado por Mariló Montero. “Fue una experiencia muy buena, muy interesante. Mi misión era hablar de nutrición y de cuestiones como la diabetes y, aunque no era mi medio natural, la verdad es que fue positivo. Todo aporta”, según nos dice, al tiempo que nos cuenta que “siempre reivindicaba en el programa que soy de Huelva, una tierra única llena de contrastes, con mar y sierra”. Una etapa en la que se convirtió en un rostro conocido y, de hecho, aún lo reconocen por la calle.

En cualquier caso, tras más de veinte años en Málaga, donde vive con su mujer, Mera Martínez Alfaro, y sus dos hijos, nacidos allí, Marina, de 17 años, y Jesús, de 12, se siente muy querido en la provincia malagueña. Eso sí, reconoce que no pierde sus raíces onubenses. Todo lo contrario. Según nos cuenta, “mi familia la tengo en El Campillo. Allí están mis padres y uno de mis hermanos, mientras que mis dos hermanas viven en Huelva. Así que ahí tengo mis raíces, por lo que paso algunas temporadas en Huelva, como, por ejemplo, en Navidad”.

En general, reconoce que “soy un gran defensor de todo lo onubense. Por ejemplo, la comida. Soy un amante del jamón y las gambas, que siempre los compro en Huelva y me los traigo a Málaga. Pero, además, la cultura minera siempre me ha atraído mucho. Es una zona que me encanta y a la que añoro, porque es un lugar donde se ha desarrollado mucho la cultura, quizás por ese espíritu británico que lo impregna. A pesar de estar alejada de la capital, son muchas las personas que han estudiado una carrera en la comarca y que desarrollan actividades de gran interés”. Es más, “en el hospital tengo dos compañeras de Huelva, Mónica y Pilar, con las que tengo muy buena relación. Los médicos choqueros nos cuidamos entre nosotros”.

Por todo ello, para despedirse, José Manuel asegura que “me siento muy orgulloso de mi tierra. Creo que es fundamental defender nuestras raíces, porque hay muchos motivos para sentirse afortunado de pertenecer a la Cuenca Minera. Cuestiones como el mineral, la agricultura o el desarrollo intelectual tan notable de la zona son algunos puntos a tener en cuenta. Por este motivo, yo siempre llevo mi Huelva por delante”.

Manuel Márquez Calero, un berrocaleño que muestra el amor a su tierra a través de los libros

A sus 75 años, Manuel Márquez Calero puede sentirse orgulloso de haber tenido una vida plena, en la que ha compagino su actividad profesional con su amor por la historia y el estudio a nivel general. Nacido en Berrocal, en la calle La Fuente, Manuel se marchó de su localidad natal en 1962, cuando tenía 19 años.

Su destino fue Sevilla, hasta donde se marchó para alistarse como voluntario en el Ejército, donde ha desarrollado la mayor parte de su trayectoria profesional, hasta que pasó a la reserva. Un trabajo que le ha permitido vivir en diferentes lugares de España, residiendo en la actualidad, ya jubilado, en la capital hispalense.

Junto a su actividad profesional, Manuel ha mantenido una constante labor a favor del conocimiento, puesto que reconoce que “me encanta aprender”. Con este objetivo, este onubense ha estado en el Aula de la Experiencia de la Universidad de Sevilla, además de asistir como oyente a las clases de la Facultad de Historia. En total, más de veinte años vinculado a la Hispalense de un modo u otro, unido a su amor por la lectura, lo que le ha permitido desarrollar diferentes trabajos de archivo e investigación.

El resultado se ha plasmado en dos libros, Estampas del Berrocal que yo viví y Berrocal en el pleito del Campo y Sierra de Tejada (Siglos XVII, XVIII y XIX), para el que tuvo que estudiar Derecho y, especialmente, Historia del Derecho. Dos publicaciones de gran interés para quienes quieran conocer el municipio en profundidad. Trabajos que complementa con otros comentarios y artículos en foros como Facebook, donde, por ejemplo, difundió un bonito pasaje en el que imaginaba un viaje desde Huelva a Riotinto como si se desarrollara en 1888, a través del tren minero, describiendo cómo era el paisaje, su gente y los pueblos por los que discurría el trayecto.

Un bagaje que ha permitido a Manuel tener un profundo saber sobre su tierra, de su comarca. De hecho, en el marco del 350 Aniversario de la emancipación de la villa de Berrocal fue invitado por el Ayuntamiento de la localidad para ofrecer una conferencia en la que dio cuenta de la importancia de aquella fecha histórica, el 25 de agosto de 1658, cuando se produjo un hecho fundamental en el devenir de este municipio. En su disertación, Calero hizo un recorrido por los litigios que tuvo que pasar hasta que Berrocal consiguió el título de villa.

