Miguel Ángel Harriero
El testimonio de Silverio Castañón sobre la Columna Minera y su batallón Riotinto
Durante las investigaciones que realicé en 2015 sobre la Columna Minera de Río Tinto, una de las grandes sorpresas fue el descubrimiento de un artículo publicado en Mundo Gráfico del 1 de septiembre de 1937, en el cual se entrevista a Silverio Castañón, persona de la cual ya tenía referencias al ser el que firmaba en prensa las peticiones de unión al Batallón Río Tinto.
Silverio Castañón pasó a ser desde ese momento para mí uno de los grandes protagonistas de la historia de la Cuenca Minera de Río Tinto. Les dejo algunos extractos de dicho reportaje:
De aquel venero de carbón y de energía revolucionaria que es la cuenca minera de Asturias, nació el 26 de agosto de 1906 Silverio Castañón.
El año 17, después de aquella sangrienta huelga de agosto, entró Silverio Castañón en la mina.
-Había muerto mi padre -dice- y fui a sustituirle, ingresé en el Sindicato Minero Asturiano y en la Juventud Socialista. Allí estudié. Y en los Ateneos de la cuenca minera. Poco a poco iba delineándose en mí el sentimiento socialista puro, que había de llevarme al Partido, en 1923, con un convencimiento y un entusiasmo que se expresaba en mítines y conferencias y en cuartillas escritas apresuradamente para la Prensa obrera, muchas de ellas publicadas en La Aurora Social, el periódico que sirvió de matriz al diario de Oviedo Avance. Una huelga en 1919 fue el motivo de que me detuvieran por primera vez. Luego, por otras huelgas, por artículos periodísticos, por discursos en mítines, me detuvieron otras muchas veces.
-En 1926 ingresé como voluntario en el Ejército, con un año de anticipación a la fecha en que me correspondería entregarme obligatoriamente en filas. Así podía elegir Cuerpo. Y elegí el regimiento de Artillería Ligera de Campaña, de guarnición en Burgos, donde me cogió el levantamiento de los artilleros contra Primo de Rivera. La Dictadura, que había chocado ya con los obreros y con los intelectuales, con el pueblo y con la burguesía -recuerda Castañón-, tropezaba también con la hostilidad de una de las más poderosas entidades militares. La sublevación tenía un carácter anti dictatorial, quizá más concretamente antiprimorriverista. Pero yo participé en ella por lo que pudiera servir a una auténtica revolución, al grito de «¡Abajo la Monarquía!»
Después, Castañón volvió a Asturias. Y a la mina. Y a las organizaciones socialistas asturianas.
-Volví a la mina, ya con la categoría de minero de primera. Y allí seguí haciendo propaganda revolucionaria. Así llegó Octubre de 1934.
La tragedia del Octubre rojo asturiano rehace sus más patéticas imágenes en el relato de Silverio Castañón.
-El día 5 de aquel Octubre habíamos proclamado ya en Turón, con sus veinte mil habitantes, la República Socialista. Nuestros combatientes habían conquistado dos cuarteles de la Guardia civil y uno de guardas jurados de las Hulleras, incautándose de algunas armas. Turón estaba tranquilo, y pudimos abandonarlo para dirigirnos a Campomanes, donde aguardamos al batallón Ciclista de Palencia, que iba a pasar por allí. Nosotros seríamos unos doscientos. Pocos para el número de hombres que llevaba el batallón. Pero la superioridad numérica del enemigo la compensó nuestra decisión de victoria. Y en Campomanes quedó aquel batallón Ciclista de Palencia destrozado.
-Todavía, con mis hombres, fui a Oviedo, y participamos en la toma de las principales calles de la capital, hasta que me nombraron comisario general de la zona del Caudal, con tres Concejos, que era uno de los frentes más duros de la lucha, por donde las fuerzas que enviaba el Gobierno para someternos presionaban más.
-Pero llegó un momento en que ya la resistencia y el heroísmo de las masas obreras revolucionarias de Asturias resultó inútil. Fue cuando, por acuerdo del Comité, pactó con el Mando militar, que representaba al Gobierno, Belarmino Tomás.