Todo ello pone de manifiesto que, aunque esté ya jubilado, es una persona muy inquieta, al que le preocupan “muchas cosas de la vida, como el ecologismo, la conservación del planeta, la situación de la Cuenca Minera, etcétera. Hay que tener en cuenta que he estudiado mucho la historia de la zona, de las minas de Riotinto, indagando en personajes como Eladio Orta o Félix Lunar, las luchas obreras o el mismo Año de los Tiros”.

Una actividad investigadora que compagina con su vida familiar, ya que Manuel está casado, tiene dos hijos y tres nietos, con los que va de vez en cuando a Berrocal, como sucede con las jornadas de la naturaleza que se organizan en el municipio. “Estamos dando todo nuestro apoyo al pueblo, tratando de animarlo y darle más vida, de ahí que no hayamos querido perder el contacto, ni que lo perdieran mis hijos. Yo tengo en Berrocal una pequeña casa en el campo, de unos 30-40 metros, con una chimenea, a la que suelo ir cuando puedo. Siempre digo que en un pueblo lo primero que se cierra es la escuela y lo último, el cementerio”, comenta Márquez Calero.

Eso, a pesar de que reconoce que la vida del campo, de la zona, ha cambiado mucho desde que él la conoció hasta ahora. Tal y como nos cuenta, “tengo muchos recuerdos de mi infancia y adolescencia en mi pueblo, como resumo en mi libro Estampas del Berrocal que yo viví. Me acuerdo mucho de los esteros, de los trabajos que se hacían entonces y que se basaban en una economía de subsistencia, pero con lo que éramos felices. Tampoco conocíamos otra cosa”.

Una etapa de su vida que permanece marcada en su memoria y en la que cosechó grandes amigos, con los que sigue manteniendo contacto, puesto que suele reunirse con ellos de forma periódica para cambiar impresiones y poner en marcha diferentes proyectos, como actividades culturales, de cuidado de la naturaleza o foros sobre memoria histórica.

En definitiva, para despedirse, Manuel Márquez Calero lanza un mensaje para concienciar a todos sobre “la importancia de conservar y mantener los pueblos pequeños de la comarca, como Berrocal, Campofrío o, incluso, El Campillo, que están en peligro de extinción debido a que no tienen ninguna forma de vida, no hay ningún tipo de industria o motor económico, por lo que habría que crearla o buscarla, al margen de las subvenciones oficiales. Se han convertido en pueblos de fines de semana y eso es un motivo de preocupación”.

La riotinteña Catalina Nieves nos cuenta desde Madrid sus imborrables recuerdos de su tierra

Catalina Nieves Muñoz es una onubense que nació hace 62 años en Minas de Riotinto, su localidad natal, en la que se desarrolló su niñez y juventud. Su madre, de La Dehesa de Riotinto, se llamaba María Muñoz González, mientras que su padre, Silverio Nieves Domínguez, era de Minas de Riotinto. Un matrimonio que tuvo cuatro hijos, siendo Catalina la más pequeña.

Su padre trabajaba en las oficinas de las minas, pero, poco a poco, la empresa se fue quedando sin trabajo, hasta que su familia decidió marcharse a vivir a Madrid, después de que a su padre le ofrecieran un empleo en la sede que Explosivos Río Tinto tenía en el Paseo de la Castellana de la capital. Fue así cómo, hace 45 años, Catalina dejó la Cuenca Minera para convertirse en una madrileña de adopción, dado que se instaló con sus padres y sus hermanos en Móstoles, donde continúan viviendo, tanto ella como dos de sus hermanos, ya que el tercero falleció.

De sus inicios en Madrid, esta riotinteña recuerda que “al principio lo pasamos muy mal, porque fue un cambio muy grande para todos. Es verdad que en Huelva no teníamos de nada, pero éramos felices. Tanto era así que mi padre siempre hablaba de jubilarse y marcharse de regreso a Huelva. Tenía mucha nostalgia de su tierra”.

Sin embargo, su padre falleció muy pronto -no descarta que esa nostalgia también le influyera- y nunca pudo hacer realidad su sueño. Y lo cierto es que a ella le está pasando exactamente igual. Es más, asegura que, a medida se hace más mayor, más se acuerda de la provincia de Huelva y, en particular, de la Cuenca.

“Mis dos hermanos tenían la carrera de Maestro, por lo que Madrid parecía un destino mucho más atractivo que Huelva para que encontraran trabajo. Poco a poco, nos fuimos adaptando a Madrid, pero aquí las cosas tampoco son tan fáciles como se pueda pensar”, nos cuenta Nieves Muñoz, que, a pesar de todo, reconoce que “Madrid es un lugar muy acogedor con la gente de fuera. Eso sí, la alegría de Huelva no se ve por aquí”.

Catalina también hizo su vida en Madrid, donde se casó, -aunque, en la actualidad, está divorciada-, y tuvo un hijo, llamado Nazario Fernández Nieves, que le ha dado dos nietos. Una familia que no ha querido perder sus raíces, tanto que su hijo ha venido en varias ocasiones a la Cuenca Minera, una zona que le gusta mucho, y donde ha visitado a sus familiares.

Sin embargo, esta riotinteña suele venir poco a Huelva, pero, nos cuenta, “ahora mi hijo me ha hecho un perfil en Facebook y esto me permite estar en contacto con toda mi gente de allí, además de enterarme de todo lo que pasa en Huelva, así que estoy encantada con la labor que hacen las redes sociales. Porque me gusta todo lo que sea de Huelva y, sobre todo, de la Cuenca Minera. Sólo de pensarlo se me pone la carne de gallina”.

Junto a las redes sociales, Catalina mantiene un contacto directo con sus primas, especialmente con Fidela Quirós Nieves, que tiene dos hijas y que sigue viviendo en Huelva, así como otra prima que vive en Sevilla.

Además, “tengo una muy buena amiga en La Dehesa. Se llama María de las Mercedes Alonso Ramírez y es buenísima para mí. Es más que una hermana, porque, aunque es más joven que yo, nos hemos criado juntas. Nos conocemos de toda la vida. Es buenísima”, afirma.

Con todo ello, por su experiencia, Catalina Nieves aconseja a todos los onubenses que “no se vayan nunca de Huelva, porque es una tierra maravillosa y luego se van a arrepentir. Soy consciente de que allí hay poco trabajo, pero, a veces, podemos tener muchas cosas materiales, aunque lo verdaderamente importante podemos dejarlo lejos”.

En cualquier caso, esta riotinteña, madrileña de adopción, se muestra muy contenta de poder dirigirse a todos sus paisanos, “porque lo que más feliz me hace es hablar y que me hablen de Huelva”.

Nicolás Vargas: «Vivo desde hace más de 50 años en Cataluña, pero mi corazón lo tengo en Riotinto»

Son muchos los mineros onubenses que decidieron marcharse a Cataluña durante los años sesenta y setenta en busca de un trabajo y un futuro mejor. Por este motivo, son muy numerosos los onubenses que viven en la comunidad catalana, onubenses que han formado una familia y desarrollan allí sus vidas desde hace años. Eso sí, sin olvidar en ningún momento sus raíces en la Cuenca Minera.

Es el caso de Nicolás Vargas Domínguez, un riotinteño nacido hace 72 años en la calle Comandante Haro, número 5, de Minas de Riotinto. Sus padres, Cipriano y Carmen, tuvieron cuatro hijos, María del Carmen, Isidora, Cipriano y el propio Nicolás.

La niñez y la adolescencia de Nicolás se desarrollaron en su Riotinto natal, hasta que, con 18 años recién cumplidos, en el año 1960, decidió marcharse a Cataluña con el deseo de encontrar un empleo. Su destino fue la ciudad de San Feliú de Llobregat, en la provincia de Barcelona, hasta donde se fueron otros muchos onubenses con el mismo objetivo que nuestro protagonista.

“Me vine a San Feliú de Llobregat, una ciudad preciosa, aunque, he de reconocer, que como Minas de Riotinto no hay nada. Eso sí, a pesar de lo que puedan decir, Cataluña es una tierra maravillosa, que me acogió con los brazos abiertos. Nunca en mi vida he tenido ningún problema por no ser de aquí. Es más, uno de mis jefes siempre decía que los mejores trabajadores eran los andaluces”, nos confiesa Nicolás.

A lo largo de su vida, este riotinteño ha trabajado en diferentes sectores, desde una grifería, como clasificador de piel o, por último, en la construcción. Para Vargas, “los catalanes son gente fabulosa, siempre lo he dicho. Me ha ido muy bien en todos los sitios en los que he trabajado, porque me han acogido siempre muy bien, contando con jefes que han mirado por los andaluces”.

Tanto es así que este onubense formó una familia en la que ha sido su tierra de acogida, puesto que se casó con una catalana, con la que ha tenido tres hijos, dos niños y una niña. Además, tiene cinco nietos, dos nenas y tres nenes.

Una familia que no ha olvidado sus raíces mineras, puesto que sus hijos suelen venir cada vez que pueden a Huelva, una tierra que les encanta. Por ejemplo, el pasado verano, uno de sus hijos tuvo la oportunidad de visitar la provincia de Huelva junto con toda su familia, donde visitaron la Cuenca, Aracena y El Rocío y todos quedaron encantados, así que están seguros de que repetirán este año.

Por su parte, Nicolás Vargas también suele venir cada vez que puede a su tierra. De hecho, el año pasado estuvo en Atalaya durante 18 días en los que tuvo la oportunidad de reencontrarse con familiares y amigos, entre los que se encuentran, por ejemplo, Jesús Chaparro o Rafael Cortés, entre otros.

Siendo así, desde San Feliú de Llobregat manda un caluroso abrazo “a todos mis paisanos de Huelva y para todos los ‘mojinos’ de Riotinto”. Gracias Nicolás.