-Después de asegurada la retirada de nuestros hombres—continúa recordando Castañón-, cuatro de los más responsables salimos juntos en busca de refugio con dirección a los Picos de Europa. No nos quedaba abierta otra salida ya. Ocho días anduvimos escondidos por puertos y montañas. En Ponga nos salvamos de la Guardia civil, ocultándonos en una presa de molino, en el agua, debajo de los juncos. Así pudimos llegar hasta Torrelavega. Pero allí alguien que nos reconoció nos denunció a los guardias, y nos encontramos, por sorpresa, envueltos por fuerzas de Carabineros, de Guardia civil y de Policía. El consejo de Guerra me condenó a pena de muerte y trescientos cuarenta años de prisión. La sentencia la confirmó el Tribunal Supremo. Pero no se cumplió.
-Mientras tanto, yo desde la cárcel, reorganicé las Juventudes Socialistas Asturianas, y seguí escribiendo artículos y folletos revolucionarios.
Cuando la revolución asturiana triunfó en las elecciones con el Frente Popular
-Con el triunfo del Frente Popular en las elecciones salí de la cárcel. Y volví a Asturias. Otra vez a los mítines y a las organizaciones mineras, que, rehechas, tenían que seguir actuando hasta conseguir un sistema social más justo. Para la elección de Presidente de la República vine a Madrid como compromisario, con la representación de doscientos doce mil electores. Y desde Madrid fui a la provincia de Huelva como secretario general de la organización de los mineros de Ríotinto.
Con los mineros de Ríotinto ante la sublevación militar
-Estaba en Nerva, un pueblecito de la demarcación de Ríotinto -sigue diciendo Castañón-, cuando estalló la sublevación militar. De allí me trasladé a Sevilla con doscientos mineros. Delante de nosotros iba una compañía de la Guardia civil. Yo había querido impedir que saliesen los guardias. Luché con el gobernador y con las representaciones del Frente Popular, que los creían leales. Pero yo no me fiaba de su lealtad. Y no me equivoqué, porque al llegar a Sevilla se volvieron contra nosotros y nos acribillaron a tiros. Tres días estuvimos en Sevilla, donde el pueblo todavía luchaba. Hasta que comprendí que allí ya nada podíamos hacer. Y regresé a Ríotinto a organizar las Milicias Mineras. Sobre Ayamonte tropezaron estas Milicias con las primeras fuerzas moras que los generales rebeldes habían incorporado a la sublevación.
Había que venir a Madrid a pedirle auxilios al Gobierno. Ante la superioridad de armamento del enemigo, los bravos mineros Ríiotinto no podían defenderse ya. Andando atravesé toda la provincia de Badajoz, evitando el encuentro con las líneas facciosas, que iban cerrando todos los caminos. Y pude, al fin, llegar a Madrid. Pero aquí no pudieron darme lo que pedía. Además, dispersos, fugitivos, aquellos mineros, los que quedaban de aquellos mineros, llegaban ya a Madrid también. Entonces ingresé como miliciano en las Milicias de El Socialista, con las que fui a Ciudad Leal.Pero Silverio Castañón había visto combatir a los mineros de Ríotinto, y conocía su admirable resolución en la lucha. Y con los que llegaron a Madrid organizó el batallón Ríotinto, con el que, ya de comandante, no tardó en salir para Maqueda.
Herido en un pie, en uno de los combates del mes de Noviembre, ante Madrid infranqueable ya, Silverio Castañón fue destinado como inspector de la Comandancia General de Milicias en la Sección de Organización. Luego, al batallón Vanguardia Roja, con el que participó en los combates de la Casa de Campo, Cuesta de las Perdices, Puerta de Hierro, el jarama… Hasta que se le confió el mando de una brigada.
-Una brigada -dice- que hace para el enemigo inaccesible una de las entradas a Madrid. Aquel «¡No pasarán!» del mes de Noviembre lo han escrito ya en este frente muchas veces, con las puntas de sus bayonetas, mis soldados.
Pero calla que lo que sus soldados escribieron lo dictó antes, con la firmeza de sus veintitantos años de combatiente socialista, el comandante que encarna reciamente la voluntad revolucionaria de España.
J. R. C.
Miguel Ángel Harriero, secretario de investigación de la Asociación de Memoria Histórica de la Provincia de Huelva
El grito de un pueblo ante una traición: «Por los 300 Judas»
La imagen de cabecera parece una más de las muchas que dejan un testimonio gráfico de la época más trágica de la España del siglo XX. Ha sido una de las fotografías más utilizadas para ilustrar el periodo de la guerra civil en la provincia de Huelva. La primera edición del libro La guerra civil en Huelva, del historiador Francisco Espinosa Maestre, un estudio pionero en la recuperación de la memoria de una época oscura y silenciada, la tenía en su portada junto a otras dos, todas en color sepia. Ha sido empleada también por el historiador Joaquín Gil Honduvilla para la portada de uno de sus últimos libros publicados, Militares y sublevación, Huelva 1936, un recorrido por los sucesos de aquel fatídico año en esta provincia a través de los documentos militares y que ofrece una óptica distinta que merece la pena leer detenidamente, pues nos ofrece datos únicos extraídos
de los relatos que los principales protagonistas militares reflejaban en sus informes. Pero, pese a ello, en muchas ocasiones, ha pasado desapercibida, se ha hablado poco de su contenido, de las frases escritas por los mineros en los camiones blindados para hacer frente a los sublevados fascistas.
Esta imagen ha sido una obsesión para quienes, como yo, socio fundador y miembro de la Asociación Provincial de Memoria Histórica de la Provincia de Huelva (AMHPH) como secretario de Investigación, hemos visto en ella más que una simple fotografía. Consignas como “Contra nuestros enemigos”, “Viva los mineros de Nerva” y “Por los 300 Judas” pueden verse junto a las siglas U.G.T. (Unión General de Trabajadores), F.A.I. (Federación Anarquista Ibérica), C.N.T. (Confederación Nacional del Trabajo) y F.I.J.L. (Federación Ibérica de Juventudes Libertarias). ¿Quiénes son los personajes que aparecen en ella? ¿Cuándo y dónde fue tomada? ¿Quién la tomó? Y, sobre todo, ¿qué significa “Por los 300 Judas”? Esta última pregunta llevaba rondándome desde el mismo instante que pude ver la imagen con la suficiente nitidez como para observar dicho grito escrito en el lateral del vehículo blindado.
Despejar ésta incógnita forma parte de esa misión inaplazable que nos hemos encomendado aquellos que formamos parte de asociaciones memorialistas, investigadores, historiadores, familiares y demás personas comprometidas con la verdad. Porque tenemos la necesidad, como sociedad, de esclarecer los hechos, de reconstruir y dignificar la memoria de todos aquellos que perecieron por luchar por la libertad, de todos aquellos que fueron asesinados tan sólo por ser quienes eran, por sus principios y su lealtad a sí mismos, porque si somos es porque fueron.
Así, entrando ya de lleno en ella, esta fotografía ha acompañado a más de un artículo sobre la historia de la Columna Minera, parada de golpe en La Pañoleta, a la entrada de Sevilla. Este hecho ha dado a muchas de las personas que han podido observar la imagen la idea de que el vehículo fue uno de los utilizados por dicha columna y de que la imagen fue tomada antes de la salida de la columna de mineros. En principio, incluso habíamos pensado algunos que la persona vestida de traje que aparece en la foto era el mismísimo Cordero Bell, diputado por Huelva que se ofreció a la recluta de mineros para la formación de la columna en la noche del 18 de Julio de 1936. Sin embargo, nada más lejos de la realidad.
La instantánea fue tomada por el fotógrafo Serrano, Juan José Serrano Gómez, en el marco de los trabajos de reportero gráfico que realizaba para el periódico ABC, el cual le encargó seguir de cerca la toma de la Cuenca Minera onubense. A él le debemos la mayor parte de las imágenes que ilustran sucesos acaecidos por la provincia durante esos días, en los que acompañaba al periodista Gil Gómez Bajuelo, con el cual ya había trabajado en varias ocasiones. Tal vez uno de los reportajes más importantes de sus carreras fuera la cobertura periodística y gráfica que también para el diario ABC realizaron de los sucesos de Casas Viejas en enero de 1933, a donde, curiosamente, fue enviado Luis Cordero Bell en comisión parlamentaria para investigar dichos sucesos. La persona que viste traje en la fotografía, finalmente, no es éste último, sino el periodista Gil Gómez Bajuelo, identificado gracias a la colaboración de Miguel Guerrero Larios (nieto de Miguel Guerrero González, uno de los 24 nervenses fusilados en Sevilla por los sucesos de la Pañoleta), quien lo corroboró en su visita a la fototeca del Archivo Histórico de Sevilla.
Tenemos que situarnos, primero, en el día 20 de agosto de 1936. A las 9 de la mañana la aviación sublevada bombardea Riotinto y Nerva, ocasionando 19 muertes, la mayoría mujeres. La fase final de la operación, bajo el mando de Álvarez de Rementería, dio comienzo el día 24 de agosto. Mientras, la columna comandada por Redondo ocupaba Campofrío, bombardeada desde tierra y aire. Las fuerzas de Varela Paz se dirigieron a Zalamea La Real, encontrando gran resistencia. Al día siguiente, y tras un bombardeo de seis horas, estas mismas fuerzas entraron en Salvochea (El Campillo), la cual fue poco después incendiada por la columna Redondo. Los mineros sufrieron muchas bajas. La noche del 25 al 26 un numeroso grupo de vecinos de Nerva y Riotinto encabezado por el alcalde de Nerva huyó a la Sierra. Fue el comité extraordinario entonces creado y formado por Antonio Fernández Ortiz, presidente de la Cruz Roja, Cristóbal Roncero, director del hospital municipal, y Francisco Macarro, presidente del comité de abastos, el que unas horas después se acercó a El Madroño para comunicar a Álvarez de Rementería que podía entrar en Nerva cuando quisiera…
Entregando una carta con los siguientes términos:
La presencia de las fuerzas del General Queipo de Llano, en pueblos inmediatos y a la seguridad de que pronto han de ser atacadas las viviendas de nuestra villa, en evitación de más sangre, de la generosa sangre de nuestros vecinos, me ha hecho pensar detenidamente en rendirnos, para ello y para que mañana aparezca la bandera blanca en nuestro pueblo, entrego a ustedes, para que lo hagan a las referidas fuerzas el Ayuntamiento y con él a veintisiete detenidos por cuyas vidas les ruego que miren defendiéndolas, como yo lo he hecho, de todo peligro.
Nerva, 26 de agosto de 1936
Fdo. Alcalde José Rodríguez.
Como imagen queda la de Eduardo Álvarez de Rementería-Martínez junto a varios de sus hombres y el periodista de ABC Gil Gómez Bajuelo en una de las principales calles de la población nervense el mismo día 26 de agosto. La imagen del vehículo repite a algunos de estos personajes, el que tiene el traje de chaqueta es, por tanto, el periodista Gil Gómez Bajuelo, y las otras dos personas que le acompañan son militares de la columna Rementería. En consecuencia, la pintada de la camioneta es nuestra última incógnita y la mayor incógnita que nos ofrece la imagen.
En principio y tras largas conversaciones con el historiador José Juan de Paz Sánchez y con el investigador comarcal Fernando Pineda Luna, dos de las personas que más han estudiado los movimientos sociales de esa época en la zona minera onubense, nos preguntábamos si sería el nombre de alguna asociación anarquista o comunista de la zona, incluso que la pintada se correspondiera con el número de personas que la noche del 25 al 26 de agosto decidió huir desplazándose hacia el norte por Extremadura, uniéndose en su huida a las de otras poblaciones y formando lo que se conocería como la columna de los ocho mil.
Faltaban, en cambio, pruebas, certezas, hasta que tras no pocas búsquedas en documentos de la época nos encontramos con una propaganda electoral de Acción Popular, que formaba junto a otros partidos la gran coalición de la derecha española liderada por Gil Robles. Dicho documento tiene en su pie el eslogan “A por los 300”, lema que acompañaría a Gil Robles en artículos de prensa y otros documentos propagandísticos de las elecciones de febrero de 1936 y que era el número de diputados que aspiraba a alcanzar dicha coalición para conformar así el Gobierno del “Poder para el Jefe”. La inclusión de la palabra Judas parece clara, ya que la izquierda gobernaba y la sublevación parecía un movimiento de la derecha política para hacerse con el poder. “Por los 300 Judas” era, por tanto, un grito de guerra, un desesperado intento de acobardar a quienes por las armas intentaban recuperar el poder perdido en las urnas, a aquellos que, desde la democracia, desde, al menos, su supuesta adscripción al sistema democrático, lo habían traicionado.